domingo, 15 de febrero de 2009

EDUCACIÓN SENEQUISTA. ACTO TERCERO

Llegamos a Tercero de B.U.P., año de nuestro Señor de 1978. Por fin se estabiliza esto, ya controlo la situación. Te dan a elegir entre ciencias o letras. Y por supuesto, no lo dudo, huyo de las ciencias cual perro apaleado, estoy seguro que lo mío son las letras; aún no sabía qué carrera universitaria estudiaría pero entre Moriles o Montilla, me iba más Montilla. Como dije, pasé a Tercero con las Matemáticas de Segundo pendientes, las cuales, por supuesto las aprobamos Antonio Cuevas y yo en el mes de febrero sin dificultad.
El Instituto seguía siendo masculino, sólo tíos. La plena libertad había llegado. El Director era el Catedrático de Filosofía, un tío muy apañado que hacía y dejaba hacer. Pasaron a mejor vida los vigilantes de pasillos, el cierre de puertas. Cada uno era ya responsable de sus actos y sabía lo que le convenía, si asistir a clase o no. El tiempo lo cura todo.
Prácticamente seguíamos los mismos de años anteriores en Letras, casi todo el grupo de los Trinitarios (Cantarero, Medina, Rojas, Cuevas, etc,) de salesianos creo que tan sólo quedaba el menda. Hubo novedades en cuestión de alumnos. Por ejemplo y para mi sorpresa, apareció en la clase mi primo Rafa Centella Blanco, pero es que además llegó otro Rafael Centella Gómez, nada que ver con nosotros por lo del apellido, aunque estoy seguro que venimos de la misma familia, cuya raíz se encuentra en el pueblo de Castro del Río. En suma, estábamos tres Centellas en la misma clase. También apareció un tío que se uniría para siempre a nuestro grupo, me refiero a José Miguel Tirado Tejedor. Persona noble donde las haya, siempre a tu disposición y desde siempre un caballero. Hoy día forma parte, al igual que quien esto escribe, del gremio de los Letrados cordobeses, a él le viene por su padre y por su hermano Román, a todo esto mi padrino de jura, un ya lejano 16 de diciembre de 1985.
El personaje peculiar de ese año fue un tal José Antonio, que haciendo honor a su nombre, era más de Falange que el propio "Ausente", vamos que desde el principio le pusimos de mote "El facha". El tío montó un pollo el día 4 de diciembre de aquel año, fecha andalucista por más señas. El problema surgió cuando Rafael Centella Gómez colocó la bandera de Andalucía en lo alto de la pizarra de la clase. Estábamos a punto de comenzar la clase de inglés, con Miss Astrid Piedra que, por cierto, regresó ese año de nuevo con nosotros. Como digo, entró "El Facha" vio la bandera colocada y se armó el follón. Decía que aquella bandera no era la "nuestra" que se quitase inmediatamente, a lo que naturalmente se opuso Rafael Centella. Se inició una discusión a voces y que no llegó a mayores porque en ese instante apareció la profesora, que preguntó qué pasaba, en su idioma, What´s the matter with you? Tras informarse, en buena lid, Miss Astrid le dijo al de Falange que la bandera no se quitaba y que si quería colocase al lado la bandera española, a lo que el otro repuso que no tenía ninguna pero que además él se negaba a dar clase con aquel "trapo". Miss Astrid no se anduvo con contemplaciones, dijo que eso era lo que había y que comenzaba la clase. El "facha" se dio media vuelta y se marchó. La profesora nos ordenó sentarnos, pasó lista y por supuesto le puso una falta al derechista.
Respecto al tema político quiero decir que en aquella época, la derecha, mejor dicho la extrema derecha hizo suya la insignia nacional, así solían llevar una pequeña pegatina en el dorso o correa del reloj con una banderita pegada. Creo que los que vivimos en aquellos años comenzamos a tener complejo de nuestra bandera nacional, porque en definitiva si la pintabas, la llevabas de alguna forma, parecía que temieses te calificaran como facha. Sigo diciendo que éramos todos unos pobres diablos. Espero que las nuevas generaciones de chavales no tengan complejo alguno por defender uno de los emblemas que nos definen como españoles. Así lo entendí el día de mi jura de bandera en Cerro Muriano cuando el Servicio Militar.
De todas formas el año 1978 venía con nuevos aires. Se aprobó la Constitución española, contra la opinión de muchos de la derecha que aún añoraban los viejos tiempos del Caudillo. Pero todo evoluciona, llegan gente nueva sin complejos y tira del carro para adelante.
Respecto al profesorado, destacar la llegada, aunque tarde de nuestro tutor, Joaquín Aguilera Moyano, profesor de Literatura que se incorporó en el segundo mes del curso. Fue nuestro tutor, amigo de confidencias y el revulsivo que parecíamos estábamos esperando. Se incorporó tarde porque venía de cumplir la "mili" en Melilla. Desde el principio vimos a aquel señor con bigote, bajito, delgado, templado, sabiendo mandar, que lo mismo te explicaba el Quijote, que lo dimos aquel año, como te leía una poesía de Pablo Neruda. Fue él quien me aconsejó y me descubrió a Gabriel García Márquez con sus "Cien años de soledad", con toda la saga de los Buendía.
Pero lo que revolucionó todo fue el teatro. Un día llega Joaquín y nos dice que un Banco, creo que el ya desaparecido Banco de Gredos, ha organizado un certamen de teatro entre distintos colegios que nos había apuntado y que si queríamos hacerlo tendríamos que para empezar limpiar el Salón de Actos del Instituto. Y eso hicimos. Ponernos manos a la obra. Enseguida se formó el grupo de teatro, allí estábamos como siempre, Cantarero, Medina, Paco Rojas, Antonio Cuevas, Miguel Tirado, José Luis Diez Naz, Rafael Pérez de la Concha, Antonio Luque, Pino, yo mismo, etc. Con la ilusión de montar una obra de teatro, Joaquín encontró al autor o guionista, Pepe Capdevila, un fenómeno que igual se hacía dos cursos en un año de Derecho, que escribía obras de teatro, que había escrito una obra basada en la biografía de Ernesto "Ché" Guevara, el Ché.
Tras proceder a quitar todos los enseres inservibles del teatro y limpiarlo a fondo, comenzó el reparto de papeles. El protagonista se le dio a Antonio Luque. Y no precisamente por su parecido, sino por la memoria e inteligencia que tenía este compañero. Era el único que podía aprenderse un papel tan largo y lo hizo. Hoy creo que es un gran catedrático de Griego y Latín. Los demás, la "chusma" teníamos varios papeles en la obra. Así, en el primer acto algunos de los que aparecíamos en "Sierra Maestra", con nuestros trajes de camuflaje y nuestras escopetas, de madera claro, que las hizo mi padre y luego fueron pintadas de negro, representábamos a otros personajes en el segundo acto. Así, Miguel Cantarero hacía de guerrillero en la primera parte para luego convertirse en el tercero en Fidel Castro, defensor del Ché en un hipotético juicio que se inventó el autor, pero que en realidad nunca existió. Mi personaje, también era el de un guerrillero y después me convertía en Barrientos, Presidente de Bolivia y del Tribunal que juzgaba al Che.
Los ensayos se hacían en la hora del recreo, cuando faltaba algún profesor y, sobre todo, en la hora de Literatura. Cuando se acercaba el estreno, los ensayos fueron más continuos en el tiempo. No recuerdo por qué motivo pero para realizar la obra Joaquín acudió a la ayuda inestimable del Grupo "Trápala", entonces capitaneado por Antonio, hoy día fuera del mismo y funcionario del Catastro. Ellos nos imbuyeron la técnica de la interpretación, los diálogos, se mejoró nuestra dicción y la forma de actuar, la entonación, etc. Fueron unos días maravillosos y nos lo pasamos bastante bien.
Así las cosas, la tarde-noche del ensayo general y como quiera que ya empezaba a hacer calor, a alguien se le ocurrió la genial idea de por qué no nos bañábamos en la piscina. Sí, en efecto, por aquellos años, al lado de una pequeña cancha de baloncesto, existía una piscina con su depuradora y trampolín, perfectamente alicatada, de uso privado, rodeada de setos y una valla, por supuesto con agua limpia. Digo yo que sería para que se bañara el Director y su familia. Hoy día ya no existe. Pues bien, después del ensayo y a la luz de la luna, nos fuimos todos, saltamos la puerta y nos tiramos a la piscina, en calzoncillos. Estábamos un poco "chalaos".
Y llegó el día del estreno. Mira que habíamos ensayado la entrada tropecientas veces. Al respecto decir que el salón de actos tenía varias puertas, una de ellas, la de acceso al escenario, era por donde hacíamos la salida, para entrar por las otras puertas, entre el público y cual si fuese una montaña, llegábamos al escenario. Pues bien, como digo ese día, justo en el momento de salir, va y se rompe la cerradura de la puerta de salida. Además de los nervios propios del estreno, encima aquella eventualidad. Joaquín no se lo pensó dos veces: nos hizo salir por los laterales del escenario, bajar entre el público para luego, como si llegásemos de la calle, subirnos al escenario.
El salón de actos estaba lleno a rebosar; hacía muchos años que allí no se representaba obra alguna. Hicimos nuestra función y la gente aplaudía y aplaudía. Fue un éxito.
O al menos eso creíamos nosotros. Decir que los demás colegios participantes fueron Cervantes y Salesianos. El jurado estaba presidido por el Cronista oficial de Córdoba, D. Miguel Salcedo Hierro y le acompañaban otros supuestos expertos. Cuando acabó el certamen, el jurado dio su veredicto: The winner es SALESIANOS. Vaya hombre, ganaron mis antiguos compañeros con una obra de género surrealista.
Respecto a la nuestra, la crítica se centró en el juicio que representamos, entre otras lindezas, se decía que Fidel Castro no podía aparecer sentado en el borde de la mesa del Presidente del Tribunal. Demasiado estrictos, pero en fin eso es lo que había. Sólo nos dieron una medalla por haber participado, de consolación, que falta que nos hacía.
La parte positiva de esto fue que había nacido el grupo de teatro del "Séneca", fuimos los pioneros, detrás vinieron otros. Montamos varias obras más, entre ellas una de Alejandro Casona. Joaquín descubrió que en los camerinos situados debajo del escenario había una colección de trajes de época, del Siglo de Oro, más o menos bien conservados y lo que hizo fue buscar un autor que tuviese obras de aquella época. Así, hicimos de Casona, "La ínsula barataria", sobre el "Reino" que le dieron a Sancho Panza, cuyo protagonista fue de nuevo, como no, Antonio Luque, ya que era el que tenía los diálogos más largos.
Otro aspecto positivo del teatro fueron los viajes. Joaquín organizó, con la excusa del teatro, un viaje a Melilla, saliendo por barco desde el puerto de Málaga. Y a finales de junio de aquel año nos plantamos en tan bella ciudad africana, algo que repetiríamos al año siguiente. ¡Vaya gira teatral!
Nos fuimos con nuestras escopetas de mentira metidas en las mochilas en tren desde Córdoba a Málaga y allí, a las 12 de la noche montamos en el "Vicente Puchol", barco de la Cía. Trasmediterránea, que hacia la ruta Málaga-Melilla, travesía de ocho horas. Llegamos a las 8 de la mañana. Vi por primera vez en mi vida los delfines al lado del buque, el color del mar conforme amanecía, negro, azul marino, turquesa, etc.
Fuimos recibidos por unos amigos de nuestro profesor, al parecer colegas suyos de profesión y que daban sus clases en un Instituto cercano al Monte Gurugú, lugar de nefastos recuerdos para nuestro ejército. Nos alojaron en el Gimnasio del centro y al día siguiente representamos nuestra función ante un público en su mayoría alumnos del mismo. Después regresamos a la Península tras haber comprado lo pertinente, como tabaco, los "Coronas" y "Winston", a un precio irrisorio y no digamos el alcohol y otras sustancias no confesables.
Pero volvamos al "Séneca".
Otro de los profesores que para mí destacó por su candidez fue el de Latín. No recuerdo su apellido aunque de nombre de pila era D. Manuel. Y digo candidez porque al poco tiempo de comenzar el curso y dado que también impartía sus clases a los alumnos de C.O.U., vino un día diciéndonos que vaya con la promoción de COU que le había tocado ese año. Todos los alumnos eran magníficos, pero todos y según parece todo derivaba de un par de exámenes que les había hecho y todos o casi todos habían sacado sobresaliente. A mí personalmente aquello no me cuadraba, olía a chamusquina. No tardó en descubrirse el "pastel".
Aquel año nos enteramos que cuando un profesor ponía un examen, lo escribía previamente a máquina y luego se dirijía a la conserjería, lugar donde se encontraba la máquina multicopista, un engendro que utilizaba tinta por un tubo, ponían una placa y a darle a la manivela, saliendo los folios impresos con el examen. Pues bien, la placa era de una material parecido al cartón que una vez usado, se solía echar a la papelera.
Así las cosas, los tíos de COU, muy listos ellos, se dieron cuenta que si por un casual pudiesen hacerse con el molde citado, antes del examen, sabrían las preguntas de antemano. Y así lo hicieron. El Instituto por aquella época no tenía rejas en las ventanas. Todo el mundo salía a mediodía. Sayago, el conserje-jefe cerraba todas las puertas. Tan sólo consistía en dejar alguna ventana abierta disimuladamente y en el tramo que iba de las 14 a las 15 horas, aquello estaba solo. Pues bien, los del COU se dedicaban a entrar hasta la conserjería que estaba abierta, cogían el molde y ya está, ya sabían las preguntas que iba a poner el de Latín.
Durante los primeros meses todos sacaron sobresaliente, bueno también algún notable para disimular. Pero como todo lo "bueno" dura poco, llegó el momento en que saltó la liebre. De todas formas aquello no podía durar demasiado, la suspicacia del profesor estaba a flor de piel y bastó que un compañero de nuestra clase, cuyo nombre me voy a permitir a obviar, metiese la pata. El muy capullo fue un día a preguntarle al bedel que cuándo pensaba el de Latín pasar por allí para hacer las copias de los exámenes. Aquello hizo saltar las alarmas, porque el bedel se lo comentó al profesor y sospechando algo, desde ese momento tomó la iniciativa de que cada vez que hacía un examen, iban los dos -bedel y profesor- a la parte de atrás del edificio y quemaban el molde.
Los de COU no se amedrentaron, alguien los siguió, recogió las cenizas y todavía pudieron recomponer el examen. Pero todo se acabó y aquellos alumnos no eran tan listos como parecían: eran más bien normalitos como los de las demás clases. Por eso digo que aquel profesor era cándido.
El griego nos lo impartía la Catedrática Dña. Nemesia Nevado, según parece, señorita. Una persona amable, buena, ingenua ella. Físicamente no demasiado agraciada, bajita, regordeta, pelo corto, cara redonda. No era mala profesora. Nos dio también al año siguiente, en COU, donde sólo estábamos doce alumnos. La mayoría de los de Letras escogieron Historia del Arte. Yo sinceramente elegí griego por no tener que estudiar demasiado, ahora me arrepiento de aquella decisión y máxime cuando quien la impartía era mi recordado José María Zapico.
Por último y no por ello menos importante, la asignatura de Filosofía. Nos la daba un ser especial, originario de Argamasilla de Alba, bajito, calvorota, cara de lenteja, donde destacaban unos vivos ojos azules. Era D. José una persona buena, demasiado buena, se hacía querer y tanto fue así que alguien, al ponerle el mote, se acordó del burrito "manzanillo" y con ese apodo se quedó. Él fue quien dijo aquello de "Si querer es decidir, la verdadera decisión consiste en actuar", una máxima que desde entonces aplico a mi vida.
Con este profesor nos ocurrió una anécdota a mi amigo Antonio Cuevas y a mí. Resulta que en aquella clase nos sentábamos en la misma banca, bancas que tenían unos asientos de madera plegables, vamos que se levantaban y bajaban según se necesitase, los cuales además al ser ya algo viejos, chirriaban al bajar y subir. Pues bien, un día que llegamos algo alborotados Antonio y yo, comenzamos ya sentados y delante del "manzanillo", a darnos golpes y empujones en plan broma, pero como siempre en esas situaciones alguno quiere quedarse encima del otro; tras varios empellones, el último se lo di yo, con tanta fuerza que Antonio se cayó al suelo y armando un ruido fuerte. El profesor estaba explicando y al ver lo sucedido, se calló. La tensión en el ambiente era fuerte, todos nos miraban en silencio, a nosotros y al "manzanillo", esperando la reacción de este último. Antonio estaba petrificado en el suelo y yo no digamos. Entonces el profesor comenzó a gritar "si yo fuera director de este instituto, lo primero que hacía...", yo me temía lo peor, los dos íbamos a ser arrojados a la calle, expulsados, en fin, en cuestión de segundos me vi dando explicaciones a mis padres de por qué me habían expulsado. Y siguió diciendo, tras un pequeño silencio, "... lo primero que hacía, era mandar engrasar esas bancas". Se nos apareció la Virgen. Antonio se recompuso, se sentó en su sitio, me miró con la cara blanca y desde entonces me prometí a mi mismo no hacer más el "ganso" en clase.
Ese curso, por fin aprobé todo en el mes de junio. Entre otras razones porque para acceder a C.O.U. tenías que pasar "limpio", aunque tiempo después te dejaban ya pasar hasta con dos asignaturas.

1 comentario:

miguel cantarero dijo...

Estimado Antonio, creo que se te ha pasado, no creo que olvidado, que fuimos Al Ayuntamiento de Cordoba con los fusiles de madera de tu padre, preguntamos, armas en ristre, que donde se pedian las subvenciones para "el teatro"...acuerdate que nos recibió el anténtico Julio Anguita y nos desvió al de cultura...fue lo mas...acuerdate .Un abrazo .Tu amigo Miguel