viernes, 30 de diciembre de 2011

UN NUEVO ABOGADO

Ahora que ha entrado en vigor la nueva Ley sobre acceso a la profesión de abogado y procurador de los tribunales, recuerdo que me colegié a instancias de mi suegro, D. Manuel de Toro Sotomayor, ya que por entonces, año de 1985, ya se hablaba de que iban a restringir el acceso a la profesión de abogado. Ante dicho temor, como digo, comencé a arreglar toda la documentación necesaria para darme de alta en el Colegio de Abogados de Córdoba.
Lo curioso de todo esto es que mi familia, por diversas circunstancias, sobre todo económicas, no podía hacer frente a todos los gastos que ello conllevaba (desde el alta en Licencia Fiscal, colegiación, mutualidad, hasta el traje negro de mi jura, etc.). Pero ahí estaba mi querido suegro quien me dijo que él correría con todos los gastos y así lo hizo: le estaré siempre eternamente agradecido, ya que creo que hizo una buena inversión.
He de decir que antes de colegiarme tuve mis primeros pasos en el mundo jurídico laboral en la Asesoría del Sr. de Toro, en concreto, fue el año del mundial de fútbol de 1982, el año del "naranjito". Fui dado de alta con la categoría de Auxiliar Administrativo en fecha 1 de julio de 1982. Lo primero que hice es hacer cientos y cientos de fotocopias, ya que estaban tramitando un Expediente de Regulación de Empleo de la firma González Espaliú. Fui iniciado en las gestiones de tramitar contratos de trabajo, altas y bajas en la Seguridad Social, ofertas de empleo. Aprendí a llegar a la Tesorería General de la Seguridad Social, I.N.S.S., Inspección de Trabajo, Magistratura del Trabajo, entonces, ahora Juzgados de lo Social, etc.
Como nadie aprende solo, hubo una serie de personas que me enseñaron. Así, no puedo dejar de mencionar a Manolo Cárdenas, por desgracia fallecido demasiado pronto, su hermano Ricardo, Pepe Lora que aún continúa en la brecha y todo el resto del personal que por entonces allí había. Sería injusto no hablar de Rafa Sánchez. Era la persona que preparaba los juicios del jefe, mi futuro suegro, Manuel de Toro, algo que posteriormente me fue encomendado con el pasar de los años; también a él le debo el manejo de la inmensa biblioteca que poseía la asesoría. Allí conocí las editoriales más punteras del orden social de entonces (Lex Nova, CISS, Praxis, Aranzadi, etc.). También hacía las funciones de IBM (ibeme a por esto, ibeme a por lo otro) es decir, por ser el último en llegar también era el "chico" de los recados. Mis funciones eran tan variopintas como eran menester (hasta de los sellos de correos me encargaba), aprendí a tener mucha paciencia con funcionarios y toda clase de empleado tanto público com privado, a soportar "colas", ir a los bancos, etc. Así transcurrieron todos mis veranos, otoño, hasta el 31 de diciembre de cada año en que causaba baja y proseguía mis estudios de Derecho.
Así, hasta que en el mes de junio de 1985 acabé la carrera, ya que ese verano, habida cuenta mi próxima incorporación a filas era inminente, esto es en el mes de septiembre, decidí tomarme un verano "sabático", vamos a no hacer nada: me lo merecía a mi juicio tras estudiar todo el año.
Como digo, en el mes de diciembre de 1985, aun estando en el servicio militar, juré como abogado ante la Sala de la Audiencia Provincial, con su Presidente, Fiscal Jefe y demás magistrados de la época.
Como es sabido, para poder jurar se necesita un padrino. En mi caso, carecía de conocidos abogados o juristas que pudiesen apadrinarme, pero mi suegro que conocía a mucha gente, habló con un joven abogado entonces a quien le pidió el favor de ser mi padrino. Así lo hizo. Se llamaba y se llama Román Tirado Tejedor, hermano de mi amigo de estudios Miguel. Lo conocí unos días antes y se limitó a explicarme lo que había que hacer en la jura. En aquella época se estilaba llevar puros, muchos puros, para regalárselos a los Magistrados presentes en la jura, hoy ya no. Y llegó el esperado día, 16 de diciembre de 1985. Ese día juramos un buen grupo de abogados, entre otros Magdalena Entrenas, así como otro compañero, Adolfo Viguera. Recuerdo que este último venía con muletas, ya que según parece había sufrido un accidente de tráfico en el que por desgracia había perecido el Director de la Escuela de Prácticas Jurídicas, D. Antonio Casares, a quien personalmente no conocía.
Tras la jura, lo normal es irte a celebrarlo en la intimidad con tus más allegados. En mi caso, el grupo lo formábamos mis futuros suegros, mi entonces novia hoy mi esposa Lola de Toro, sus hermanos, mi madre y mi hermana, así como mi padrino. El ágape se celebró en "El Caballo Rojo", donde disfrutamos de una agradable comida.
Pues bien, tras esto, al día siguiente me dirigí como todos los días al Cuartel de Artillería a servir a la patria. Todo bien, hasta que un día me llegó una carta del turno de oficio en la que se me comunicaba que tendría que defender a un preso acusado del delito de quebrantamiento de condena que se llamaba Antonio Vico Martínez. El juicio estaba señalado para el día 8 de abril de 1986, en el Juzgado de Instrucción Número Dos de Córdoba. Yo que en mi vida de estudiante sólo había visto un par de juicios, tenía que preparar la defensa de alguien a quien el Fiscal le pedía 6 meses más de prisión. Me temblaba la mano, el cuerpo y estuve sin dormir varios días. Mi primera idea fue la de acudir a mi padrino. Él me tranquilizó o no, ya que me dijo donde se sentaba uno y lo que tenía que decir: poco para mi escasa preparación. Al final tuve suerte y pude demostrar su inocencia y fue absuelto pero la verdad es que lo pasé bastante mal.
El siguiente turno de oficio fue de una separación matrimonial (no tenía ni idea) y, sobre todo, cuando me entrevisté con la clienta asignada que lo primero que me dijo fue que si su marido se enteraba que estaba en mi despacho, nos cortaba el cuello a ella y a mi. Fabuloso encima creándome "amigos". Tampoco llegó la sangre al río. Lo que sí aprendí fue a buscarme la vida, preguntando a unos y otros, estudiando sentencias, códigos, etc.
El problema es que no podía abusar de mi futuro suegro pidiéndole que me pagase el ingreso en la Escuela de Prácticas Jurídicas. Ahora, desde la lejanía del tiempo, reconozco que aquello fue temerario y no se lo recomiendo a nadie.