viernes, 6 de febrero de 2009

EDUCACIÓN ADOLESCENTE. ACTO PRIMERO

Año 1976. Llegó el cambio de mi vida. Me voy para el instituto, entonces llamado Instituto Nacional de Enseñanza Media, después denominado Instituto Nacional de Bachillerato, "Séneca". Según supe después, aquello había sido el producto de la segregación del hasta hacía pocos años único instituto centenario existente en Córdoba, el "Instituto Provincial", sito en la Plaza de las Tendillas. Se inauguró en el año 1968. Sus alumnos eran todos chavales; a las nenas se les dejó la antigua sede y se denominó Instituto "Góngora". Con posteriodidad, dado el aumento de la población, se crearon en el Sector Sur el "Averroes" y en el Parque Figueroa el "López Neyra", los cuales eran mixtos, de chicos y chicas, y según los bulos de la época al respecto, aquello era sodoma y gomorra, por lo de la mezcla de sexos.
El Director era D. Rogelio, alias "El Chino", catedrático de Latín. Dirigía el centro como si fuese un pequeño dictador, bajito, muy poca cosa, calvo, el poco pelo que tenía era blanco, con gafas, chaqueta y corbata, pero con mucha mala leche. Tenía este Director una guardia pretoriana, los bedeles, casi todos guardias civiles en la reserva, dirigidos por el ínclito Sayago que, además tenía su vivienda a la entrada del instituto. Recuerdo a otros menos duros, como Balsera, hombre ya mayor y siempre presto a ayudarnos. Como anécdota decir que fue él quien me prestó su chaqueta para interpretar el papel de Barrientos, Presidente de Bolivia, en la obra de teatro que hicimos "Che Guevara", escrita por Pepe Capdevila, de la que hablaré en otro momento.
El centro tenía una entrada oficial, reservada a los de C.O.U., los demás, la "chusma", podíamos entrar a nuestra elección, bien por una cuesta llena de piedras o bien, por la puerta existente más abajo, que lindaba con las viviendas de la Caja Provincial de Ahorros de la Avda. del Corregidor, en uno de sus bajos estaba el comedor universitario, hoy ACALI.
Te controlaban la entrada con el carnet del centro. La diferencia era que los de COU tenían puesto el sello en color rojo, los demás en morado.
A pesar de venir de un colegio de curas con fama de estricto en su educación, desde un principio noté en el ambiente un excesivo rigor que en los últimos años se había ido relajando en los salesianos. Por ejemplo, hacía ya rato que en mi antiguo colegio no nos formaban en fila al estilo militar. Aquí se seguía formando y eran los bedeles los encargados de tal función, en el sentido de alinearnos en fila de uno y mantener derecha la fila y, así, fila a fila subíamos a las clases.
En cuanto al centro, era tocar la sirena -cual campo de concentración- y se cerraban todas las puertas. Como curiosidad decir que las vallas que rodeaban el instituto estaban cosidas con alambre debido a los agujeros practicados en ellas para fugarse la gente. Había altavoces por los que de vez en cuando sonaba la voz de "El Chino" dando órdenes. Existían los vigilantes de pasillos, profesores que durante las clases daban vueltas por los pasillos por parejas y si te pillaban fuera de tu clase, te pedían explicaciones y si no eran convincentes, te llevaban a la higuerilla, vulgo Jefatura de Estudios, donde te aplicaban la sanción correspondiente, entre otras, la expulsión a tu casa durante unos días. Los más temidos eran Don Lorenzo, profesor de Historia, la Revuelta, de Literatura y la "Muerte", profesora de Matemáticas. Personalmente, tuve la suerte de que ninguno me pillase ni me diese clase.
Significar que me impresionó al llegar, aparte de la cantidad de gente que allí había, era lo viejos que veía yo al menos a los de cursos superiores. Tengamos en cuenta que el nuevo invento del B.U.P. (Bachillerato Unificado Polivalente) pretendía liquidar, como lo consiguió, el sistema anterior educativo, es decir, el bachillerato antiguo y creo que dicho cambio fue a peor: aquellas promociones que iban cerrando el sistema anterior acababan mucho mejor preparadas que nosotros. Por eso, la mezcla era abundante. Había una promoción delante nuestra que era la primera de BUP, también estaban los que acababan sexto de bachillerato, los de COU antiguo, herederos del llamado PREU y por haber, recuerdo que hasta había seminaristas del Obispado que se preparaban el bachiller. Sin olvidar a los del nocturno, esto es, gente que trabajaba por el día y se sacrificaba en estudiar por la noche. En suma, una gran mezcla de estudios pero eso sí, sólo tíos. Las niñas tardarían aún unos años en llegar, en concreto, habría que esperar al curso 1979-80 para verlas.
Allí llegamos aquel año para cursar primero de B.U.P. tropecientos mil chavales. Tengamos en cuenta que aquélla era la generación del baby boom, de la época de desarrollo, se fomentaba la natalidad y el producto fuimos nosotros. La mayoría de las familias tenían una media de tres o cuatro hijos, la mía sólo dio para dos.
Decir que las clases de aquel curso 76-77 se numeraron por letras, de la A a la I, es decir, nueve clases, a una media de 40 a 45 alumnos por clase, y la división se hacía por el idioma, francés o inglés. A mi me tocó Primero B, por el inglés. Aquello era un "rebú", una mezcla de alumnos desechos de tienta de colegios de toda Córdoba (Salesianos, Trinitarios, Cervantes, La Salle, Alzahir, El Carmen, y también de la Universidad Laboral y demás centros públicos). Por lo que respecta a mi grupo, llegamos cinco de salesianos, Antonio Moreno Carmona, Muñoz-Torrero, Manso Ojeda, Antonio Ortega Calero y un servidor. No éramos un grupo compacto como sí lo era el proveniente de los Trinitarios, allí estaban José Luis Puebla Capitán, primo de mi amigo Juan Gonzalo, Miguel Cantarero Medina, Francisco Medina Torres, Antonio Cuevas Mérida y Francisco Rojas García. Se dividían por parejas, los más revoltosos y siempre de guasa y cachondeo, que se reían de todo y por todo, eran Paco Rojas y Antonio Cuevas, vivían en la Avda. de Barcelona. La otra pareja la formaban Miguel Cantarero y Paco Medina -el tío el bigote-, muy serio, aunque buena gente. La última pareja, por aquello de la amistad, la formamos aquel año, Puebla y yo, porque nos íbamos y veníamos juntos desde Cañero viejo, con su primo Juan Gonzalo. También venía de los trinitarios Manolo Álvarez de la Coba, recientemente fallecido.
Recuerdo algunos compañeros más, como a Paco Pérez Bermejo, Fuentes, José Luis Díez Naz, Rafa Pérez de la Concha, "Chiqui", José Antonio Alcántara Manzanares, Juan Ballesteros Cuevas y su amigo Salva Cuadrado Lozano, estos tres últimos provenían del Colegio Stma. Trinidad, etc., hasta unos cuarenta y tantos que estábamos allí, pero sólo quiero destacar de los anteriores, el grupo de los trinitarios, porque siempre tuve en ellos a unos amigos de verdad.
De todos ellos, con el que siempre podías y puedes contar, dada su madurez, era Miguel Cantarero, un tío afable, inteligente, con una gran sentido del humor y sensibilidad. Fue él quien me enseñó a conocer la música de de Joan Manuel Serrat, por ejemplo. Hoy día lo veo igual, hemos cambiado físicamente todos, los años no pasan en balde, pero Miguel siempre ha sabido estar en su sitio y conservarse muy bien. Y decía el tío que se le iba a caer el pelo y míralo, hoy lo tiene igual que antaño. Otros, entre los que me incluyo, por desgracia no.
Al principio, como la hora de entrada era a las 8,30 horas, me iba con Juan Gonzalo, ahora por decisión familiar, sólo Gonzalo. A las 8 en punto llegaba, cargado de libros en un viejo macuto de color verde que según parece perteneció a un tío político mío que era militar. Llegaba, como digo, a su casa frente al Cementerio de San Rafael, picaba el portero automático, bajaba, "buenos días" y a la marcha militar, un dos, un dos, hacíamos a diario el camino hasta el "Séneca": Avda. de Libia, Puerta Nueva, Alfonso XII, San Pedro, Coronel Cascajo, perdón, Lineros, Cardenal González -la calle las putas-, Triunfo, Magisterio de la Iglesia, Caballerizas Reales, Alcázar Viejo (la gente cordobesa, por deformación de las palabras, decía "lacasaelviejo"), Puerta de Sevilla, Avda. del Corregidor, llegada al instituto, 8,30 en punto. Cada uno a su clase, Gonzalo a 2º de BUP, yo a 1º B.
Al poco tiempo, dejé de ir con Gonzalo, dada la marcha a la que íbamos y que a mí me parecía agotadora, y era tal que nos cruzábamos, vamos que adelantábamos a Miguel y Medina que iban más relajados, coincidíamos con otro compañero de curso de Gonzalo, Paco Yélamo, tío inteligente donde los haya, alto, rubio, parecía un "guiri", un extranjero. Fue él quien nos dio la definición de Historia: "sucesión de sucesos sucedidos en una sucesión de tiempo."
A los pocos meses, formamos el grupo del barrio de tanto ir y venir: Miguel, Medina, Paco Rojas, Cuevas, Yélamo y yo. Gonzalo iba solo, bueno no, con otro de su curso, llamado Toro.
Ese ir y venir cuatro veces al día de tu casa al Instituto y viceversa, charlando cada uno su "pego", comentando los estudios, las clases, las anécdotas, nos hacía sin querer unirnos más. A mí me vino muy bien en lo que a mi físico respecta, estaba creciendo, perdí peso y alcancé la actual estatura. Todo no iba a ser malo.
De hecho, al cabo de unos años formamos todos una panda y salíamos juntos los fines de semana, teníamos los mismos gustos musicales (Supertramp, Pink Floyd, Bob Dylan, América, Serrat, King Crimson- grupo favorito de Medina- el llamado rock sinfónico, también el rock duro como Led Zeppelin o Rolling Stones, para luego comenzar a descubrir el rock arábigo-andalusí, como Triana, Medina Azahara, Mezquita, etc.), el tonteo con las niñas de las "francesas", Colegio Sagrada Familia, en San Pedro.
De las niñas que veíamos todos los días en el camino, iba una con su hermana pequeña, Loli de Toro y su hermana Ana, con las que se metía a menudo Puebla, ya que la conocía de la "miga" del hijo de "Juanillón", don Juan Luque Soriano, luego profesor de los Trinitarios, en concreto con la mayor y le decía, a fin de cabrerarla, "hasta luego, rubia de bote". Aún no sabía lo que me depararía el destino y que aquellas niñas serían con el paso de los años mi esposa y compañera Lola - el nombre se lo cambié yo - y mi cuñada Ana, respectivamente. Otra niña era Ascen, compañera de Lola, que presumía como nadie de haber estado en Alemania, dado que sus padres eran emigrantes retornados y tenían un "mercedes". Pero, la que causaba sensación por ir sola siempre, con su halo de misterio, rubia, ojos verdes, era Maleni Hernández. Todas vestían el famoso uniforme de las francesas: falda tableteada a cuadros, jersey blanco, calcetines, zapato oscuro. Todavía no se estilaba el chándal por la calle.
Pero sigamos con el "Séneca". El profesorado de primero lo componía un variopinto cuadro que iba desde nuestro tutor Don Manuel Álvarez, un gran profesor que nos impartía además Ciencias Naturales, con barba, bajito, chaquetas con coderas, un "progre", vamos. Recuerdo un día que nos llegó a hablar de las mujeres, en concreto, de la regla, de cómo sufrían las mujeres esa especie de maldición divina y que por tan sólo eso merecían nuestro mayor respeto y admiración. Decirnos eso a nosotros, que éramos hormonas andantes, siempre con la p.... en la oreja, "más calientes que un soldado en Ibiza", que diría el malogrado humorista Gandía.
En Educación Física nos daba Francisco Calderón, vulgo "Paco Pegos", cariñoso apodo para referirse a su forma de dar la clase de gimnasia. Para esta disciplina nos llevaban bien al campo de fútbol o al enorme gimnasio, al menos a mí me lo parecía, donde había de todo: espalderas, cuerdas, plinto, caballo, etc. Había otro pequeño, cubierto que no siempre se usaba.
Dada mi condición física de aquellos años, bajito, regordete, mi gimnasia era muy limitada; tampoco se me exigía demasiado. Por ejemplo, me daba pánico el plinto o el caballo o el potro. Todos esos utensilios yo los veía como medios de tortura, cual si de la Inquisición se tratara. Sólo recuerdo haber saltado una vez el potro y en bajito. Pero, la anécdota que me sucedió y que más me impactó fue la del día que me dio por subir la cuerda. No sé aún como lo hice, pero empecé a subir y subir, había unos cinco o seis metros de altura, cuando llegué a la rasante de las ventanas de cristales que daban al Río Guadalquivir, me acojoné y me quedé petrificado, agarrotado, me quedaba menos de un metro para llegar a lo más alto. El profesor, al verme parado, me insistió para que llegase al final. Le grité aterrorizado que no, que no subía más, a lo que me respondió que bueno, que entonces me bajase y yo le contesté que no, que no podía. La cosa pintaba mal, creo que el profesor se temió mi caída. Entonces, entre todos, profesor y compañeros, me hablaron, me tranquilizaron y fui descendiendo despacio, hasta que toqué el suelo. El profesor me dijo que "jamás, te has enterado, jamás te vuelvas a subir a la cuerda".
Otra actividad de esta clase era correr haciendo el llamado "circuito". Consistía en salir por la puerta falsa del instituto, salir hasta la Avda. del Zoológico, subir por la cuesta frente a ETEA, hoy Ciudad de los Niños, bajar por la Avda. del Séneca hasta entrar de nuevo por la puerta por la que habíamos salido. No tardó pronto la clase en enterarse del atajo llamado la "cuesta del camello", una forma de acortar por la pared donde estaban los camellos del zoo. Pues bien, yo tomé ese atajo más de una vez, y a pesar de ello, siempre llegaba el último, pero bueno, llegaba.
Ese primer año me causó sensación en los recreos ver cómo se jugaba al rugby en el campo grande. A aquello jugaban los mayores, de entre los que destacaba un tío que yo lo veía inmenso de grande apedillado Guerra; recuerdo que siempre había lesionados y más de una clavícula rota. Creo que precisamente por ese motivo el "Chino" prohibió ese juego.
Pero sigamos. Las matemáticas las impartía D. Eleuterio, nombre que a mí no sé por qué me recordaba al famoso delincuente arrepentido que se fugó en varias ocasiones de sus guardadores policiales. Todavía le recuerdo vestido con su bata blanca, dando por hecho nuestra formación o preparación de los colegios de los que proveníamos. En mi caso, mi base era nula: sólo sabía las cuatro reglas y algo más. Por más que se esforzaba este hombre, yo no me enteraba, siempre suspendía, de hecho pasé a segundo, con la matemáticas de primero. Pero respecto a su calidad humana, decir que era noble y que cuando nos portábamos mal, no te echaba a la calle, vamos al pasillo, donde te pillarían los famosos vigilantes de pasillos. Nunca echó a nadie aquel curso.
He de significar que la plantilla de profesorado de aquella época la constituían los catedráticos, profesores numerarios y los interinos, también llamados profesores no numerarios, acróstico penenes. Pues bien, mira por donde aquel primer año, éstos últimos se pusieron en huelga durante el primer trimestre. A nosotros nos afectó en la asignatura de inglés, mi preferida. No teníamos profesor de inglés que llegó comenzado el segundo trimestre.
Me detengo en este "profesor" por lo curioso del mismo. Llegó el primer día de clase después de las vacaciones de Navidad, en su coche Ford Fiesta, de color verde chillón (se acababa de inaugurar hacía poco tiempo la fábrica de Almusafes en Valencia y era el modelo prototipo hecho ex profeso para España). El tío era bajito, pelo rubio, con melena; algunos decían que de "bote", ojos claros, bien rasurado de barba. Creo que era una niño "pijo" de los entonces, detrás de unas "Rayban" verdes, con montura dorada, abrigo verde "Loden", "pulligan" echado al cuello. Llegó, pasó lista y lo primero que hizo fue preguntar, para nuestra sorpresa, que cuándo eran las vacaciones de Semana Santa. Sabía un inglés chapucero, de andar por casa, nada aprendimos con sus explicaciones. Como anécdota decir que siempre teníamos su clase después del recreo, veníamos calentitos y nos dio por gastarnos bromas. Una de ellas consistía en que cuando decían el nombre de los más cercanos, entre todos y sin que nos viesen, le tapábamos la boca y agarrábamos los brazos, para que no pudiese decir "presente". Así varios días, hasta que un día, que me lo hicieron a mí, nos pilló. Me dijo, así, sin anestesia ni nada: "Tú, gordo, se puede saber a qué jugáis, que sois ya muy viejos para hacer gilipolleces", y como castigo me cambió de sitio. Así, que cuando comenzábamos la clase de inglés, siempre tenía que irme a mi nueva ubicación. Sin rencor.
El dibujo nos lo daba una profesora joven, de Toledo creo que era, que venía embarazada. Las malas lenguas decían que de un alumno suyo de COU de otro año. La hora de dibujo se impartía en un aula distinta a la habitual, con mesas de dibujo grandes y nos colocaron en orden alfabético. Justo a mi lado se sentaba un compañero, bajito, moreno, Paco Muñoz Tuñón. Fue la primera vez que hablé de política con alguien y ello porque de vez en cuando él dibujaba el escudo de Falange Española. Un día me atreví a preguntarle y me dijo que sí, que él y toda su familia eran falangistas, pero ojo, "hedillistas", seguí preguntando, y me indicó que aquello era muy difícil de explicar. Pasados los años y gracias a la lectura de distintos autores, aprendí que Manuel Hedilla, segundo de José Antonio Primo de Rivera tras ser fusilado en Alicante, se había enfrentado a Franco por mantener pura la ideología de su fundador, fue encarcelado y por poco no lo fusilan.
La profesora de dibujo tenía mal carácter, sobre todo, cuando se cabreaba porque no le hacíamos caso y siempre nos decía, "vándalos, que sois unos vándalos, si ya me decían a mi, cuando vayas a Vandalucía encontrará a los vándalos", eso sí, con pronunciación muy fina, de Castilla-LaMancha lo menos. Cuando vi por vez primera la película de "Manolito Gafotas", obra de Elvira Lindo llevada a la gran pantalla, reconocí en la "seño" de Manolito a aquella profesora en sus cabreos, cuando llamaba a sus alumnos "terroristas, que sois unos terroristas".
La asignatura de Historia la impartía D. José María Zapico Ramos, tío fino en sus explicaciones y entre otras lindezas, nos obligó a aprendernos todos y cada uno de los países del continente africano, con sus capitales incluidas, así como todos los ríos y montañas de Europa. Gracias, D. José María. Hoy te das cuenta que al lado de las promociones de la LOGSE somos eminencias.
Había otras asignaturas como Religión, Música o Lengua. Esta última nos la daba una profesora muy peculiar que iba vestida siempre como una flamenca, morena que era y con un perfume bastante fuerte. Parecía Lola Flores.
Aquellos años todavía llovía en abundancia en los meses de invierno. El río venía bastante crecido, casi tapaba los ojos del Puente Romano. Había que abrigarse. El rey de la equipación era, como no, los vaqueros, jerseys gruesos, guantes, paraguas y mi "gamberro", como le llamaban, pieza impermeable rellena, abrochada con cremallera. Claro, que así vestíamos algunos, porque en aquella época la vestimenta decía mucho de ti y de los posibles de tu familia.
La gente se dividía en pijos y choris. Los pijos vestían vaqueros de marca, sobre todo, "Levis Strauss", jerseys "Pulligan", abrigo "Loden", o condón, de color verde, como le decían otros, y para el entretiempo, se puso de moda una chaquetilla de plástico, el "Graham Hill" y de zapatos unos "castellanos", hechos a mano o los también afamados "Tanke", guresos con cordones y suela rayada, para el invierno. Este poderío lo tenían los procedentes de La Salle, Alzahir, etc., gente con clase.
La "otra" clase de gente, entre los que me encontraba, teníamos que apañarnos con las marcas más baratas. Así, en vaqueros unos "Alton", unos "Wrangler", o los de marca española, los "Lois" ("para los chorizos de hoy", decían), jerseys "Fred Perry" y como mucho, imitaciones del famoso plastiquillo, en mi caso, me compraron uno de imitación que se llamaba "Grant Hill", o el citado "gamberro". ¡Qué tiempos! Te miraban raro según la vestimenta y ya ves tú, hoy te maravillas cómo va vestida la juventud: pantalones de tiro corto, enseñando la hucha por detrás, pantalones con jirones, aros en las orejas y hasta en el alma. Como diría el sabio, "O tempora, o mores". Ahí te das cuenta de lo pacatos que éramos.
Un detalle de aquella época que nos tocó vivir fue la de la "libertad" o, como otros decían, el "libertinaje". Políticamente gobernaba el centro de Adolfo Suárez, se había liberado a mucha gente presa, la famosa amnistía política, aún no se había aprobado la Constitución, los "grises" se convirtieron en "maderos", por el color del uniforme, ya no era la Policía Armada, era la Policía Nacional.
Surgieron bandas de chavales que te pegaban en la calle porque sí, sin razón aparente. Aquel invierno hubo varios lesionados de nuestro curso. En mi caso, solía irme de vuelta por la tarde con José Luis Puebla, los dos solos. Recuerdo que una tarde, ya oscurecido, había estado lloviendo todo el día, pero a esa hora había escampado, cuando íbamos a la altura de la calle de Magisterio de la Iglesia, José Luis me dijo, "Antonio, sigue hablando, pero mira quién viene". Me quedé parado: era una pandilla de unos ocho o nueve individuos con muy malas caras y no muy buenas intenciones que venían de frente, por la misma acera estrecha por la que íbamos. Lo primero que pensé fue en salir corriendo, pero no, seguimos. Al llegar a su altura, nos hicieron como un pasillo por el que pasamos; a mí uno bajito me acercó un cigarrillo con la intención de quemarme mi "gamberro" y sin pensarlo lo aparté con el paraguas que llevaba. En cambio, a José Luis, otro de los tíos, un grandullón, le pegó un guantazo en la nuca. Tras salir del "pasillo", fue mi amigo quien me dijo, "corre", y salimos disparados calle abajo. El motivo no era otro que los hijos de su madre se estaban enganchando a las ramas de un naranjo que allí había, cogieron naranjas y empezaron a lanzárnoslas. Graciosillos los muchachos.
Desde entonces, todos decidimos no ir solos, sino en grupo. Es más difícil atacar a la manada. De hecho hubo más de un tropiezo entre distintos grupos que no llegaron a mayores.
Claro que siempre los hay valientes. Me contaron que dos compañeros, Cándido Puerto Ortuño y Paco Lucio-Villegas Mula, un día que iban por la muralla, calle Cairuan, se tropezaron con una panda de esas. Habida cuenta que ambos practicaban judo, les hicieron frente. No sé cómo acabó aquello, pero tuvo que ser mal, porque al día siguiente Paco Lucio, lucía, nunca mejor dicho, un ojo morado.
Pero si había un personaje que causaba mi admiración ese era el Puebla. Era un "bocas", se metía con todos y con todo. Un día lluvioso, al pasar por la calle Alfonso XII, salía de una peluquería una señora mayor recién marcada, como se dice, abrió el paraguas, creyendo que seguía lloviendo a pesar de que en ese momento había escampado, y José Luis le pegó una voz diciendo "Señora, que no llueve", dándole un susto que casi se muere.
Hacia la mitad de Cardenal González existía un portalillo donde una vieja había instalado una especie de tienda de chucherías. Allí parábamos al pasar para comprar cigarrillos sueltos, chicles o pipas. Pues bien, la mujer tenía una pequeña televisión en blanco y negro, cuya antena era un cable que salía del receptor y llegaba hasta la misma fachada; el cable estaba sobre una tablilla, con dos puntas al aire. Siempre que llegaba el Puebla, acababa en bronca porque su afición era tocar las puntas, con lo que se perdía la señal. La vieja se daba cuenta y empezaba a decirle de todo a José Luis al que le importaba un pimiento aquello. Era un rebelde sin causa.
Quizás la broma más tonta y con mayor repercusión fue la del asunto del "cara huevo". Se trataba de un chico de otra clase pero de nuestro mismo curso que era más feo que pegarle a un padre, como decíamos entonces, creo recordar se apellidaba García-Arévalo. Un tío alto, de malos andares, de Guadalcázar, perteneciente a la burguesía agraria, pero acostumbrado a trabajar en el campo. Lo denotaba este detalle sus grandes y nervudas manos, llenas de callos, así como su cara, ovalada o ahuevada, como se prefiera, cuyos ojos a pesar de ser verdes, eran saltones y de mirada estrábica.
Un día que salíamos del instituto, José Luis vio como un grupo de alumnos se dirigía al susodicho llamándole "huevo", "cara de huevo", mofándose del mismo. Cómo no, el Puebla se unió al grupo y de repente comenzó a decirlo él también. En un momento dado, el "huevo" se dirigió a nosotros, en concreto a Puebla y le dijo, "nene, no te conziento que me llamez huevo, a loz de mi claze zí, pero a ti no". Así hablaba. Pero de nada le sirvió a Puebla la advertencia. Mira que se lo decíamos todos, deja en paz al chaval, porque cada vez que se lo cruzaba le decía "huevo".
Así las cosas, un día de lluvia que salimos al recreo y preferimos quedarnos en el soportal del patio, al lado de los aseos, estábamos en una especie de corro hablando; yo estaba situado frente a José Luis, cuando de repente apareció el "huevo" por detrás de José Luis. Y sin mayor explicación, agarró por el cuello a mi amigo y empezó a estrujarlo. Fueron unos segundos eternos, José Luis se puso azul, colorado, de todos los colores y lo inmovilizó de tal manera que no podía quitárselo de encima. Cuando nos dimos cuenta estábamos todos encima del "huevo" intentado retirarle las manos del cuello. No podíamos entre todos, el tío seguía apretando cual boa a su víctima. Cuando por fin conseguimos retirarlo, el otro aflojó y soltó a su presa. Puebla cayó a plomo al suelo, ahogándose, sin poder respirar, lo alzamos entre unos cuantos y lo llevamos al aseo a echarle agua, para que se recuperase. Lo pasó mal y cuando se reanimó le dijimos todos que había sido un gilipollas por no atender a nuestro consejo. Desde entonces, cuando veía al "huevo" lo esquivaba, se iba para otro lado. Qué duro de mollera era el muchacho.
Ese primer año acabó en el mes de junio de 1977. Fue mi año experimental. Había cambiado de colegio, era un instituto público, de amigos y lo fundamental, no echaba de menos para nada a mis antiguos compañeros de los salesianos. Claro que estoy seguro que ellos tampoco a mí.
En cuanto a mis notas, culto calificaciones, decir que sólo suspendí las matemáticas y digo suspendí no me suspendieron, porque reconozco que no tenía ni idea de la disciplina y bien suspendido estaba. Los demás acabaron más o menos igual pero nos quedaba un verano por delante.

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