viernes, 6 de noviembre de 2009

EDUCACIÓN MODERNA

Fue un antiguo profesor ya jubilado quien cierto día me explicó que la mejor educación dada en España se corresponde con la del bachillerato antiguo, ni B.U.P., ni E.S.O., ni LOGSE, ni nada; lo antiguo fue mucho mejor que lo que vino después. Conste que dicha afirmación no fue de mi agrado puesto que pertenezco a la segunda promoción que cursó el B.U.P. y, dentro de lo que cabe, creo que recibí una buena formación. Pero, si echamos la vista atrás no nos queda más que darle la razón si lo comparamos con el actual sistema educativo.
Pero es el todo, educación en su sentido amplio, es decir, formación integral (todos o casi todos sabían los ríos con sus afluentes, así como los sistemas montañosos de España, Europa, América, etc., literatura hispana y universal, ciencias naturales, matemáticas, lengua española y un largo etcétera), educación cívica (respeto hacia los mayores, padres, profesores, no tuteo, saber ceder la acera, la entrada a un lugar, saber presentarse, asiento de autobús, etc.) en suma, se formaban personas para un futuro mejor.
Hoy en día, se forman alumnos en una enseñanza cuarteada, partidista, localista. Se insiste en conocer más un pintor, escritor o músico local antes que universal. Para nada se fomenta la lectura, el esfuerzo, el mérito de cada uno, se pasa de curso sin conocimientos. Todos somos iguales y la educación de la casa se cede al colegio, como si los padres careciesen de responsabilidad en ese tema, cuando son los principales actores de esta película. Se le ha quitado autoridad al profesor y ya se guardaría de reñirle lo más mínimo sino le agreden encima.
En este sentido muestro mi total disconformidad con el presente sistema educativo. Como la ley del péndulo hemos pasado de un extremo a otro y creo que existe como en todo un término medio. Estimo que hoy con tantos medios de toda índole contamos con más analfabetos funcionales que hasta no hace tantos años. Confío en que pronto se produzca el cambio deseado.

martes, 21 de julio de 2009

ARTILLERO DE SU MAJESTAD

Al igual que ya escribió mi homónimo Antonio Muñoz Molina en su libro "Ardor guerrero", inicio del Himno de la Infantería española, pretendo hacer un esbozo, aunque sea somero, de mi experiencia en el ejército español como soldado raso para cumplir con la patria, cual servicio obligatorio a filas que era.
Al ser un estudiante más, se me ofreció la posibilidad de solicitar prórroga de segunda clase por estudios y así lo hice. Me fue concedida y se nos advirtió a todos que estuviésemos pendientes del sorteo de nuestra quinta porque allí donde destinasen a los que hubieran nacido en la misma fecha, año 1962, mes de enero, en mi caso, cuando renunciásemos a la prórroga, una vez terminados los estudios, igual sería nuestro destino.
En mi caso tuve suerte, ya que el destino era a Córdoba, entonces C.I.R. nº 5. Hubo quien tuvo más suerte aún, como mi amigo Antonio Cuevas, al salir sus compañeros de nacimiento excedentes de cupo (éramos el producto de la década prodigiosa en lo que a nacimientos se refiere), él se limitó a renunciar a su prórroga y automáticamente también era excedente de cupo. Me alegro por él y tantos otros que así se libraron del llamado servicio militar.
Acabado el curso de 1985 en junio y al haber terminado así mi Licenciatura en Derecho, opté por renunciar a la prórroga y cumplir cuanto antes mi deber para con la patria.
Me llegó la carta diciendo que debía estar en la Zona creo recordar que el 25 de septiembre de 1985; allí fui y me dieron un petate de color caqui y empezaron unos tíos a pegarnos voces. Luego nos dijeron que a las 12 debíamos estar en la explanada de la antigua estación, donde nos subieron a unos autocares con destino a Cerro Muriano.
Nos pasaron lista y a mí me destinaron a la compañía 16ª del Tercer Batallón. Estábamos cerca de doscientos en la compañía. No había agua para asearse porque alguien la había cortado y estuvimos así unos dos días hasta que nos bajamos el fin de semana a Córdoba.
La primera semana fue de adaptación: entrega de ropa militar, corte de pelo, etc. En lo que a mí respecta no había ropa de mi talla, sólo me estaba bien la gorra y las botas. El traje completo me lo tuvieron que hacer a medida y, entretanto, se me dieron dos "monos" de faena para hacer la instrucción. Aquel año de 1985 hacía un calor insorpotable: yo no he bebido más agua en mi vida. Todo era a la carrera, todo eran prisas que nos metían unos cuantos soldados veteranos y cuya amenaza más recurrente era quedarnos arrestados el siguiente fin de semana. De las cosas que me llamaban poderosamente la atención era el olor de la ropa, a sudor, a humanidad. Tuve que adaptarme hasta para hacer mis necesidades personales, en concreto, hacerlas antes del toque de diana porque una vez que me ponía el mono de faena, necesitaba a alguien que me ayudase a sacármelo de los hombros. En suma, que cuando tocaban diana, yo ya estaba completamente aseado.
Entramos en la rutina diaria de formar tras diana, asearnos, vestirnos e ir a desayunar una especie de colacao muy raro y un dulce o bocadillo. Después vuelta a formar para hacer instrucción, según estatura: la primera fila estaban los más altos y yo era uno de ellos, aunque vestido con el mono, gorra y botas. Era un mundo nuevo al que creí que nunca me adaptaría pero me adapté, qué remedio quedaba. Lo mejor era por la tarde noche en que podían visitarte tus familiares y novia y, sobre todo, por la tortilla de patatas que traían consigo: bendita tortilla que repartía con otros compañeros y que daban un sabor familiar a todo aquel mundo.
Tras estar más de cuarenta días en aquel centro de instrucción -cuarenta días estuvo Jesús en el desierto- llegó el día de la jura de bandera. Era Domingo de finales de octubre. Mi ropa no había llegado aún, por lo que los jefes decidieron que jurase con mi mono, mezclado con los del botiquín, sin arma, para desilusión de mi familia y quitado rápidamente de enmedio para no estropear la vistosidad de la jura.
La vida militar era otro mundo. A mi opinión, aquello era una pérdida de tiempo, sobre todo, para los que teníamos medio claro nuestro futuro inmediato, no así para el que estuviese parado. Pero como soy de naturaleza optimista, lo positivo de aquel año largo fue comprobar el nacimiento de unos vínculos de amistad como nunca antes había sentido, amigos para toda la vida, pero de los de verdad. Allí conocí a seres entrañables como a Miguel Ángel González Bernabeu, su primo José Luis González Lara, etc. También se comprueba las miserias humanas, dado el escalafón militar, gente que no eran nada ni nadie veías como abusaban de los más débiles, no más por ser un cabo primero, algunos se creían alguien, pero saliendo del cuartel eran uno más de la tribu, o sea, nadie, otro ser anónimo.
Tras la jura, fui destinado con otros compañeros al Cuartel de Artillería de Córdoba, sito en la Avda. de Medina Azahara, conocido en el argot militar como R.A.C.A. 42, aunque a partir de 1986 pasó a denominarse G.A.C.A ATP XXI, es decir, de Regimiento pasó a ser Grupo y al mando del mismo una persona seria, exigente, como no podía ser de otra forma, el Teniente Coronel D. Fernando Gómez Puebla, asisitido de dos comandantes, Fernández Casla y otro cuyo nombre no acierto a recordar.. Y ello porque además de artillería, existían otras armas, como Caballería, Transmisiones, etc.; este resto de grupos fue llevado a Cerro Muriano, salvo Artillería.
Estaba en Córdoba, sí, pero una vez que entrabas en el cuartel, aquello era otro mundo. Nunca se me olvidará la Nochevieja de 1985, porque el día 1 de enero de 1986, a las 7 de la mañana estaba de servicio en la cocina del cuartel, ya que a mi Batería, la Tercera, le tocaba ese mes dicho servicio. No había nadie en las instalaciones y mi estancia allí era depresiva. Fue todo el mes de enero de 1986 como digo. Allí aprendí a pelar patatas, limpiar pescado, etc.
Justo al finalizar el mes, el cabo furriel me llamó para enseñarme una caja de cartón en la que había llegado mi uniforme completo. El muy becerro me miró sonriendo, diciéndome que al día siguiente tenía guardia. Fue la primera de muchísimas más.
Me hicieron cabo a la fuerza. En efecto, yo no quería vincularme demasiado con el ejército, intenté pinchar el examen, éramos veintisiete y entré el último. Luego, me alegré porque en las guardias no era lo mismo ser artillero raso que cabo: por lo menos te evitabas entrar en las garitas durante dos horas.
Un día fui llamado por el Teniente Millán y se me informó que como a él lo habían nombrado Juez del Juzgado Militar del acuartelamiento, necesitaba un Secretario judicial y dada mi formación de Licenciado en Derecho, había decidido en consuno con el Jefe superior, que dicho nombramiento recayese en mi persona.
Tácticamente, fui incorporado al F.D.C., acrónimo de Fire Directer Center, dentro de la Batería. Muchos puestos y mucho servicio. Por todo, creo recordar que nos pagaban al mes unas 110 pesetas. Así, que si había maniobras en el Muriano, para allá que iba; había que redactar exhortos a máquina de escribir, también era mi cometido y, por supuesto, si había que realizar servicio de guardia, pues también. Como decía Alfredo Landa en la película "Los Santos Inocentes", "a mandar que pa eso estamos". Todo el mundo mandaba y daba órdenes.
Sin querer queriendo aprendí a intentar escaquearme lo máximo posible. Así, había un servicio que se llamaba "cabo de transeúntes". Una vez al mes, a nuestro cuartel le tocaba prestar un servicio consistente en que un sargento y un cabo tramitaban lo necesario para los soldados que estaban de paso, con esta función lograbas rebajarte de los servicios de armas durante dicho mes. En el mes de agosto, mi compañero Miguel Ángel Ceular, con destino de cartero y rebajado además de servicios de uniforme, me lo dijo, que se iba de permiso por quince días y que si quería suplirlo: allá que me fui y sin querer me libré de realizar unas maniobras en Zaragoza.
De los mandos recuerdo a los cabos primero Gaitán y Adame (éste por lo "gracioso" que era en la cocina y con muchos de sus comentarios, pero dejémoslo ahí); sargento Juan Rodríguez; sargento primero Collantes, tenientes Millán y Moreno (éste último hizo durante un tiempo las veces de capitán de Batería hasta que llegó el titular cuyo nombre no voy a mencionar), sin poder olvidar a mi querido Brigada Rísquez, quizá una de las personas más nobles y honrada que he conocido en mi vida. Por supuesto, no puedo olvidar al Jefe del Grupo, Sr. Gómez Puebla, mi querido Teniente Coronel. Dirigía aquello como un cuartel, generoso, sin estridencias y, en definitiva, como lo que era y es, como un auténtico caballero cordobés, artillero hasta la médula que ayudado por el equipo de oficiales a su alrededor te hacía la "mili" más llevadera. Sabía tratar a la gente a su mando, nada de falsos partenalismos.
Y llegó el 31 de cotubre de 1986, fecha del licenciamiento. Reconozco que se me saltaron las lágrimas, no `pude reprimirme; acaba una etapa de mi vida y por fin era libre o, al menos, eso pensaba yo.

martes, 19 de mayo de 2009

FACULTAD DE DERECHO - PUERTA NUEVA - EPÍLOGO

Llegamos al Curso 1984-85. Quinto y último año de la Licenciatura en Derecho. Segundo en Puerta Nueva. Primera novedad: elección de delegado de curso. En un principio, opté por no volver a presentarme; mi ego ya había sido cubierto con la experiencia del curso anterior. Se presentó un compañero que, aunque repetidor, no por ello menos eficiente. Su nombre, Ignacio Pereda, Nacho, para los amigos. Todo fue bien en los primeros meses, aunque el problema surgió a final de año, de 1984. Nacho se marchó, desapareció un buen día. Según parece había decidido marcharse a no sé qué misión, vamos que todos creíamos que se había metido a cura. Al pasar los años nos enteramos que no, que había entrado en una Fundación de Acogida de menores y gente desvalida y que su misión era recaudar fondos para ayudar a este tipo de personas con problemas, incluso fuimos hace poco a una cena organizada por todos sus amigos en La Salle: desde aquí un fuerte abrazo Nacho.
Así las cosas, comenzó el nuevo año de 1985 viéndome de nuevo ejerciendo la labor de delegado sin querer queriendo, aunque reconozco que tuve la estimable ayuda de Magdalena Entrenas.
Las nuevas asignaturas eran en su mayoría la segunda parte de las de cuarto. Así, estaba Civil IV, Familia y Sucesiones, Procesal II, Mercantil II y como novedades Filosofía del Derecho y Derecho Internacional Privado. Claro, que aún arrastraba el Derecho del Trabajo y Derecho Mercantil I.
El Derecho Civil, parte Familia, nos la impartió el Magistrado D. Antonio Puebla Povedano, hoy Presidente de una sección de la Audiencia Provincial, entonces del Juzgado de Primera Instancia Número Uno de Córdoba. Sus clases eran amenas, aunque como siempre vinculado al "Albaladejo". Familia, en cambio, la daba el catedrático D. José Manuel González Porras.
Derecho Procesal II, parte penal, comenzó a impartirla Juan Burgos. Cuando éste venía, la gente optaba por irse a la cafetería. Nos dio el procedimiento monitorio, actual abreviado penal, ya que lo de monitorio ha pasado al ámbito civil. La gente esperaba a ver quién venía a dar la clase: si era Peláez, la mayoría se quedaba, pero si era Burgos, todos salíamos flechados para la cafetería.
Mercantil II, títulos valores, concursal, etc., nos la daba el catedrático D. José Mª Viguera Rubio. Tío centrado que venía de Sevilla, guardaba sus explicaciones por riguroso orden, siempre enchaquetado y hablándonos de usted.
Con este profesor llegó el escándalo en este curso. Bueno, no sólo con él, sino también con el representante de curso, Sebastián Almenara. No dije antes que para el año que quedaba, todos decidimos que continuase en ese puesto dicho compañero, aunque luego, la mayoría se arrepintiese de la decisión. Todo ocurrió así. Un Lunes de primavera, antes de que llegase Viguera a dar su clase como siempre, Sebastián me dijo muy nervioso que había ocurrido algo en la Junta de Gobierno del Viernes anterior. Antes de que terminase de contármelo, aparece el citado profesor, sin chaqueta, en plan como se dice ahora "casual wear". Se dirigió a la pizarra y escribió tres frases en latín, entre las que figuraba "pacta sunt servanda" o la que dice "rebus sic stantibus". La gente estaba perpleja, no entendía nada, pero, D. José María no íbamos por la letra de cambio? decían unos. Viguera no atendía a explicaciones. Al final de la clase por fin se aclaró todo. Sebastián estaba a mi lado con la cabeza agachada.
En definitiva, todo había tenido lugar en la Junta de Gobierno. En el turno de ruegos y preguntas, Sebastián dio las quejas de que los departamentos no cumplían sus horarios de consulta. El Decano, Peláez, le desafió a que no generalizase, que fuese más específico (según Sebastián se habían puesto de acuerdo anteriormente él y Peláez). En ese momento, nuestro representante señaló descaradamente al de Mercantil, vamos que lo crucificó. Y no era para menos: si alguien nunca estaba en su departamento, ese era Peláez. Pero no, se fue a por Viguera.
De ahí venía el cabreo que pilló este último. Nos dijo que ya que teníamos como representante a semejante individuo (la clase comenzó a mirarlo de forma que lo habrían acribillado de haberlos dejado) pues que nos fastidíasemos. Los pelotas de turno, cuyo nombre me reservo, comenzaron a pedirle disculpas de forma bochornosa: parecían niños de primaria; cualquier cosa antes que se les estropease su carrera. Se lo advertí a Sebastián: tío, mientras Viguera esté en la Facultad, tú no apruebas el mercantil. Mis augurios se hicieron realidad, primero, porque una tarde así me lo confesó el profesor en cuestión, del que me hice bastante amigo a su instancia y, segundo, porque, en efecto hasta pasados unos años, no pudo acabar la carrera mi compañero, justo después de irse el profesor a Sevilla de forma definitiva. Como diría un castizo, "cosas de la vida" y, sobre todo, nunca te enfrentes a quien tiene en un momento de tu vida el poder sobre ti.
Derecho Internacional Privado nos la dio una profesora proveniente de la Universidad de Oviedo, discípula de Carrillo Salcedo. Sólo recuerdo de ella la pinta de pasota que tenía y que se admiraba que en pleno mes de mayo fuésemos en manga corta: friolera que era la muchacha.
Filosofía del Derecho. Nos la daba Fernández Escalante con sus locuras que hoy serían tildadas de filonazistas, racistas y todos los istas. De él sólo recuerdo lo que solía repetir. Último curso de carrera, ahora sois todos amigos y compañeros, en cuanto salgáis a la calle seréis competidores y qué razón tenía.
Llego fin de curso. Exámenes. Me volqué en las siete asignaturas, cinco y las dos de cuarto, aunque la más floja fue la de Peláez. Las aprobé todas, menos la de Peláez que fue él quien me aprobó como a otros tantos, eso sí con la inestimable ayuda de Almenara.
El día 1 de julio de 1985 celebramos la cena de fin de carrera en el Castillo de la Albaida. Desde entonces y cada cinco años me encargo de reunir a la tropa, aunque no todos comparecen a pesar de ser llamados a capítulo. Siempre han existido los grupitos y parece mentira que habiendo transcurrido casi treinta años que iniciamos la carrera, algunos sean tan nenatos o como se dice en Córdoba, tan faltuscos.

miércoles, 1 de abril de 2009

FACULTAD DE DERECHO - PUERTA NUEVA

Y llegó el gran día. Curso de 1983-84. Cuarto año de Licenciatura. Este año fue glorioso por diversos motivos. El primero y más importante: estrenábamos edificio. Por fin, tras diversos años de espera, las obras habían finalizado y podíamos ocupar nuestras nuevas aulas. Claro que lo de las aulas era un decir. Se había remozado todo el edificio, antiguo hospital de antituberculosos, luego trasladado a la Sierra, concremtamente, al Hospital de "Los Morales", para luego ser reconvertido en Maternidad (de ahí la figura materna existente en el pequeño jardín de la fachada). Por cierto, que según supimos meses después, las incubadoras habían estado situadas en la última planta de la fachada, donde los departamentos de Civil y Procesal.
La parte más bella era el claustro del antiguo convento del Carmen, cuya Iglesia linda con la Facultad, aunque inacabado y cuyas barandillas de madera estaban de "mírame y no me toques". Las acabarían años después. Teníamos ocho aulas de cincuenta plazas, a las que se dio distinto fin, una Secretaría, Biblioteca y "dos" salas de lectura, cafetería, una Aula Magna, con una capacidad de cuatrocientas personas y tres aulas grandes, de un aforo de entre ochenta y cien personas y, además, un Salón de Grados. También una centralita, piso-vivienda del conserje, departamentos de Historia, Romano, Civil, Derecho del Trabajo, Mercatil, Canónico, Penal, Administrativo, etc., y hasta un ascensor. Ahí se acababa el edificio. Al final había un solar con una palmera todo lleno de yerbajos.
Recientemente regresé a mi querida Facultad y aquello está irreconocible. Según parece, en el año 1994 hubo una nueva remodelación, mejor dicho una ampliación. En aquel solar abandonado se han hecho nuevas dependencias, hasta con cocheras y todo. El centro del mismo lo ocupa en la actualidad la biblioteca, con forma redonda y varias plantas. Se han hecho nuevas aulas y se han trasladado varios departamentos, entre ellos el de Administrativo. Me alegro tanto por el personal docente como por el alumnado, así como del personal restante.
Pero volvamos a 1983.
El decano continuaba siéndolo el Catedrático de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, D. Federico Durán López; el Secretario, su amigo y compañero, el Catedrático de Derecho Mercantil, D. José María Viguera Rubio, cuyos departamentos, estaban juntos en la misma planta. La cátedra de Derecho Civil, la seguía ostentando y por mucho tiempo D. José Manuel González Porras. La de Derecho Administrativo, D. Luis Cosculluela Montaner, mientras que la de Derecho Procesal era de D. Manuel Peláez del Rosal. Historia del Derecho, Sr. García Marín. Pero si había un catedrático peculiar, ese era el de Filosofía del Derecho y Derecho Natural, Fernández Escalante. Vamos, hoy no sé por dónde andará, pero tenía unas convicciones raciales muy especiales respecto a la raza aria, los negros y gitanos.
Recuerdo con cariño a aquellos primeros conserjes o bedeles como eran Navarro, Ricardo o Luis, estos dos últimos cuñados porque sus esposas eran hermanas. Además, Luis fue el primer bedel en habitar en la casa. Por cierto que hoy aquel piso se ha convertido en el Departamento de Economía.
En la biblioteca seguía al frente M. Carmen, con más espacio y más libros. La Secretaría tenía al mando de Antonio Arrabal, creo que aún sigue, tío diligente donde los haya.
El segundo motivo de importancia me afectó a mí personalmente. Salí elegido delegado de curso, mientras que como representante de la clase de cuarto, a nivel externo, lo fue Sebastián Almenara Angulo. Mi elección lo fue como la de los antiguos césares, a mano alzada y, sobre todo, porque nadie quiso presentarse. Reconozco que siempre había sido muy crítico con mis antecesores y me presenté por asumir un cargo de responsabilidad, cumplirlo fielmente y dedicarme a mis compañeros. Vaya que si lo cumplí.
Había una cosa de la que siempre nos quejábamos: siempre éramos los últimos en poner las fechas de los exámenes en el mes de junio, con lo que al no haber, sitio resulta que las fechas entre cada prueba quedaban muy próximas.
Lo primero que hice aquel año fue irme a Secretaría, me senté con Antonio Arrabal y le pedí el cuadrante. Nadie había reservado aula alguna de ningún curso. Puse las fechas como todos queríamos, las confirmé con los profesores y dado su visto bueno, anuncié las mismas en la clase. Aquello le gustó mucho a la gente.
Otra cuestión fue la de organizar la foto de la orla. Me informé de varios sitios y al final opté por Foto Rodríguez, entonces en la calle García Lovera, hoy en Encinarejo. Pedazo de fotógrafos que de forma ordenada hicieron pasar por su estudio a toda la promoción y a algunos agregados. Te hacían la foto con una esclavina de color rojo. Qué bien quedé con mi flequillo y sin gafas, aunque como dice el dicho que la cara es el espejo del alma, mi padre cuando me vio me advirtió que sí que estaba muy guapo, pero que tenía cara de "chinorri", palabreja calé cuyo significado no entendí. Me lo explicó: se me ve cara de inocencia y que cuando pasase el tiempo, me observara en el espejo, vería el cambio en mi semblante. Mi padre y su sabiduría popular, pero es que además tenía razón.
Ese curso estrenábamos varias asignaturas: Derecho del Trabajo, Mercantil, Procesal.
Respecto a Trabajo, he de reconocer que mi relación con Federico Durán no era ni buena ni mala, sencillamente no era, no existía. Desde el principio me di cuenta que no le caía demasiado bien, ni él a mi tampoco, no había eso que se dice "feeling" entre ambos. La primera vez que me dirigí a él para preguntarle al salir de clase por el cambio de fecha de un examen, su respuesta me sorprendió. Y ello porque yo lo veía tan educado, tan fino que cuando me respondió que no, que si no iban a decir que el Decano era un cabrón, aquello me dejó perplejo. Cuántas cosas de la vida iba a aprender aquel año. El segundo tropiezo con este profesor ocurrió un día en que me urgía ver a José María Viguera, el de Mercantil. Como siempre iban juntos a tomar café o al menos eso nos parecía a todos, me llegué primero a su Departamento, el cual estaba vacío. Como el de Trabajo estaba al lado, llamé a la puerta, fui preguntando dentro del mismo hasta que llegué al final. Con correción abrí la puerta y me encuentro de frente, sentado en su mesa a Durán, le pregunto si había visto o sabía donde estaba el de Mercantil y su respuesta fue: "Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" Me dejó parado en seco. Aquello me sonaba y balbuciendo le repliqué, vamos que no lo ha visto, no? A los pocos segundos caí en la cuenta que aquella frase era de la Biblia, de cuando Dios le pregunta a Caín por su hermano Abel, vamos cuando ya se lo había cargado con una quijada de burro. Sería hijo..... Más listo que el Libro gordo de Petete. Por eso, cuando tenía que dirigirme a aquel tío, reconozco que tomaba mis cautelas.
Otro personaje curioso era Manuel Peláez. Un año más tarde llegaría a ser Decano y por muchos años. Estaba en su apogeo. Además de Decano de Derecho, llegó a presidir la Real Academia de Córdoba, Magistrado honorífico de la Ilma. Audiencia Provincial de Córdoba, se compró un convento franciscano en su pueblo de Priego de Córdoba, daba los cursos de verano sobre el barroco, sacaba libros, jugaba al tenis, era un fenómeno o, al menos, eso parecía.
Ese año se inventó lo de los casos prácticos. Nos ponía unas filminas de casos reales de los juzgados. Luego, los convertía en fotocopias que se las entregaba al Sr. Delegado de Curso, o sea, a mí para su distribución y venta, previa anotación en lista. Allí me tenías a mi haciendo el capullo, nunca mejor dicho, cargado con un gran maletín de fotocopias, pasando lista a la peña y recaudando a duro por folio. Recuerdo que se vendían todas. Sacaba unas siete u ocho mil pelas semanales que luego entregaba al ínclito profesor, el cual sólo me daba las gracias y ni para tabaco. Cuando llevaba haciendo el tonto durante tres semanas, a la cuarta tuve que agudizar mi ingenio y salir de aquello a mi manera. Me inventé un rollo: le dije que la clase estaba muy enfadada por los precios a los que se cobraba el folio, que en reprografía costaban la mitad. Le convení y mandó los originales a aquel servicio. No compró las fotocopias nadie. El misterio de la venta era el puñetero control listado que el delegado hacía y como en reprografía nadie controlaba, pues nadie se las compró. Creo que el Peláez se percató de la jugada y me miraba raro, me daba igual, para listo mi menda.
Por cierto que ese año y en mi condición de delegado de curso sufrí un "golpe de estado" por parte del profesor Peláez en compañía de mi amigo Sebastián Almenara, éste último sin querer queriendo. Y fue así. Mi futuro suegro, Manuel de Toro Sotomayor, al ser asesor de APEPMECO, patronal del comercio en Córdoba, fue invitado a ir a Madrid a la sede de la CEOE para ser informado del nuevo pacto social denominado Acuerdo Económico y Social (AES) durante un par de días, en la sede de la calle Serrano. Me invitó a irme con él y de paso conocer Madrid. No lo pensé dos veces y era una oportunidad para mí de conocer por vez primera la capital de España. Mi misión como delegado de curso había sido cumplida, en el sentido de tener fijado el calendario de exámenes de junio y, sobre todo, haber reservado con antelación el Aula Magna. Los exámenes aún quedaban lejos de celebrarse y si surgía algún problema allí estaba Sebastián Almenara para cubrirme.
Así las cosas, marché para ese gran poblachón manchego. Fuimos en el BMW 733 de mi suegro. Entonces no había AVE y la autovía hacia Madrid estaba ejecutándose en aquel año de 1984 aunque ya había desdoblados algunos tramos. Nos instalamos en el Hotel Meliá Castilla, sito en la calle Capitán Haya de Madrid. Pasé unos días divertidos porque mientras mi suegro asistía a las Jornadas, yo, vestido con mi chaqueta azul marino y mi corbata me dispuse a corretear Madrid. Para ello me agencié un plano callejero y me dediqué, cual buen cateto provinciano, a visitar los lugares más simbólicos de la Capital (Museo del Prado, Biblioteca Nacional, Paseo de la Castellana, etc.), me monté en el metro, autobús y taxi. Por cierto, que el metro no me gustó: todo el mundo iba corriendo a todos lados. Parecía que alguien había dado la consigna de "el último, m.........". En fin, que pasé unos días estupendos.
El problema surgió a mi vuelta. Según parece, el Sr. Peláez preguntó por mí y al decirle que me había ido de viaje, sacó una lista de alumnos de cara a los exámenes finales. La lista estaba dividida en cinco grupos, la cual aún conservo como prueba de lo que digo, daba por aprobados a unos veinte alumnos "por curso", vamos por la cara; luego, tomando como referencia el tocho del libro de cabecera, el "Ramos Méndez", con un contenido cercano a las mil páginas, estableció un segundo grupo que, prácticamente también estaban aprobados, pero que tenían que hacer un pequeño trabajo sobre un tema, a su elección y en sede departamental: vamos, igual que los anteriores pero no tan descarado. El tercer grupo, entre los que me vi figurando, estaba la morralla que además asistía normalmente a clase; para éstos, entraban unas cuatrocientas páginas. El cuarto grupo era otra clase de alumnos que además no habían aprobado el primer parcial, con un número de páginas asignado cercana a las quinientas páginas y, el último, grupo llevaba todo el tocho.
Llegó la fecha del examen y, por supuesto, que lo aprobé, a base de estudiar; lo mismo ocurrió con todas las asignaturas, todas salvo el Trabajo y Mercantil, con las que pasé al último curso de la carrera.

viernes, 20 de marzo de 2009

FACULTAD DE DERECHO

Como decíamos ayer.... De qué me suena eso. Bueno, pues como decía, mi primer año universitario no acabó mal del todo. Aprobé tres de las cuatro asignaturas y pasé a segundo con el Derecho Romano pendiente, aunque llegó febrero y todo quedó arreglado.
El nuevo curso, segundo, seguíamos ubicados en el Hospital del Cardenal Salazar, junto con el alumnado de Filosofía y Letras. Parecía que ya empezábamos a controlar la situación. De los más de quinientos que comenzamos, ya quedaban menos. No dije que entre los compañeros había un grupo al que llamábamos los "abuelos", gente que trabajaba y eran mayores que nosotros. Así, recuerdo a Emilio Berenjena, Antonio López de Letona, etc.
La novedad ese año era que ya éramos veteranos y mira por donde aquel curso, 1981-82, llegaba Lola de Toro junto con otras compañeras de las Francesas como Paqui Escribano, fallecida años después en accidente de tráfico, María Dolores Blanco, hoy Letrada de la Junta de Andalucía y María Fortes, el trío lalala, a cuál más inteligente, Pili Seoane, Rafi Lindo, hoy Notaria de Fuente Palmera y otras más. Llegaron un poco asustados aquellos novatos y cómo no, fueron bañados en huevo, como estaba mandado. El grupo se iba agrandando.
Comenzado el curso, las nuevas asignaturas demostraban que por fin empezábamos a ver algo de Derecho, algo jurídico. Así, por fin conocíamos el Derecho Civil, Civil I, de la mano del Magistrado Juez de Primera Instancia, D. José Luis García-Hichrsfeld, un señor con bigote, peinado hacia atrás, con gran vozarrón, pero sobre todo un caballero. Explicaba aun a su pesar con el "Albadalejo", manual al uso impuesto por el nuevo catedrático de Civil, D. José Manuel González Porras, ya que había sido su maestro. El magistrado no disimulaba su disgusto, puesto que él era de la vieja escuela y para sus clases remitía cada vez que podía al "Castán" o al "Picazo". La verdad sea dicha, el "Albadalejo" no le gustaba a nadie por lo poco didáctico del mismo.
De aquella asignatura, sólo recuerdo que había una compañera que siempre llegaba tarde y como quiera que el profesor dio la orden de cerrar la puerta de la clase, ella se quedaba a tomar apuntes en la misma "gradilla" o escalón existente en la entrada, sentada, escuchando de lejos. Así, hasta que un día la sorprendió el Magistrado y al increparle el porqué de tomar apuntes en aquel sitio tan incómodo, ella le manifestó que dado que le era imposible llegar a tiempo y por no molestar se quedaba allí. Desde ese instante Pura Hernández, que así se llamaba la alumna y hoy es Magistrada del Juzgado de lo Penal en Sevilla, quedaba autorizada a llegar tarde. Creo que el profesor tenía buen ojo clínico y apostó a caballo ganador.
Otra asignatura curiosa, el Derecho Canónico, hoy llamado Eclesiástico, nos la impartía D. Juan Rubio, ex sacerdote que luego llegó a ser Decano de la Facultad, buena gente, tímido, que llegó a calificar al alumnado en tres partes: los sentados delante, el cielo, los de enmedio, entre los que me encontraba con mis amigos, el purgatorio y, los últimos de la clase, los folloneros, el infierno. Nos explicaba unos casos tan raros como curiosos, que si una niña la raptaban unos gitanos, que si luego se casaba, que el matrimonio era rato y no consumado, posibilidad de nulidad del mismo, etc., siempre aplicando el Código de Derecho Canónico, el de toda la vida, que mira por donde, el año 1982 fue derogado por otro elaborado y más moderno aprobado por Juan Pablo II. Pero ese no lo catamos. La primavera de aquel curso llegaba. Existía un patio grande al que daban las ventanas de la clase, hoy inexistente porque sobre el mismo se efectuó la ampliación de la Facultad de Filosofía y Letras. Pues bien, una soporífera tarde a primera hora en la que teníamos esta "alegre" clase y aunque raro, la clase estaba silenciosa, se ve que los gatos silvestres que ocupaban el citado patio o solar, estaban en época de celo y se oían maullidos y bufidos de todo tipo. En un momento dado, se oyó maullar fuertemente a un gato. De repente, el profesor algo alterado preguntó que quién había hecho el gato. Desde el "infierno" una voz dijo: "pues el gato, gilipollas". El follón estaba servido, el alboroto fue general y de estar tranquilos, nos dimos cuenta que había sido el educador quien alegró el ambiente. Ese Rafa Rojano era un cachondo.
Al poco tiempo, se nos presentó a una nueva profesora de prácticas que nos alegró un poco la mustia clase, Salud Rodríguez Serrera, quien luego ejerció como Procuradora y hoy es abogada.
El Derecho Penal I nos lo dio a nuestro grupo de tarde un profesor muy peculiar, Francisco Lillo, asignatura por la que pasamos sin pena ni gloria, aunque fue nuestra toma de contacto con el mundo del delito y nos enseñaron que "nullum crimen sine poenae", manual el Rodríguez Devesa.
Economía la impartía una profesora que también lo hacía en ETEA, esposa de un alto directivo de la entonces Caja Provincial de Ahorros, Zafra-Polo. Sus clases eran amenas, nos dio sobre todo microeconomía. La ley de la oferta y la demanda: mantequilla y margarina. Vamos que la gente compraba margarina si no quedaba mantequilla. Origen del Banco de España, la Bolsa, etc.
Derecho Internacional Público la daba un catedrático maño, vamos de Zaragoza, Mariño de apellido. Un tío la mar de salado, con perilla y bigote que daba gusto oirlo en los temas de tratados internacionales y la zona marítimo terrestre, vamos las famosas doce millas.
El curso fue fenómeno, lo aprobé todo aunque sólo saqué notable en Internacional.
Llegamos a tercero. Curso 1982-83. Seguimos en la judería. Vamos quedando menos. Tenemos asignaturas que ya conocemos, vamos por el nombre. Así, tenemos Derecho Civil II, obligaciones y contratos, que nos la daba el catedrático D. José Manuel González Porras, como dije anteriormente, oriundo de Peñarroya-Pueblonuevo, discípulo de Manuel Albadalejo, cuyo manual nos hizo adquirir; explicaba sus clases y hacía los mismos ademanes que su maestro. Lo pudimos comprobar, al menos yo saqué tal conclusión, cuando vino a dar algunas conferencias años después. Sobre todo, cuando se quitaba y ponía las gafas. Pero decir que se esforzaba por enseñarnos. Una de las anécdotas de aquel año que me pasó con él fue cuando realicé el examen de junio. Como era el vicedecano de la Facultad, tenía un despacho en el Rectorado de la calle Alfonso XIII, me citó allí para que le leyese el examen dado que según decía no entendía mi letra. Nada más entrar, me dijo "Le auguro a Ud. un negro porvenir si se piensa presentar a oposiciones con esa letra que tiene". Mira tú que alegría me dio. Y es que mi letra parecía la de un médico, algo normal a la velocidad que tomábamos apuntes.
La asignatura de Derecho Penal II nos la daba Horacio Roldán Barbero que hoy día sigue dando clase. Buen profesor. Un día explicando el delito de hurto, al ponernos un ejemplo, se le escapó la palabra "mendingo" por mendigo, a lo que alguien le replicó "sí, que estaba mendingando". El jolgorio fue notable.
El Derecho Administrativo I nos lo dieron a la limón Manuel Rebollo Puig y el nuevo catedrático D. Luis Cosculluela Montaner, antes mencionados. Recuerdo la forma de expresarse de Cosculluela mediante un lenguaje culto, cultísimo diría yo. Nos recordaba a aquellos telediarios que decían cosas inentiligibles para el pueblo. Pero si algo hemos de agradecer a ese profesor es que fue el único que nos enseñó algo práctico como aprender a manejar el Aranzadi, tanto su repertorio de legislación como de jurisprudencia. Un día, al hacer referencia a la jurisprudencia, descubrió que nadie se había preocupado de enseñarnos su manejo. Hizo traer varios tomos de la biblioteca, nos lo entregó y nos explico pacientemente su uso. Gracias maestro.
Una disciplina que nos gustaba bien poco por lo aburrida era Hacienda Pública I, se supone que continuadora de Economía. Nos la daba Manuel Renedo Omaechevarría que, por aquel tiempo, salió como diputado al Congreso por el Partido Popular. Nada que comentar.

sábado, 7 de marzo de 2009

UNIVERSITAS CORDUBENSIS

Aprobada la Selectividad, denegada la beca solicitada así como el traslado de expediente a Granada para estudiar Filología Inlgesa, sólo me quedaba la opción de cursar una carrera en Córdoba. El problema era cuál. Me decidí por Derecho porque se acababa de crear ese año de 1980 la Facultad de Derecho en Córdoba junto con la de Jerez de la Frontera.
No es que antes no hubiese dichos estudios en nuestra ciudad, existía el Colegio Universitario adscrito a la Universidad de Sevilla, sólo que se cursaban los tres primeros años de la carrera en Córdoba para luego, los dos últimos ir a Sevilla y el título lo obtenías por dicha Facultad. Los profesores venían muchos de ellos desde la ciudad hispalense, aunque otros eran abogados en ejercicio. La sede estaba compartida con la Facultad de Filosofía y Letras, en el antiguo Hospital del Cardenal Salazar, donde siguen en la actualidad estos estudios. Lugar maravilloso e incomparable donde pasé los tres primeros años de la carrera hasta el definitivo traslado al antiguo Hospital Antituberculoso de Puerta Nueva en el año 1984. Parecía que nuestro destino era ir de hospital en hospital sin estar enfermos.
Según supimos luego por el Profesor Peláez del Rosal éramos la Promoción "Princeps". Por lo visto se denominó siempre así a la primera promoción que coincide con la creación de la Facultad de Derecho, aunque administrativamente siempre hemos sido la cuarta. Y ello porque cuando nosotros comenzamos primero, hubo delante nuestra otra promoción que comenzó cuarto, la de 1977-1982, la cual, cuando nosotros comenzamos segundo, ella comenzó quinto. Al finalizar ese año, esa promoción fue la primera que finalizó los estudios de la Facultad de Derecho de Córdoba, sólo que los había iniciado en el Colegio Universitario. Detrás de ella, hubo dos más, hasta que llegó la nuestra, que se licenció oficialmente en el mes de junio de 1985. Por ello, a pesar de ser la cuarta promoción administrativamente hablando, en puridad, es la primera que inició su andadura el año 1980 para finalizar en 1985. Bueno, eso sí, los que acabaron, entre los que me incluyo y que no llegó a medio centenar, de los casi quinientos alumnos matriculados en primero.
Según nos contaron, el mérito de instaurar la Facultad de Derecho en Córdoba se debió a las fuerzas políticas de aquellos tiempos donde predominaba la UCD de Adolfo Suárez y según parece, dado que la Universidad de Córdoba era muy joven, data de primeros de los setenta, se decía que no lo era de forma completa hasta que tenía sus propios estudios de Derecho. Así las cosas, el siguiente problema que surgió fue el del lugar de su ubicación. Para ello se pensó en rehabilitar el antiguo hospital de Puerta Nueva, cuyo claustro perteneció al Convento de la Orden del Carmelo, propiedad de la Excma. Diputación de Córdoba. Todavía quedan recuerdos de su antiguo propietario que se refleja en las puertas de madera de color verde claro y oscuro de algunos departamentos y aulas. La forma de pensar de los políticos quedó reflejada en el tema de las aulas. Como digo, nuestra promoción sola contaba con un número no inferior a quinientas personas y tras la rehabilitación del edificio principal se habían construido ocho aulas, con una capacidad máxima de cincuenta plazas cada una de ellas, recayentes a la fachada principal. Era algo absurdo. Cuando un día le pregunté al Secretario de la Facultad, a la sazón D. José María Viguera Rubio, Catedrático de Derecho Mercantil, el porqué de tal insensatez, el mismo me contó la anécdota siguiente.
Por lo visto, cuando se estaba remodelando el edificio, hacia el año 1981 ó 1982, visitó las obras el Ministro de Administración Territorial, D. Luis Cosculluela Montaner, que luego llegaría a ser Catedrático de Derecho Administrativo en la Facultad, alguien le comentó el número de alumnos matriculados en primero y el problema de las aulas tan pequeñas. La respuesta fue contundente: si queréis Facultad de Derecho tomadla así y luego vosotros la remodeláis o ampliáis, si no, no hay Facultad. Forma más rara de pensar los políticos. La Facultad tenía que adaptarse al edificio y no como debería ser: adaptar el edificio a las necesidades del alumnado y docentes.
Pero no adelantemos acontecimientos. Volvamos al viejo edificio de la judería. Así, como éramos tanta gente, nos dividieron en dos grupos, mañana y tarde, por el viejo sistema salomónico de los apellidos: de la A la L, por la mañana, y de la M a la Z, por la tarde. A mí me tocó por la tarde.
El profesorado, al principio, continuó siendo el mismo del Colegio Universitario, aunque paulatinamente se fueron incorporando nuevos catedráticos en distintas disciplinas. Así, aterrizó un nuevo catedrático de Derecho procesal, D. Manuel Peláez del Rosal, el cual se encargó en un principio de la Biblioteca, aunque unos años más tarde llegaría a ser el Decano. También llegó como Catedrático de Derecho Civil D. José Manuel González Porras, natural de Peñarroya-Pueblonuevo y nuevo en la plaza, el Catedrático de Derecho del Trabajo, D. Federico Durán López, el cual aceptó ser el Decano de la Facultad y su inseparable D. José María Viguera Rubio, como Catedrático de Derecho Mercantil, quien se hizo cargo de la Secretaría de la Facultad.
Como estaba mandado, aquel primer año se inició con la consiguiente novatada. Bromas que gastaban los mayores a los recién llegados. El día que nos tocó a nosotros, yo personalmente logré escabullirme, entre otras razones, dada mi altura y anonimato, observé desde lejos las novatadas. En un momento dado, recuerdo que uno de los veteranos, de segundo, creo que se llamaba y llama José Antonio Balsera, antiguo alumno salesiano como yo, me dijo que si no era también novato. Ante la pregunta, le respondí que, en efecto, que sí lo era, pero que estaba en Veterinaria y se lo creyó, con lo que me dejó en paz. Unos días más tarde comprobó mi mentira. El final de la novatada fue arrojar huevos a los novatos, adquiridos en un puesto de idem, al lado de la Facultad de Filosofía, que luego sería una de las entradas a la Delegación de Empleo de la Junta de Andalucía, en concreto, el C.M.A.C. en la calle Romero, al lado de la taberna Pepe el de la Judería.
Las asignaturas de aquel primer curso eran sólo cuatro: Derecho Romano, impartida por el hoy compañero y Abogado Eduardo García Bala, mientras que al grupo de mañana le daba otro insigne Letrado, Joaquín Illescas. Historia del Derecho, recuerdo que nos la daba un abogado sevillano todos los Viernes, de 16 a 19 horas, tres horas seguidas, para luego volver a la capital hispalense. Derecho Natural lo impartía Adolfo Jiménez-Castellanos, abogado igualmente y, finalmente, Derecho Político, nos lo daba un incipiente profesor, Manuel Rebollo Puig, hoy notable Catedrático de Derecho Administrativo, discípulo de López Menudo, al que constantemente nos hacía referencia.
Como anécdota de aquel curso, decir que la tarde del 23-F, Lunes, día aciago del intento de golpe de Estado protagonizado por el Teniente Coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina con el asalto al Congreso de los Diputados, y como quiera que unos días antes habíamos realizado el primer examen parcial de Derecho Político, el cual superé sin grandes alharacas, los compañeros que habían suspendido podían revisar su examen en el departamento de Político (por cierto, un adosado a la pared con paneles y una puerta). Bien, pues sobre las 18,30 aproximadamente y cuando en esas estaba mi querido amigo y compañero de carrera, Rafael Perales Romero, viendo el examen con Manolo Rebollo, de repente y según nos contó Rafa, aparece uno de los conserjes, el archiconocido Navarro, y le dice al profesor. "D. Manuel, que acaban de dar un golpe de estado, que ha entrado un guardia civil en el Congreso y los tiene a todos secuestrados". Los presentes se pusieron un poco nerviosos y Rafa que para eso es un lince, le dijo al profesor que en esa situación qué iba a hacer con el primer parcial de Político suspenso, ante lo cual, Rebollo le puso aprobado en el examen y salieron pitando. Ya ves tú, como si aquello fuese lo más grande del mundo. Pero el compañero consiguió su propósito.
Quiero hacer mención a los compañeros que hicimos grupo aquel primer año y que con el devenir de los años seríamos buenos amigos hasta el día de hoy.
Así, en un principio y de forma casi imperceptible nos colocamos en un inicio en orden, conforme a nuestros apellidos. Así, en mi caso, a mi lado estaba la desaparecida Sofía Muñoz Cantador, cuya muerte ocurrió hace bastantes años en un trágico accidente de tráfico, que llegó a ser abogada y era de lo más simpático de la promoción, descanse en paz y sirvan estas líneas de pequeño homenaje. Al otro lado, se sentaba Reyes Muñoz Pinilla, con la que tuve poco contacto, entre otras razones, por su timidez. Detrás mía estaban dos alumnos procedentes del Colegio Cervantes o también llamados Maristas, dos Rafaeles como dos soles: Rafael Perales Romero y Rafael Rojano Segorbe. Del primero ya comenté su anécdota, hoy gran abogado dedicado al mundo del transporte, mientras que Rafa Rojano es funcionario, además de su gran dedicación y pasión al mundo cofrade. Por la letra R también estaba José Rafael Romero Cobos, compañero proveniente como yo del Instituto Séneca, gran amigo y compañero de fatigas, hoy también funcionario. Por su lado, se sentaba nada más y nada menos que José Miguel Tirado Tejedor, vamos Miguel Tirado para los amigos, compañero del Séneca, del teatro, de viajes y de tantos y tantos buenos ratos que echamos, hoy en día abogado en ejercicio, cuyo hermano, Román, fue por determinadas circunstanscias, mi padrino de jura en el Colegio de Abogados. Qué pequeña es Córdoba. Niñas. Respecto a éstas, allí estaba Concha Sánchez Gómez, de Posadas, a la que la conocí por culpa de mi torpeza, vamos que llegué a pisarla sin querer y cada vez que me veía, se levantaba. Creo que me consideraba algo pataleto. Fue al principio, pero luego se hizo del club que nos juntábamos al final de cada clase en los pasillos a fumar, cuando fumábamos. Al grupo también pertenecía Pepa Moreno Chacón, gran amiga y hoy dedicada a la función pública, también Carmen Sáez Lara, proveniente del Instituto López Neyra, para mí la tía más inteligente y lista de la promoción, siempres sacaba sobresalientes y matrículas de honor y no nos equivocamos, hoy es Catedrática de Derecho del Trabajo, fue Letrada del Tribunal Constitucional y yo que sé de cosas más. También estaba la letra Z, destacando entre ella, Juana Zurita Raya, persona amable donde las haya, vamos buena gente, aunque al principio se quedó en el Departamento de Mercantil, opositó al cuerpo de Interventores y se dedica a la función pública, aparte de ser la compañera de otro gran amigo, Mariano López Benítez, otro de los "cocos" de la promoción, haciendo siempre gala de un gran discurso, tío inteligente y compañero de todos, hoy dedicado a la Universidad y Catedrático de Derecho Administrativo. Vaya pedazo de promoción. También estaba un compañero procedente de la entonces llamada Universidad Laboral, Santiago Merino Ávalos, hoy dedicado a la abogacía orientada al tema fiscal. También se unió al grupo otra compañera que al principio siempre iba con Pepa Moreno y que se llama María Dolores Tejederas Uceda, oriunda de Fernán Núñez, hoy trabajando para el Servicio de Empleo, no sé si del Estado o autonómico. No puedo dejar de mencionar a Marina López Aguirre, compañera y abogada igualmente, ni a tantas otras compañeras a las que pido perdón por no recordar sus nombres y referidas a aquel año. La mujer se estaba imponiendo.
Aquel curso se eligió delegado a Federico Nieto, tío de gran labia y cumpliendo siempre con su labor, primo hermano de otro gran estudiante y de igual nombre, me refiero a Federico Navarro Nieto, hoy dedicado a la docencia como Catedrático de Derecho del Trabajo y Decano de la Facultad de Ciencias del Trabajo.
Recuerdo que aquel primer año todavía estaba de moda ir de "mesones", por la judería, sobre todo, la calle Deanes, donde estaban los bares y tabernas donde muchas veces nos reuníamos, en el bar del mismo nombre de la calle citada, hoy desaparecido, "Deanes", el Bar-Mesón "Albolafia", hoy día desaparecido y sustituido como no por una gran tienda de souvenirs, el Mesón "El Burlaero", compartiendo entrada con la puerta falsa de "El Caballo Rojo", "Pepe el de la judería", "Casa Rafaé", "La Uva", donde servían el famoso fifty-fifty, mitad vino blanco mitad dulce, "El Churrasco" para tomar café, Bar "Mezquita", donde te ponían los mejores boquerones en vinagre del mundo, o en "Santos", la mejor tortilla de patatas, Mesón de "El Conde", el Mesón de la Luna, etc.
Ya por aquella época comenzaron algunos problemas suscitados por los planes de estudio, respecto a los alumnos que nos precedían y se montaron algunas huelgas, por ejemplo con el Mercantil, también con la masificación de las aulas, aunque la sangre no llegó al río. Muchos de aquellos huelguistas hoy son reputados abogados, procuradores y hasta jueces. La vida seguía.
También nos apuntábamos a toda fiesta que diesen bien en Agrónomos, Derecho o Filosofía y Letras, cualquier sábado. Un día, algunos nos escapamos de clase y fuimos al Cine Góngora a ver una película nueva, "La vida de Brian", de los Monty Phyton. No me he reído más en mi vida.
En cuanto a los exámenes, decir que no hubo gran dificultad por mi parte en superarlos, menos uno, el de Romano y todo por hacer una gilipollez: quedarme a estudiar toda la noche del tirón y sin dormir. Cuando llegué a realizar el examen, me quedé en blanco y por supuesto suspendí. Juré no volver a hacerlo más. La vida te enseña a base de palos.
Aquel año, sobre noviembre de 1981, llegó la fecha más temida para los varones de la época: el sorteo de la mili. Alguien había ido a la "zona" a comprobar las listas. Entonces existía lo que se llamaba el excedente de cupo que a mí no me tocó. El sistema del sorteo a los que estudiábamos no nos afectaba directamente, ya que la mayoría de nosotros habíamos pedido la prórroga por estudios. Pero sí indirectamente. Me explicaré. Al tener concedida la prórroga, tu nombre no salía en las listas, pero tenías que fijarte en el destino de los de tu misma fecha de nacimiento, porque el lugar de destino de ellos, sería el tuyo cuando finalizases los estudios. Pues bien, a los del mes de enero de 1962, mi mes y año de nacimiento, tenían por un lado, el destino de Olla Fría, en Tenerife, por otro el CIR 4 y 5 en Cerro Muriano y por último, habíamos tenido suerte, porque los nacidos entre los días 11 a 15 de enero, eran excedentes de cupo. En mi caso, mi destino quedó unido al CIR 5, o sea, tendría que hacer la mili pero en Córdoba, no estaba mal. Más afortunado fue mi gran amigo Antonio Cuevas, hoy veterinario, que por haber nacido el día 13 de enero de 1962 fue excedente de cupo. La ley vigente preveía que en tal caso, si renunciabas a la prórroga, automáticamente te habías quitado la mili de encima. Otra incógnita de tu futuro que se despejaba, acabar la carrera y luego hacer el servicio militar.
Claro que existía otra opción: hacer el I.M.E.C. o también llamada escala de complemento, con lo que salías de sargento o alférez, una forma de entrar en el ejército, heredera de los llamados alféreces provisionales de la Guerra Civil, y que si preferías podías seguir ascendiendo, dejando la carrera aparte. Yo lo tenía claro, lo militar no iba a ser lo mío, y dado que me había tocado Córdoba, no pensaba complicarme la vida.
A pesar de formar nuestro pequeño grupo de clase, también comenzamos a conocer gente del grupo de la mañana, aunque no coincidiésemos en el horario de clases. Aquel año también llegaron algunos antiguos compañeros de Salesianos, como Juan Bosco Jurado Pérez o José Antonio González Alarcón, ambos igualmente al día de hoy abogados. De la charpa de Rafa Rojano, comenzamos a conocer gente como Eloísa Carbonell Porras, formidable compañera, hoy dedicada a la docencia, creo que en la Universidad de Carlos III en Madrid, Pedro Ahumada Lara, Inma Córdoba, "Focho", la delegada del turno de mañana, Magdalena Entrenas Angulo, hoy compañera en el ejercicio de la abogacía, su inseparable Berta, o Diego, ya fallecido, "Gabi", Francisco Acosta Palomino, abogado igualmente, así como profesor y Director de la Escuela de Práctica Jurídica, Sebastián Almenara Angulo, hoy Procurador de los Tribunales, no pudiendo olvidar a mi gran amiga procedente del Séneca como yo, Trinidad García López, abogada también, compañeros todos ellos que con el paso del tiempo agrandarían el grupo aún más si cabe. Ese año fue fabuloso en lo que a amistades se refiere. Amplié el número de mis amistades con esta nueva peña, sin descuidar a mis antiguos compañeros, aunque reconozco que nos fuimos alejando cada vez más, ya que con quien realmente estabas todos el día era con los de Derecho.
Se me olvidaba un importante detalle: mi novia de toda la vida y hoy mi esposa, compañera, y madre de mis hijos, Lola de Toro, que a pesar de estar aquel año aún en C.O.U. en su Colegio de las Francesas, ya se venía con nosotros a todos los saraos que podía. Pero eso, eso es otra historia.

domingo, 22 de febrero de 2009

EDUCACIÓN SENEQUISTA. ACTO CUARTO Y EPÍLOGO

El mes de septiembre de 1979, pronto hará treinta años, vino con la novedad de que algunos de mis compañeros a los que le había quedado el inglés, vinieron a casa a pedirme les tradujera una serie de exámenes con preguntas. Aquello no me sonaba bien aunque me presté a hacerlo. Alguien le había comentado a alguien la facilidad de entrar en los departamentos de las asignaturas del Instituto, a mediodía, sin forzar nada y hacerse con los exámenes. Nos pusieron en contacto con un compañero de otro curso que a la sazón vivía en los bloques de pisos colindantes al centro. Este chaval tenía en su casa un tablón de madera con todas las réplicas de las llaves de todos los departamentos del Instituto; había entrado día a día, realizado una copia y te podía facilitar la que desearas con la sola obligación de devolvérsela. Pues según parece, mis amigos lo hicieron, arramblaron con un puñado de examenes, me los dieron, los hice todos y al parecer, el examen tenía tres folios, de los cuales acertamos con dos, con lo que el resultado fue un éxito: todos aprobaron.
Pero la verdadera novedad del curso fue la llegada, por vez primera en la historia del "Séneca", de las chicas. Llegaron a todos los cursos, pero a nosotros, como ya estábamos en COU, sólo nos pilló ese curso. Aquel año había dos clases de Letras y tres de Ciencias. En la mía, letras puras, con Latín y Griego, llegaron varias compañeras procedentes de distintos centros (Teresianas, Francesas, Esclavas, etc.). Recuerdo a Trinidad García López, hoy insigne compañera Letrada, su inseparable amiga de colegio Maite, María José de Diego, María Victoria Gómez Muñoz -a la sazón hija del que después sería mi Teniente Coronel de Artillería, D. Fernando Gómez Puebla - Mariví de las Heras, Catalina Sánchez Sánchez, etc. Pero si había una chica peculiar, esa era Esperanza Muñoz de la Espada, única procedente de las francesas. Esta iba a su bola, independiente, no solía relacionarse mucho con las demás, aunque cuando después la conocimos de verdad, se unió a nuestro grupo de amigos.
Las chicas cambiaron nuestra forma de ser, me refiero a nuestro comportamiento de chavales borricos: se acabaron los eructos, pedos y demás historias escatológicas, al menos delante de ellas. La gente se volvió un poco más "fina". Algunas de ellas se unieron al grupo de teatro, como fue el caso de Mariví o María José, lo que nos permitió escoger obras donde estuviesen representados ambos sexos.
En cuanto al profesorado, el tipo más peculiar que nos tocó aquel año fue el profesor de Filosofía, D. Otto Wagner López. Según parece, hijo de un alemán y una gaditana. Tío alto, fuerte, de poco pelo, piel clara, con grandes morros y ojos azules o grises. Estaba un poco "ido". Sus clases eran de lo más estrafalario. Nos decía que para él buen alumno era el que vestía de orden, vamos con pantalón de tergal, se refería claro a los chicos, y no con vaqueros. Ya ves tú, cuando la mayoría de nosotros era el vaquero lo que más usábamos. Otra detalle para él era leer la tercera del ABC; ahí entendimos por lo menos yo que la tercera, era la tercera página del periódico ABC y, para finalizar, la música, que por supuesto tenía que ser la clásica, nada de rock and roll, ni demás memeces. Por ello, eran muy pocos los que cumplían con los tres requisitos y puede ser por lo que en Junio de aquel curso fueron muy pocos los que aprobaron la disciplina, entre los que tampoco yo estaba.
Como anécdota acaecida con este personaje, contar que un día que estábamos de huelga, no recuerdo por qué motivo, y dado que su clase era de doce a una y como quiera que no pudimos hablar con él para comunicarle que no entraríamos a clase, algunos de nosotros nos colocamos en la entrada del Instituto para esperarlo. Y, en efecto, unos diez minutos antes apareció por la cuesta Don Otto, nos acercamos a él y le contamos lo que pasaba. Él se quedó un poco perplejo por las noticias y cuando alguien le dijo que se había colocado un cartel a la entrada del centro, su respuesta fue que no lo había visto, sobre todo, "porque cuando yo entro, entro mirando al infinito". Todo estaba dicho. Fue una respuesta inesperada que demostraba quién era el tipo.
Ese año hicimos de nuevo teatro. Joaquín seguía siendo nuestro profesor de Literatura y nuestro director artístico. La obra elegida fue de Alejandro Casona y el tema, la ínsula barataria o el Gobierno de Sancho Panza. Por supuesto que el papel de Sancho lo interpretó Antonio Luque. Con la excusa de la obra de teatro aquel año volvimos a viajar a Melilla.
Por cierto que ese año fue el de los viajes: hicimos la Ruta de la Plata (carretera Badaloz adelante, hasta Mérida, Trujillo, Plasencia y, por supuesto, hasta el Monasterio de Yuste, última morada del Emperador Carlos V). Me prendé de Mérida, aquella Emerita Augusta me caló tan hondo que si tuviese que irme a vivir a otra ciudad que no fuese Córdoba decidí que sería Mérida mi destino. En Trujillo me impresionó sus casa solariegas así como el monumento a Trujillo, imponente sobre su caballo, figura ecuestre a cuyo lado nuestro Gran Capitán parece ir montado en un pony.
Ese viaje estaba dirigido por Joaquín y el profesor de Latín, D. José, Catedrático de dicha asignatura y pedazo de profesor, buena gente y sabiendo enseñar. No olvidaré las traducciones de Virgilio. Hace unos meses concidí con él en un funeral y me dijo que dejó la enseñanza media y que ahora está en Filosofía y Letras.
Respecto al Griego, nos los siguió dando la Srta. Nemesia Nevado. Sólo éramos doce alumnos. La mayoría de alumnos de letras prefirieron la Historia del Arte, con José María Zapico. A todos se nos hizo complicada la asignatura, menos mal que teníamos a Antonio Luque pedazo compañero que nos pasaba siempre el examen y así aprobamos todos. Como anécdota de esta asignatura decir que hubo un compañero, cuyo nombre me reservo, que en el colmo de la copia se lo hizo en un examen con un libro, del cual copió toda la traducción. Cuando la Nevado dijo los resultados de la prueba, se dirigió al citado alumno y le preguntó sobre la traducción, le dijo que le parecía demasiado libre; el compañero, sin inmutarse le replicó que se había estudiado de memoria un libro que él tenía y que cuando hizo la pregunta, se acordó literalmente del texto. No se lo creía ni él, ni por supuesto, la Nemesia. Ésta por sí o por no le hizo repetir el examen durante la clase. No hace falta dudar que se lo pasó Luque y finalmente aprobó. Aquello era soltarse de manos, vamos una chulería, pero no se repitió.
La Lengua española. Me refiero a la asignatura. La impartía Alfonso Uruburu. Hasta el nombre era feo. Al principio no tuve problemas puesto que era de mis preferidas, siempre lo ha sido y siempre lo fue. El problema surgió al poco de comenzar el curso. Nos puso un examen, creo que de sintaxis, de oraciones gramaticales, cuando repartió los exámenes con las notas, compruebo que había tenido dos o tres fallos y de nota ponía un 4,5. Aquello me extrañó sobremanera y cuando me levanté de mi sitio a preguntarle al Uruburu, me detuve a preguntarle a mi primo Rafa Centella su nota y me dijo que un 8,5. Le dije qué fallos había tenido y para mi sorpresa, eran los mismos que los míos. Entonces mi sorpresa se convirtió en indignación y me planté delante del profesor con los dos exámenes, el de mi primo y el mío. Le pregunté cuál era su método de corrección. El tío se puso colorado y tras reponerse porque no esperaba mi pregunta, me dijo que él tenía en cuenta no sólo los conocimientos sino también el comportamiento en clase. Le repliqué diciéndole que lo que era el examen era referido a saber, conocer la asignatura, nada de comportamientos que para eso haía otra nota.
Descubrí en aquel instante varias cosas: que me tenía fichado junto a otros compañeros de clase como golfos, por no atender en clase; que prefería a los de las primeras filas -entre otros, mi primo- los demás éramos la chusma y, por último, no hacer lo que hice: enfrentarme a un profesor.
Me dijo que si quería que me aprobase. Yo le dije que aquello no era justo. De pronto, y de forma aturullada tomó mi examen y me puso encima del 4,5 un 5. Como sabía que tenía una libreta donde apuntaba los resultados, le obligué a modificarla. Aquello fue mi perdición, sin saberlo me había creado un gran enemigo.
Más adelante puso un examen exclusivo de verbos, todos los tiempos y todas las conjugaciones. El día del examen, cuando todos estábamos en ello, de pronto se me ocurrió levantar la cabeza, el tío me miró fijamente y no sé por qué reacción ni motivo, me enrojecí y agaché la cabeza. No pasó nada. Pero cuando puso la nota y nos dio los exámenes, sólo había fallado en un acento. La nota un 9,5 y al lado decía "buena memoria o copia". Yo, que me sabía los verbos desde siempre y que estudié. Esta vez no le dije nada, pero aseguro que me acordé de toda su parentela. Así llegamos a fin de curso y allí me estaba esperando. Me suspendió a mala leche. No suspendí, me suspendió adrede y no aprobé hasta la convocatoria de septiembre. Todavía lo veo por la calle y el tío me mira raro y más de una vez he estado por irme para él y..., pero no merece la pena. Como dice mi madre, en el pecado lleva la penitencia, aunque creo que su conciencia nunca quedó tranquila.
Pero como todo en mi vida siempre ha sido ver lo positivo, el lado bueno, aprendía con ese tipo una gran lección: nunca te enfrentes directamente a quien tiene el poder o te perjudicará.

Por lo que se refiere al ocio y diversión de aquella época, decir que la promoción que iba delante nuestra, no olvidemos, la primera que inició el invento del B.U.P., sí la que estaba en COU cuando nosotros cursábamos tercero, decidió organizar el viaje fin de curso y para sacarse unas "pelas" pidieron permiso para hacer fiestas los sábados. Era la moda, al igual que antaño lo eran los guateques, ahora se estilaban esas reuniones a las que llamamos con el nombre genérico de "fiestas". Pues bien, a los que nos precedieron se le dio el oportuno permiso y la cosa les fue bastante bien, de hecho con el dinero que obtuvieron de todas las actividades desarrolladas creo recordar que se fueron a Canarias. El sitio: el Gimnasio grande del Instituto, con entrada por la puerta que tenía al lado del puente de San Rafael.

Con tal antecedente, nuestra promoción a través de una comisión, decidió igualmente organizar el viaje de fin de curso y de igual manera se acordó montar las fiestas los sábados. En el reparto de funciones a mí me tocó estar en el servicio de orden, vamos dentro del grupo uno más. La selección creo fue hecha en base a la altura, para eso sirvió mi metro ochenta y seis, altura que conocí ese mismo año cuando me citaron un día de enero, al igual que a toda mi quinta, en el viejo caserón de Huerto de San Pedro el Real para tallarme con vistas a un futuro no muy lejano cumplir el servicio militar.

Y llegó el gran día. Fue nuestro primer sábado y hubo un lleno absoluto, aunque entre el personal había gente "rara", me refiero con ello a una serie de individuos con malas caras. Fueron precisamente esos tipos quienes, en las dos únicas fiestas más que dimos, los que se cargaron nuestro negocio. Así las cosas, la tercera y última fiesta sabatina terminó como el Rosario de la Aurora. La tarde comenzó mal. A un compañero y a mí nos asignaron la puerta de acceso. Empezaron a llegar gente de todas clases, sobre todo, "choris" que se colaban sin pagar. En cuestión de dos horas aquelló se desmadró. La música era cortada a cada momento requiriendo la presencia del servicio de orden, ora en los aseos, ora en el ropero, etc.

Cuando entré en el gimnasio vi el alboroto existente en la barra. Un grupo de energúmenos tenían acorralado a nuestro compañero Téllez, trincado del jersey y dándole voces. Me acerqué, le di un toque a uno de aquellos chorizos, los cuales se volvieron hacia mí y cuando les pregunté lo que ocurría, me dijeron entre todos que le habían dado a aquel chaval no sé si cuarenta o cincuenta vales y no les quería servir. Conseguí mi objetivo: liberar al compañero que en un momento dado se escapó, quedando ya la barra sola. Como vi que querían seguir conmigo, me fui como pude haciendo mutis por el foro.

Después me llegué al vestuario que hacía las veces de ropero. Allí la escena no era mejor. Había una gran bronca liada entre los encargados y otro grupo de choris que tenían la "sana" intención de llevarse los abrigos y cazadoras que pudiesen, aun sabiendo que no eran suyos. Como quiera que alguien tuvo la lucidez de avisar a la Policía, en esas estábamos cuando, de repente, apareció por la puerta un policía, porra en mano, sin gorra y comenzó a requerirnos sobre lo que allí pasaba. Hablé yo. Le dije que aquellos "señores" pretendían llevarse aquella ropa, a lo que el agente replicó que eso se vería en Comisaría. A mí aquello que dijo me los puso de corbata. Ya me veía dando explicaciones a mi padre y la consiguiente bronca. No sé como lo hice, pero en un momento de despiste, me largué de allí y salí del gimnasio.

Fuera pude ver aparcados hasta tres "lecheras", como les decíamos a los vehículos policiales que, por entonces, llevaban siempre tres funcionarios policiales: un cabo y dos agentes. Hubo alguna que otra detención y bastante escándalo. Como es lógico, la Dirección del Instituto, visto lo visto, decidió que "nunca mais" habría fiestas los sábados.

Tuvimos que ingeniárnoslas de otro modo para sacar el dinero necesario para irnos de viaje. Limpiamos hasta los coches de los profesores, hicimos lotería, pegatinas, etc., y al final con lo recaudado nos fuimos a Mallorca en avión, mi primer vuelo.

Aquel viaje duraba una semana, última del mes de abril de 1980, con regreso el día primero de mayo. Salimos desde Córdoba con destino a Málaga en autocar (dos creo que llevábamos, porque éramos algo más de la centena) hasta el aeropuerto de Málaga. Tutelados por dos profesores: Joaquín Aguilera, como no, y el entonces Jefe de Estudios, profesor de Ciencias. Aunque el vuelo estaba previsto para mediodía, al final se retrasó y no salimos hasta las doce de la noche de aquel día. En el Aeropuerto de Son San Juan nos esperaban otros dos autocares para trasladarnos a la Playa de El Arenal. Hotel pequeño, confortable, casi al lado de la playa. Primer problema, toda la semana estuvo lloviendo. Justo el día del regreso apareció el sol. Entre las anécdotas del viaje, significar la gilipollez de un par de compañeros de robar el chaleco salvavidas del avión. Un grupo de nosotros se perdió toda la semana en la ciudad de Palma, vamos que no dormían en el Hotel. Por lo demás, nos aburrimos como ostras.

El regreso fue más movido. Al llegar al Aeropuerto de San Julián, en Málaga, cuando estábamos esperando el equipaje, para nuestro sonrojo y vergüenza torera, se oyó por la megafonía que se recordaba a la excursión de Córdoba que mien tras no se devolvieran los chalecos salvavidas, dos más a la vuelta, no se nos haría entrega de las maletas. Aquello indignó sobremanera a los dos profesores. Tras esperar un buen rato, alguien soltó en la cinta un chaleco. Ánimo, sólo quedaba otro, que apareció a la nada. Me imagino que nos vigilaban porque en ese instante comenzó a moverse la cinta transportadora y con ella nuestro equipaje.

Tras el viaje de fin de curso, llegaron los exámenes. Aprobé todo menos las dos asignaturas comunes: Lengua y Filosofía. La primera, "gracias" a mi enfrentamiento personal con el profesor, la segunda, porque el profesor suspendió a un porcentaje alto de alumnos entre los que me encontraba.

Llegó el mes de septiembre y las aprobé las dos. Lo siguiente fue la Selectividad, examen realizado durante dos días en la antigua Facultad de Veterinaria, hoy flamante Rectorado. Lo aprobé y la cuestión era la carrera universitaria a cursar.


martes, 17 de febrero de 2009

¿NUEVA UBICACIÓN DEL C.M.A.C.?

Según parece el Centro de Mediación, Arbitraje y Conciliación (C.M.A.C.) va a ser próximamente trasladado desde su sede actual, en la calle Manriques. Este organismo, dependiente de la Delegación de Empleo de la Junta de Andalucía, es el encargado de tramitar asuntos de distinta índole (depósito de estatutos de asociaciones profesionales y, sobre todo, los actos de conciliación previos y obligatorios según la ley en el caso de despidos, reclamaciones de cantidad, etc., antes de llegar al Juzgado de lo Social).
La cuestión no pasaría de ser una mera anécdota de no ser porque, habida cuenta que el espacio actual pretende ser ocupado por la nueva Delegación de Innovación, ha surgido, según parece, la imperiosa necesidad de proceder a trasladar las oficinas del citado organismo público.
Las alternativas posibles a su nueva ubicación serían dos: Polígono Chinales (sede actual del Centro de Prevención de Riesgos Laborales y del SERCLA), Bulevar del Gran Capitán (edificio de Sindicatos, sede actual de la Delegación de Turismo y antigua sede del CMAC). Por supuesto de las dos opciones, opino que es esta última la más idónea, por su situación céntrica, conocida por todo el mundo y plenamente operativa. Sin embargo, la pretensión de trasladarse a Chinales me parece de todo punto ilógica, irracional y aberrante, por múltiples motivos: la distancia y lejanía, desconocimiento de la ciudadanía y, sobre todo, el tema del transporte. No existen líneas de autobús que lleguen a ese lugar, lo que implicaría tener que usar los medios privados para ir y venir. Además, si a ello añadimos que el Registro de entrada de las demandas es diferente al general de la Delegación, ello implicaría que cada vez que se señalase un acto de conciliación, pongamos un despido, habría que ir una vez para presentar la demanda o papeleta y otra para celebrar dicho acto.
Por ello, desde esta tribuna suplico a la autoridad laboral competente recapacite con sumo cuidado su decisión, en beneficio no sólo de los profesionales del Derecho que acudimos a diario a las dependencias del CMAC, sino también de sus funcionarios y, por ende, a toda la ciudadanía. No esperamos menos.

domingo, 15 de febrero de 2009

EDUCACIÓN SENEQUISTA. ACTO TERCERO

Llegamos a Tercero de B.U.P., año de nuestro Señor de 1978. Por fin se estabiliza esto, ya controlo la situación. Te dan a elegir entre ciencias o letras. Y por supuesto, no lo dudo, huyo de las ciencias cual perro apaleado, estoy seguro que lo mío son las letras; aún no sabía qué carrera universitaria estudiaría pero entre Moriles o Montilla, me iba más Montilla. Como dije, pasé a Tercero con las Matemáticas de Segundo pendientes, las cuales, por supuesto las aprobamos Antonio Cuevas y yo en el mes de febrero sin dificultad.
El Instituto seguía siendo masculino, sólo tíos. La plena libertad había llegado. El Director era el Catedrático de Filosofía, un tío muy apañado que hacía y dejaba hacer. Pasaron a mejor vida los vigilantes de pasillos, el cierre de puertas. Cada uno era ya responsable de sus actos y sabía lo que le convenía, si asistir a clase o no. El tiempo lo cura todo.
Prácticamente seguíamos los mismos de años anteriores en Letras, casi todo el grupo de los Trinitarios (Cantarero, Medina, Rojas, Cuevas, etc,) de salesianos creo que tan sólo quedaba el menda. Hubo novedades en cuestión de alumnos. Por ejemplo y para mi sorpresa, apareció en la clase mi primo Rafa Centella Blanco, pero es que además llegó otro Rafael Centella Gómez, nada que ver con nosotros por lo del apellido, aunque estoy seguro que venimos de la misma familia, cuya raíz se encuentra en el pueblo de Castro del Río. En suma, estábamos tres Centellas en la misma clase. También apareció un tío que se uniría para siempre a nuestro grupo, me refiero a José Miguel Tirado Tejedor. Persona noble donde las haya, siempre a tu disposición y desde siempre un caballero. Hoy día forma parte, al igual que quien esto escribe, del gremio de los Letrados cordobeses, a él le viene por su padre y por su hermano Román, a todo esto mi padrino de jura, un ya lejano 16 de diciembre de 1985.
El personaje peculiar de ese año fue un tal José Antonio, que haciendo honor a su nombre, era más de Falange que el propio "Ausente", vamos que desde el principio le pusimos de mote "El facha". El tío montó un pollo el día 4 de diciembre de aquel año, fecha andalucista por más señas. El problema surgió cuando Rafael Centella Gómez colocó la bandera de Andalucía en lo alto de la pizarra de la clase. Estábamos a punto de comenzar la clase de inglés, con Miss Astrid Piedra que, por cierto, regresó ese año de nuevo con nosotros. Como digo, entró "El Facha" vio la bandera colocada y se armó el follón. Decía que aquella bandera no era la "nuestra" que se quitase inmediatamente, a lo que naturalmente se opuso Rafael Centella. Se inició una discusión a voces y que no llegó a mayores porque en ese instante apareció la profesora, que preguntó qué pasaba, en su idioma, What´s the matter with you? Tras informarse, en buena lid, Miss Astrid le dijo al de Falange que la bandera no se quitaba y que si quería colocase al lado la bandera española, a lo que el otro repuso que no tenía ninguna pero que además él se negaba a dar clase con aquel "trapo". Miss Astrid no se anduvo con contemplaciones, dijo que eso era lo que había y que comenzaba la clase. El "facha" se dio media vuelta y se marchó. La profesora nos ordenó sentarnos, pasó lista y por supuesto le puso una falta al derechista.
Respecto al tema político quiero decir que en aquella época, la derecha, mejor dicho la extrema derecha hizo suya la insignia nacional, así solían llevar una pequeña pegatina en el dorso o correa del reloj con una banderita pegada. Creo que los que vivimos en aquellos años comenzamos a tener complejo de nuestra bandera nacional, porque en definitiva si la pintabas, la llevabas de alguna forma, parecía que temieses te calificaran como facha. Sigo diciendo que éramos todos unos pobres diablos. Espero que las nuevas generaciones de chavales no tengan complejo alguno por defender uno de los emblemas que nos definen como españoles. Así lo entendí el día de mi jura de bandera en Cerro Muriano cuando el Servicio Militar.
De todas formas el año 1978 venía con nuevos aires. Se aprobó la Constitución española, contra la opinión de muchos de la derecha que aún añoraban los viejos tiempos del Caudillo. Pero todo evoluciona, llegan gente nueva sin complejos y tira del carro para adelante.
Respecto al profesorado, destacar la llegada, aunque tarde de nuestro tutor, Joaquín Aguilera Moyano, profesor de Literatura que se incorporó en el segundo mes del curso. Fue nuestro tutor, amigo de confidencias y el revulsivo que parecíamos estábamos esperando. Se incorporó tarde porque venía de cumplir la "mili" en Melilla. Desde el principio vimos a aquel señor con bigote, bajito, delgado, templado, sabiendo mandar, que lo mismo te explicaba el Quijote, que lo dimos aquel año, como te leía una poesía de Pablo Neruda. Fue él quien me aconsejó y me descubrió a Gabriel García Márquez con sus "Cien años de soledad", con toda la saga de los Buendía.
Pero lo que revolucionó todo fue el teatro. Un día llega Joaquín y nos dice que un Banco, creo que el ya desaparecido Banco de Gredos, ha organizado un certamen de teatro entre distintos colegios que nos había apuntado y que si queríamos hacerlo tendríamos que para empezar limpiar el Salón de Actos del Instituto. Y eso hicimos. Ponernos manos a la obra. Enseguida se formó el grupo de teatro, allí estábamos como siempre, Cantarero, Medina, Paco Rojas, Antonio Cuevas, Miguel Tirado, José Luis Diez Naz, Rafael Pérez de la Concha, Antonio Luque, Pino, yo mismo, etc. Con la ilusión de montar una obra de teatro, Joaquín encontró al autor o guionista, Pepe Capdevila, un fenómeno que igual se hacía dos cursos en un año de Derecho, que escribía obras de teatro, que había escrito una obra basada en la biografía de Ernesto "Ché" Guevara, el Ché.
Tras proceder a quitar todos los enseres inservibles del teatro y limpiarlo a fondo, comenzó el reparto de papeles. El protagonista se le dio a Antonio Luque. Y no precisamente por su parecido, sino por la memoria e inteligencia que tenía este compañero. Era el único que podía aprenderse un papel tan largo y lo hizo. Hoy creo que es un gran catedrático de Griego y Latín. Los demás, la "chusma" teníamos varios papeles en la obra. Así, en el primer acto algunos de los que aparecíamos en "Sierra Maestra", con nuestros trajes de camuflaje y nuestras escopetas, de madera claro, que las hizo mi padre y luego fueron pintadas de negro, representábamos a otros personajes en el segundo acto. Así, Miguel Cantarero hacía de guerrillero en la primera parte para luego convertirse en el tercero en Fidel Castro, defensor del Ché en un hipotético juicio que se inventó el autor, pero que en realidad nunca existió. Mi personaje, también era el de un guerrillero y después me convertía en Barrientos, Presidente de Bolivia y del Tribunal que juzgaba al Che.
Los ensayos se hacían en la hora del recreo, cuando faltaba algún profesor y, sobre todo, en la hora de Literatura. Cuando se acercaba el estreno, los ensayos fueron más continuos en el tiempo. No recuerdo por qué motivo pero para realizar la obra Joaquín acudió a la ayuda inestimable del Grupo "Trápala", entonces capitaneado por Antonio, hoy día fuera del mismo y funcionario del Catastro. Ellos nos imbuyeron la técnica de la interpretación, los diálogos, se mejoró nuestra dicción y la forma de actuar, la entonación, etc. Fueron unos días maravillosos y nos lo pasamos bastante bien.
Así las cosas, la tarde-noche del ensayo general y como quiera que ya empezaba a hacer calor, a alguien se le ocurrió la genial idea de por qué no nos bañábamos en la piscina. Sí, en efecto, por aquellos años, al lado de una pequeña cancha de baloncesto, existía una piscina con su depuradora y trampolín, perfectamente alicatada, de uso privado, rodeada de setos y una valla, por supuesto con agua limpia. Digo yo que sería para que se bañara el Director y su familia. Hoy día ya no existe. Pues bien, después del ensayo y a la luz de la luna, nos fuimos todos, saltamos la puerta y nos tiramos a la piscina, en calzoncillos. Estábamos un poco "chalaos".
Y llegó el día del estreno. Mira que habíamos ensayado la entrada tropecientas veces. Al respecto decir que el salón de actos tenía varias puertas, una de ellas, la de acceso al escenario, era por donde hacíamos la salida, para entrar por las otras puertas, entre el público y cual si fuese una montaña, llegábamos al escenario. Pues bien, como digo ese día, justo en el momento de salir, va y se rompe la cerradura de la puerta de salida. Además de los nervios propios del estreno, encima aquella eventualidad. Joaquín no se lo pensó dos veces: nos hizo salir por los laterales del escenario, bajar entre el público para luego, como si llegásemos de la calle, subirnos al escenario.
El salón de actos estaba lleno a rebosar; hacía muchos años que allí no se representaba obra alguna. Hicimos nuestra función y la gente aplaudía y aplaudía. Fue un éxito.
O al menos eso creíamos nosotros. Decir que los demás colegios participantes fueron Cervantes y Salesianos. El jurado estaba presidido por el Cronista oficial de Córdoba, D. Miguel Salcedo Hierro y le acompañaban otros supuestos expertos. Cuando acabó el certamen, el jurado dio su veredicto: The winner es SALESIANOS. Vaya hombre, ganaron mis antiguos compañeros con una obra de género surrealista.
Respecto a la nuestra, la crítica se centró en el juicio que representamos, entre otras lindezas, se decía que Fidel Castro no podía aparecer sentado en el borde de la mesa del Presidente del Tribunal. Demasiado estrictos, pero en fin eso es lo que había. Sólo nos dieron una medalla por haber participado, de consolación, que falta que nos hacía.
La parte positiva de esto fue que había nacido el grupo de teatro del "Séneca", fuimos los pioneros, detrás vinieron otros. Montamos varias obras más, entre ellas una de Alejandro Casona. Joaquín descubrió que en los camerinos situados debajo del escenario había una colección de trajes de época, del Siglo de Oro, más o menos bien conservados y lo que hizo fue buscar un autor que tuviese obras de aquella época. Así, hicimos de Casona, "La ínsula barataria", sobre el "Reino" que le dieron a Sancho Panza, cuyo protagonista fue de nuevo, como no, Antonio Luque, ya que era el que tenía los diálogos más largos.
Otro aspecto positivo del teatro fueron los viajes. Joaquín organizó, con la excusa del teatro, un viaje a Melilla, saliendo por barco desde el puerto de Málaga. Y a finales de junio de aquel año nos plantamos en tan bella ciudad africana, algo que repetiríamos al año siguiente. ¡Vaya gira teatral!
Nos fuimos con nuestras escopetas de mentira metidas en las mochilas en tren desde Córdoba a Málaga y allí, a las 12 de la noche montamos en el "Vicente Puchol", barco de la Cía. Trasmediterránea, que hacia la ruta Málaga-Melilla, travesía de ocho horas. Llegamos a las 8 de la mañana. Vi por primera vez en mi vida los delfines al lado del buque, el color del mar conforme amanecía, negro, azul marino, turquesa, etc.
Fuimos recibidos por unos amigos de nuestro profesor, al parecer colegas suyos de profesión y que daban sus clases en un Instituto cercano al Monte Gurugú, lugar de nefastos recuerdos para nuestro ejército. Nos alojaron en el Gimnasio del centro y al día siguiente representamos nuestra función ante un público en su mayoría alumnos del mismo. Después regresamos a la Península tras haber comprado lo pertinente, como tabaco, los "Coronas" y "Winston", a un precio irrisorio y no digamos el alcohol y otras sustancias no confesables.
Pero volvamos al "Séneca".
Otro de los profesores que para mí destacó por su candidez fue el de Latín. No recuerdo su apellido aunque de nombre de pila era D. Manuel. Y digo candidez porque al poco tiempo de comenzar el curso y dado que también impartía sus clases a los alumnos de C.O.U., vino un día diciéndonos que vaya con la promoción de COU que le había tocado ese año. Todos los alumnos eran magníficos, pero todos y según parece todo derivaba de un par de exámenes que les había hecho y todos o casi todos habían sacado sobresaliente. A mí personalmente aquello no me cuadraba, olía a chamusquina. No tardó en descubrirse el "pastel".
Aquel año nos enteramos que cuando un profesor ponía un examen, lo escribía previamente a máquina y luego se dirijía a la conserjería, lugar donde se encontraba la máquina multicopista, un engendro que utilizaba tinta por un tubo, ponían una placa y a darle a la manivela, saliendo los folios impresos con el examen. Pues bien, la placa era de una material parecido al cartón que una vez usado, se solía echar a la papelera.
Así las cosas, los tíos de COU, muy listos ellos, se dieron cuenta que si por un casual pudiesen hacerse con el molde citado, antes del examen, sabrían las preguntas de antemano. Y así lo hicieron. El Instituto por aquella época no tenía rejas en las ventanas. Todo el mundo salía a mediodía. Sayago, el conserje-jefe cerraba todas las puertas. Tan sólo consistía en dejar alguna ventana abierta disimuladamente y en el tramo que iba de las 14 a las 15 horas, aquello estaba solo. Pues bien, los del COU se dedicaban a entrar hasta la conserjería que estaba abierta, cogían el molde y ya está, ya sabían las preguntas que iba a poner el de Latín.
Durante los primeros meses todos sacaron sobresaliente, bueno también algún notable para disimular. Pero como todo lo "bueno" dura poco, llegó el momento en que saltó la liebre. De todas formas aquello no podía durar demasiado, la suspicacia del profesor estaba a flor de piel y bastó que un compañero de nuestra clase, cuyo nombre me voy a permitir a obviar, metiese la pata. El muy capullo fue un día a preguntarle al bedel que cuándo pensaba el de Latín pasar por allí para hacer las copias de los exámenes. Aquello hizo saltar las alarmas, porque el bedel se lo comentó al profesor y sospechando algo, desde ese momento tomó la iniciativa de que cada vez que hacía un examen, iban los dos -bedel y profesor- a la parte de atrás del edificio y quemaban el molde.
Los de COU no se amedrentaron, alguien los siguió, recogió las cenizas y todavía pudieron recomponer el examen. Pero todo se acabó y aquellos alumnos no eran tan listos como parecían: eran más bien normalitos como los de las demás clases. Por eso digo que aquel profesor era cándido.
El griego nos lo impartía la Catedrática Dña. Nemesia Nevado, según parece, señorita. Una persona amable, buena, ingenua ella. Físicamente no demasiado agraciada, bajita, regordeta, pelo corto, cara redonda. No era mala profesora. Nos dio también al año siguiente, en COU, donde sólo estábamos doce alumnos. La mayoría de los de Letras escogieron Historia del Arte. Yo sinceramente elegí griego por no tener que estudiar demasiado, ahora me arrepiento de aquella decisión y máxime cuando quien la impartía era mi recordado José María Zapico.
Por último y no por ello menos importante, la asignatura de Filosofía. Nos la daba un ser especial, originario de Argamasilla de Alba, bajito, calvorota, cara de lenteja, donde destacaban unos vivos ojos azules. Era D. José una persona buena, demasiado buena, se hacía querer y tanto fue así que alguien, al ponerle el mote, se acordó del burrito "manzanillo" y con ese apodo se quedó. Él fue quien dijo aquello de "Si querer es decidir, la verdadera decisión consiste en actuar", una máxima que desde entonces aplico a mi vida.
Con este profesor nos ocurrió una anécdota a mi amigo Antonio Cuevas y a mí. Resulta que en aquella clase nos sentábamos en la misma banca, bancas que tenían unos asientos de madera plegables, vamos que se levantaban y bajaban según se necesitase, los cuales además al ser ya algo viejos, chirriaban al bajar y subir. Pues bien, un día que llegamos algo alborotados Antonio y yo, comenzamos ya sentados y delante del "manzanillo", a darnos golpes y empujones en plan broma, pero como siempre en esas situaciones alguno quiere quedarse encima del otro; tras varios empellones, el último se lo di yo, con tanta fuerza que Antonio se cayó al suelo y armando un ruido fuerte. El profesor estaba explicando y al ver lo sucedido, se calló. La tensión en el ambiente era fuerte, todos nos miraban en silencio, a nosotros y al "manzanillo", esperando la reacción de este último. Antonio estaba petrificado en el suelo y yo no digamos. Entonces el profesor comenzó a gritar "si yo fuera director de este instituto, lo primero que hacía...", yo me temía lo peor, los dos íbamos a ser arrojados a la calle, expulsados, en fin, en cuestión de segundos me vi dando explicaciones a mis padres de por qué me habían expulsado. Y siguió diciendo, tras un pequeño silencio, "... lo primero que hacía, era mandar engrasar esas bancas". Se nos apareció la Virgen. Antonio se recompuso, se sentó en su sitio, me miró con la cara blanca y desde entonces me prometí a mi mismo no hacer más el "ganso" en clase.
Ese curso, por fin aprobé todo en el mes de junio. Entre otras razones porque para acceder a C.O.U. tenías que pasar "limpio", aunque tiempo después te dejaban ya pasar hasta con dos asignaturas.