sábado, 17 de enero de 2009

CAÑERO VIEJO, MI BARRIO

Me refiero a mi antiguo barrio, donde nací, crecí y me hice hombre, de aquel barrio del que salí hace ahora veinte años para casarme. He vuelto hace unos días y aquello ha cambiado de forma considerable, como toda la ciudad.
El eje del mismo es la actual Avenida de Jesús Rescatado, antes Carretera de la Ronda, sólo tenía medio hecha y a trozos la acera de los números pares, la de enfrente, la de los impares, no existía, era de tierra; por eso siempre decían los viejos del lugar que la acera de los pares valía más que la de los impares. Con la palabra "valía" se referían a los locales y pisos allí construidos, sobre todo porque en ese lado estaban todos los negocios de la época, de los setenta claro, además de ser el camino de paso de los vecinos que venían de Cañero Nuevo, las casitas edificadas en tiempos de Fray Albino, para hacer la compra del sustento diario a la Plaza de la Mosca.
Aquello era un bullicio diario de ir y venir de gente de toda clase y condición, pero sobre todo gente obrera. Recuerdo los comercios existentes en esa década. Por supuesto el centro neurálgico era y creo que sigue siendo en la actualidad, el cruce de la citada avenida con la avenida de la Viñuela -nombre proveniente de la Huerta propiedad del famoso rejoenador de su época, D. Antonio Cañero, y que fue quien segregó la misma para hacer este barrio- conformando, por así decirlo, como una pequeña plaza, un foro, un mentidero, donde la tienda más grande era la de "MODESTA", que hacía esquina con ambas avenidas, en ella podías encontrar de todo, era un gran bazar, un equivalente a las actuales tiendas de los chinos. A mí, particularmente, me gustaba más cuando llegaban las navidades porque era el escaparate donde todos los chavales del barrio contemplábamos los juguetes que habíamos visto anunciados en la tele, la única entonces, y aspirábamos a conseguir un "exin castillos", un "escalextric", un laboratorio de química, una equipación de fútbol, etc., y las niñas, la nancy, "rabietas llora", que lloraba de verdad si le echaban agua, o alguna muñeca de las grandotas. Lo cierto y verdad es que sólo algunos privilegiados conseguían los auténticos, los que salían en los anuncios. En mi caso, conseguí un sucedáneo del exin castillos que se llamaba "Castillos de España": la economía de mi casa no daba para más.
Enfrente estaba la "plaza", el mercado del marrubial, como ahora se llama. Allí iban en los setenta las amas de casa, las "marías", a comprar a diario lo preciso para hacer un cocido, su tocino, fresco y añejo, su carne, para la "pringá", mujeres tan habilidosas con el corto presupuesto que tenían, que con la carne que sobraba hacían unas croquetas que te chupabas los "deos", perdón, dedos, amén del consabido caldo o sopa para la noche.
La "plaza" era un pequeño microcosmos donde encontrabas de todo para el colesterol: entrando por la puerta de al lado de la panadería de "El Brillante", te topabas con los "encurtidos", o sea, las aceitunas, partías, de lejía, etc., enormes ristras de ajos, laurel, tomillo, romero, manzanilla en rama, etc., en suma, todas las hierbas y especias que se pudiese imaginar. Dentro de la plaza, que se dividían en varias calles, te encontrabas con carnicerías, pescaderías, ultramarinos e incluso un bar, vamos un pequeño mostrador donde los parroquianos se tomaban el café de pie y rapidito, para seguir haciendo la compra.
Allí estaba el ciego de los cupones, el placero y a última hora siempre aparecían las mujeres que iban a la rebusca, es decir, a coger la fruta o verdura desechada por algún defecto o que no estaba en muy buenas condiciones para ser vendidas. El griterío era enorme, el pescadero llamaba a voces a los clientes, "mujeres lo tengo el más fresco", "boquerones que están vivos". La primera vez que fui y que recuerde fue de la mano de mi madre, luego me llevó mi abuelo Antonio que presumía de nieto y por supuesto, yo de abuelo, pero eso es otra historia.
Como digo, en el citado cruce, además de la plaza estaba la Farmacia de Rufino, en la actualidad sigue siendo el mismo farmacéutico su propietario, aunque su decoración ha variado a lo largo de los años. Recuerdo una reforma llevaba a cabo por un gran amigo de mi familia, Rafael Pineda, pintor y decorador, que le imprimió un carácter moderno, sin olvidar su arraigo cordobés.
En esa farmacia comprabas entonces los yogures, según parece era para los enfermos, y no digamos del agua embotellada, botellas de cristal de la marca "Solares" (sólo sabe a agua, decía la publicidad).
Pero sigamos. Al lado de la tienda de Modesta estaba la de Alberto Cara, conocida sólo por la de "ALBERTO", comercio donde se vestía medio barrio. Un inciso para hacer mención a que en el número cuatro vivía hasta hace poco mi gran amigo Miguel Cantarero y su familia, compañero de instituto y un gran amigo en todos los sentidos, con él sé que siempre cuento y contaré, estando a la recíproca.
Seguido, estaba una tienda de muebles "EL SALÓN DEL MUEBLE", que pillaba hasta su confluencia con la calle Batalla de los Cueros, en cuya esquina precisamente, estuvo incialmente la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba, sucursal pequeñísima, luego trasladada con mayores dimensiones a la avenida de la Viñuela, junto a "La Casa de los Cuadros", donde sigue en la actualidad, aunque claro su nombre es más corto: CAJASUR. En esta entidad tenía abierta cuenta casi todo el mundo. El requisito fundamental era tener tu cartilla: cuánta paciencia tenían aquellos empleados a primeros de mes con los usuarios: "pónmela al día", "de ésta me pasas a la de ahorro mil pesetas" "ahora me das otra mil para llevármelas". Más paciencia que el Santo Job.
En la otra esquina se construyó un edificio, según tengo entendido por un industrial llamado Serrano, de ladrillo visto, en cuya esquina se instaló una entidad bancaria llamada "Banco Meridional", que luego caería en la órbita del Grupo RUMASA, cambiaría a la denominación de "Banco de Jerez", para trasladarse unos años más tarde en la misma avenida de Jesús Rescatado, pero enfrente de la plaza de la Mosca y que actualmente es "La Caixa".
Cuando quedó vacío el local, se instaló una tienda de confección, cuyos dueños eran dos socios, a cual más agradable, uno creo se llamaba Millán. Allí me compró mi madre no pocos pantalones, camisas y jerseys.
A su lado y en un principio, estuvo bastantes años un recauchutado, donde siempre estaba su dueño y un operario, llamado Antonio, que creo acabó trabajando en Hernández Fonta; buena gente, siempre presto a realizar un favor a cualquiera. El local estaba en bruto, no hacía falta más para arreglar, desmontar y recauchutar ruedas. Cuando desapareció este negocio, llegó otro más curioso, dedicado a la fotografía que lo montó un gran emprendedor ya fallecido y lo denominó Estudio de Fotografía "Virgen de LINARES". Estaba escrito así, aunque creo que era para que pareciese una sucrusal del que había en el centro y que se llamaba de igual forma; cosas de la publicidad de la época. Por allí pasamos todos los vecinos para hacernos, sobre todo, las fotos de carné, de identidad, de conducir, del colegio o instituto, además de boda, comunión, etc. Hoy existe el negocio, no sé si traspasado, pero sí he observado que está cerrado.
Llegamos al número seis, un gran corralón dedicado a la madera. Permítaseme detenerme un poco más en el mismo porque allí pasé mi infancia, donde me llevaron a los siete meses de nacer y cuyos propietarios eran mis abuelos Antonio y Consuelo. La casa tenía una gran fachada con una sola planta, enmedio estaba el portalón y a su izquierda, vista de frente, la puerta de acceso a la misma. Años después, a su lado derecho se le abrió otra puerta, esta vez para montar el negocio de droguería y perfumeria "AMALIA", tomado del nombre de mi madre, la cual se puso al frente del negocio, ayudada por mi padre y quien esto escribe, ah, y mi hermana, por si lee esto y se me enfada. Allí empecé a tomar contacto y el pulso de mis convecinos, se abría hasta los sábados por la tarde. Se vendía de todo: detergentes, jabones, colonias, pasamanería, plásticos y todo lo que se quisiera ya que estaba muy bien situada. El problema surgió al fallecer mi abuelo en 1972, ya que hubo que trasladar el comercio a la calle Fernando Fernández Martínez y allí comenzó el final de una crónica anunciada: su cierre definitivo.
El corralón tenía una superficie de unos mil metros cuadrados aproximadamente. El terreno se lo compró mi abuelo en persona a su dueño, Antonio Cañero y edificó la casa y una nave, dedicando la actividad a taller de carpintería, más concretamente, aserradero de maderas. Llegaban los camiones con los troncos de los árboles tal cual cortados que luego mi padre se encargaba de transformar en listones, tablas o lo que se le pidiese. Por aquel corralón pasaron muchas personas, entre otras, un amigo de mi padre, llamado Paco "Maero", que al paso de los años supe que era el último barquero de la Ribera, donde alguna que otra vez se dedicó a calafatear sus barcas. La fábrica, por así llamarla, constaba de una máquina de aserrar, de origen francés, de marca GILETTE, con dos discos en vertical, sobre cuyas circunferencias se montaba una lámina de acero con dientes que era la sierra. Aquello formaba un ruido infernal cuando funcionaba y además muy peligrosa: más de un dedo se rebanó mi padre al saltar la sierra por haber pillado algún hierro o clavo que tuviese incrustado el palo en cuestión. Pero no pasaba nada, mi padre era un profesional y lo tenía todo controlado. Allí le ayudé como aprendiz a recoger la madera ya cortada y apreciar lo duro que es trabajar en ese oficio. También existía una máquina de labrar y otra de afilar sierras, así como bancos para trabajar, etc., sobre todo, recuerdo el serrín, mucho serrín que sobre todo en invierno venía la gente para usarlo en el suelo, por la humedad o para hacer un nacimiento.
Según me contaron, mi abuelo no quiso quedarse encerrado en los mil metros, por lo que algún tiempo después, le compró a Cañero un solar de unos cuatrocientos metros, que lo unió al grande, haciendo forma de ele y con salida a la calle Fernando Fernández Martínez. En el solar se construyó otra vivienda a semejanza de la inicial de Avenida de Jesús Rescatado. Ese fue mi hogar desde mi más tierna infancia y de donde, como digo, salí un doce de octubre, ahora hace veinte años, para casarme. Hoy ya no existe nada de aquello. Primero se vendió a una constructora el solar grande, donde hicieron un bloque de viviendas, en cuyos bajos hoy existe una tienda de muebles. El otro más pequeño fue vendido igualmente a otra constructora, pero casi veinte años más tarde, construyeron un edificio muy peculiar, cuya fachada de color salmón o rosa, desentona con el resto de las edificaciones de alrededor: sobre gustos...
Tras esta licencia, seguimos en la acera de los pares. Al lado del corralón estaba la casa de los Moreno, uno de cuyos hijos era y sigue siendo al día de hoy un gran amigo mío, del colegio salesiano y de la vida: Antonio Moreno, aunque también estaban todas sus hermanas y su familia, gente honrada y muy trabajadora.
Llegamos a la esquina de la avenida con mi calle, Fernando Fernández Martínez, vía corta de largo nombre. El nombre se las traía, sobre todo si era para pedir el butano, había que vocalizar y siempre me pregunté quién sería ese Fernando Fernández hasta que lo averigüe. Se conoce que los actuales ediles, comenzando por Julio Anguita, siempre han desconocido la biografía del titular de la calle porque si no estoy seguro que hace ya un rato lo habrían cambiado, porque resulta y está documentado que este señor fue nada menos que el primer jefe de Falange que tuvo Córdoba tras el alzamiento y ahí lo tenemos. Cuando comenzaron los cambios de nombre de las calles principales de Córdoba y otras no tan importante pensé la sustituirían: pero no fue así. Yo quería que le pusiesen un nombre más corto, acorde con la corta longitud de la misma, como por ejemplo Miró, Dalí, etc., cualquiera menos ese tan largo, y ello sin acritud ni identificación política con ideología alguna, sólo por cuestiones prácticas.
Pues bien, en esa esquina estaba el BAR OGALLAS, cuyo dueño, Enrique Ogallas, le imprimió un carácter muy particular, serio y nada que ver con su homólogo de la Plaza del Alpargate, aunque si bien eran parientes, concretamente padre y hermanos, se ve que se independizó de la familia. No era una taberna al uso, es decir, llena de parroquianos y beodos como otras de las del alrededor, sino que allí se cerraban tratos, negocios y se paraba poco: lo necesario para apurar un buen vino o una cerveza. La cocina estaba a cargo de su esposa, Anita, la mejor cocinera preparando riñones al jerez, boquerones en vinagre, ensaladilla, callos o lo que se terciara. La clave estaba en un cartel que prohibía el cante y si a alguno se le ocurriese hacerlo, tardaba poco en ser puesto de patitas en la calle. En este establecimiento fue donde se colocó un televisor de cara al público para ver el fútbol, las corridas de toros y el poco entretenimiento que por entonces se ofrecía a los espectadores. Tenía el bar como añadido un salón de ceremonias, a algunas de ellas asistí con mi familia como invitado como comuniones y bodas, además servía de cochera ocasional para el Seat 124 propiedad de su titular. Curioso, ¿verdad?
Mi pequeño mundo de entonces en aquella acera de los pares seguía con los almacenes de LARREA, primero como almacén de butano, para luego transformarse en una moderna ferretería que con el paso del tiempo se convirtió en tienda de venta de embarcaciones pequeñas, sobre todo, de cara a los pantanos cordobeses.
La acera continuaba con negocios de toda índole: zapaterías, relojerías, tapicería de vehículos, etc. A esa altura quiero destacar el almacén de patatas de AQUILINO. Allí se vendían patatas a mansalva, sacos, cestas, bolsas y, sobre todo, recuerdo cada semana un camión militar, creo que del vecino cuartel de Lepanto, al frente del mismo un sargento con unos cuantos soldados que cargaban hasta arriba con montones de sacos de patatas el camión. Por supuesto, eran los soldados quienes realizaban la labor de carga, porque el sargento iba con una especie de libreta o tablilla con folios donde apuntaba todo.
Terminaba ese tramo de la avenida con un bar donde se vendían las mejores gambas y mariscos de la zona: algo por entonces prohibitivo para muchos bolsillos. Su propietario, Diego, creo recordar, un tipo delgado, con flequillo y muy nervioso, atendía al público de forma cordial y simpática. Ignoro el motivo de su cierre, pero dejó una impronta a aquella esquina.
La esquina a la que hago referencia es la de la avenida con la calle Compositor Ramón Medina, en la otra existían varios corralones, donde existían diversas actividades, desde bares hasta talleres mecánicos, entre los que destaco el de FROCHOSO y el pequeño taller de mi tío José Cabello, marido de mi tía Brígida, mi madrina. Finalizaba la avenida en esa línea con una gasolinera, ya cerrada cuando era pequeño, sobre todo, porque enfrente, abrieron la que se conoce desde entonces gasolinera de Cañero que sigue como entonces. En los terrenos de la vieja gasolinera destacaba una enorme palmera que hasta hace pocos años se mantuvo y además hubo allí una parada de triciclos de alquiler, todos formados y que en una época tuvo su esplendor hasta que desapareció.
La línea de los impares era más fácil de describir porque lo que había era, desde la plaza de la mosca hasta Cañero nuevo, un gran solar dedicado a almacén de materiales de construcción, llamado "MEDINA AZAHARA", ocupaba un gran tramo de la avenida, cuyo final era una casa donde vivía su dueño, hombre de gran mostacho y muy serio. Por cierto, que en la esquina del solar, justo enfrente de la Farmacia, existía una hornacina con una virgen, no recuerdo si estaba dedicada a la Virgen del Carmen, pero la misma desapareció al mismo tiempo que lo hizo la pared que la sustentaba. A continuación, había una casa pequeñita, en cuyos bajos estaba la tienda de Paco, una droguería, y seguido otra casa, la de un personaje del barrio muy famoso: JUANILLÓN. Este gran hombre dio sin quererlo nombre a la parada del autobús que estaba situada delante de su casa, la parada de juanillón.
Llegamos al tramo que hace esquina con la calle Don Carlos Romero, en la otra, tenía un taller de bicicletas y una taberna otro personaje no menos importante que el antes mencionado: MATÍAS. El único problema que existía era que si le llevabas a arreglar la tuya, te decía ven por la tarde y no estaba arreglada; ven mañana y tampoco, así pasaban los días y lo más seguro es que te llevases la bici sin arreglar. Tenía un carácter simpático y agradable, fumaba puros, pero se ve que la formalidad no era su fuerte.
Al lado del bar de Matías estaba una tienda de repuestos de automóviles, cuyos dueños eran hermanos y creo que uno de ellos fue torero. Y llegamos a un gran establecimiento forjado y fundado por un matromonio de emprendedores, Antonio Deza y su esposa Mari. Sé de primera mano que llegaron recién casados hace más de cuarenta años y montaron una pequeña tienda de ultramarinos, la cual fue creciendo, compraron las de al lado y montaron lo que hoy se conoce como Supermercados DEZA. Allí se compraba el aceite a granel y los detergentes más baratos del barrio. Si eran baratos que acabaron con todas las pequeñas tiendas por allí existentes, entre las cuales incluyo la de mi madre. Claro que luego vino otro pez más grande y les hizo algo de daño: el Hiper. Este establecimiento hacía esquina con la calle Joaquín Altolaguirre, cuya otra esquina, la ocupaba un enorme corralón que llegaba hasta la siguiente calle, la de Luis Valenzuela.
El siguiente tramo hasta la calle Julio Alarcón, en cuyo número dieciséis nació quien escribe, hubo unos cuantos negocios de efímera duración. Es de destacar la esquina siguiente de Julio Alarcón con la avenida, en la cual estaba el BAR LARREA, cuyo edificio hace poco ha sido demolido para en su lugar construir un bloque de viviendas, para a continuación llegar a GRÁFICAS MILLA, la imprenta del barrio. Allí tenían los estuches de lápices, bolígrafos bic, cuadernos con el mapa de las regiones de España, libros de texto, papel de regalo, de todo. Finalizaba este tramo en la esquina con la calle Cronista Maraver, en la cual se alojaba el BAR CARMEN, a cuyo pie se hallaba la parada de taxis del barrio. Y aquí se acababa mi zona. Sé que no era gran cosa pero fue donde descubrí la vida y la forma de ser de las personas.

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