miércoles, 1 de abril de 2009

FACULTAD DE DERECHO - PUERTA NUEVA

Y llegó el gran día. Curso de 1983-84. Cuarto año de Licenciatura. Este año fue glorioso por diversos motivos. El primero y más importante: estrenábamos edificio. Por fin, tras diversos años de espera, las obras habían finalizado y podíamos ocupar nuestras nuevas aulas. Claro que lo de las aulas era un decir. Se había remozado todo el edificio, antiguo hospital de antituberculosos, luego trasladado a la Sierra, concremtamente, al Hospital de "Los Morales", para luego ser reconvertido en Maternidad (de ahí la figura materna existente en el pequeño jardín de la fachada). Por cierto, que según supimos meses después, las incubadoras habían estado situadas en la última planta de la fachada, donde los departamentos de Civil y Procesal.
La parte más bella era el claustro del antiguo convento del Carmen, cuya Iglesia linda con la Facultad, aunque inacabado y cuyas barandillas de madera estaban de "mírame y no me toques". Las acabarían años después. Teníamos ocho aulas de cincuenta plazas, a las que se dio distinto fin, una Secretaría, Biblioteca y "dos" salas de lectura, cafetería, una Aula Magna, con una capacidad de cuatrocientas personas y tres aulas grandes, de un aforo de entre ochenta y cien personas y, además, un Salón de Grados. También una centralita, piso-vivienda del conserje, departamentos de Historia, Romano, Civil, Derecho del Trabajo, Mercatil, Canónico, Penal, Administrativo, etc., y hasta un ascensor. Ahí se acababa el edificio. Al final había un solar con una palmera todo lleno de yerbajos.
Recientemente regresé a mi querida Facultad y aquello está irreconocible. Según parece, en el año 1994 hubo una nueva remodelación, mejor dicho una ampliación. En aquel solar abandonado se han hecho nuevas dependencias, hasta con cocheras y todo. El centro del mismo lo ocupa en la actualidad la biblioteca, con forma redonda y varias plantas. Se han hecho nuevas aulas y se han trasladado varios departamentos, entre ellos el de Administrativo. Me alegro tanto por el personal docente como por el alumnado, así como del personal restante.
Pero volvamos a 1983.
El decano continuaba siéndolo el Catedrático de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, D. Federico Durán López; el Secretario, su amigo y compañero, el Catedrático de Derecho Mercantil, D. José María Viguera Rubio, cuyos departamentos, estaban juntos en la misma planta. La cátedra de Derecho Civil, la seguía ostentando y por mucho tiempo D. José Manuel González Porras. La de Derecho Administrativo, D. Luis Cosculluela Montaner, mientras que la de Derecho Procesal era de D. Manuel Peláez del Rosal. Historia del Derecho, Sr. García Marín. Pero si había un catedrático peculiar, ese era el de Filosofía del Derecho y Derecho Natural, Fernández Escalante. Vamos, hoy no sé por dónde andará, pero tenía unas convicciones raciales muy especiales respecto a la raza aria, los negros y gitanos.
Recuerdo con cariño a aquellos primeros conserjes o bedeles como eran Navarro, Ricardo o Luis, estos dos últimos cuñados porque sus esposas eran hermanas. Además, Luis fue el primer bedel en habitar en la casa. Por cierto que hoy aquel piso se ha convertido en el Departamento de Economía.
En la biblioteca seguía al frente M. Carmen, con más espacio y más libros. La Secretaría tenía al mando de Antonio Arrabal, creo que aún sigue, tío diligente donde los haya.
El segundo motivo de importancia me afectó a mí personalmente. Salí elegido delegado de curso, mientras que como representante de la clase de cuarto, a nivel externo, lo fue Sebastián Almenara Angulo. Mi elección lo fue como la de los antiguos césares, a mano alzada y, sobre todo, porque nadie quiso presentarse. Reconozco que siempre había sido muy crítico con mis antecesores y me presenté por asumir un cargo de responsabilidad, cumplirlo fielmente y dedicarme a mis compañeros. Vaya que si lo cumplí.
Había una cosa de la que siempre nos quejábamos: siempre éramos los últimos en poner las fechas de los exámenes en el mes de junio, con lo que al no haber, sitio resulta que las fechas entre cada prueba quedaban muy próximas.
Lo primero que hice aquel año fue irme a Secretaría, me senté con Antonio Arrabal y le pedí el cuadrante. Nadie había reservado aula alguna de ningún curso. Puse las fechas como todos queríamos, las confirmé con los profesores y dado su visto bueno, anuncié las mismas en la clase. Aquello le gustó mucho a la gente.
Otra cuestión fue la de organizar la foto de la orla. Me informé de varios sitios y al final opté por Foto Rodríguez, entonces en la calle García Lovera, hoy en Encinarejo. Pedazo de fotógrafos que de forma ordenada hicieron pasar por su estudio a toda la promoción y a algunos agregados. Te hacían la foto con una esclavina de color rojo. Qué bien quedé con mi flequillo y sin gafas, aunque como dice el dicho que la cara es el espejo del alma, mi padre cuando me vio me advirtió que sí que estaba muy guapo, pero que tenía cara de "chinorri", palabreja calé cuyo significado no entendí. Me lo explicó: se me ve cara de inocencia y que cuando pasase el tiempo, me observara en el espejo, vería el cambio en mi semblante. Mi padre y su sabiduría popular, pero es que además tenía razón.
Ese curso estrenábamos varias asignaturas: Derecho del Trabajo, Mercantil, Procesal.
Respecto a Trabajo, he de reconocer que mi relación con Federico Durán no era ni buena ni mala, sencillamente no era, no existía. Desde el principio me di cuenta que no le caía demasiado bien, ni él a mi tampoco, no había eso que se dice "feeling" entre ambos. La primera vez que me dirigí a él para preguntarle al salir de clase por el cambio de fecha de un examen, su respuesta me sorprendió. Y ello porque yo lo veía tan educado, tan fino que cuando me respondió que no, que si no iban a decir que el Decano era un cabrón, aquello me dejó perplejo. Cuántas cosas de la vida iba a aprender aquel año. El segundo tropiezo con este profesor ocurrió un día en que me urgía ver a José María Viguera, el de Mercantil. Como siempre iban juntos a tomar café o al menos eso nos parecía a todos, me llegué primero a su Departamento, el cual estaba vacío. Como el de Trabajo estaba al lado, llamé a la puerta, fui preguntando dentro del mismo hasta que llegué al final. Con correción abrí la puerta y me encuentro de frente, sentado en su mesa a Durán, le pregunto si había visto o sabía donde estaba el de Mercantil y su respuesta fue: "Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" Me dejó parado en seco. Aquello me sonaba y balbuciendo le repliqué, vamos que no lo ha visto, no? A los pocos segundos caí en la cuenta que aquella frase era de la Biblia, de cuando Dios le pregunta a Caín por su hermano Abel, vamos cuando ya se lo había cargado con una quijada de burro. Sería hijo..... Más listo que el Libro gordo de Petete. Por eso, cuando tenía que dirigirme a aquel tío, reconozco que tomaba mis cautelas.
Otro personaje curioso era Manuel Peláez. Un año más tarde llegaría a ser Decano y por muchos años. Estaba en su apogeo. Además de Decano de Derecho, llegó a presidir la Real Academia de Córdoba, Magistrado honorífico de la Ilma. Audiencia Provincial de Córdoba, se compró un convento franciscano en su pueblo de Priego de Córdoba, daba los cursos de verano sobre el barroco, sacaba libros, jugaba al tenis, era un fenómeno o, al menos, eso parecía.
Ese año se inventó lo de los casos prácticos. Nos ponía unas filminas de casos reales de los juzgados. Luego, los convertía en fotocopias que se las entregaba al Sr. Delegado de Curso, o sea, a mí para su distribución y venta, previa anotación en lista. Allí me tenías a mi haciendo el capullo, nunca mejor dicho, cargado con un gran maletín de fotocopias, pasando lista a la peña y recaudando a duro por folio. Recuerdo que se vendían todas. Sacaba unas siete u ocho mil pelas semanales que luego entregaba al ínclito profesor, el cual sólo me daba las gracias y ni para tabaco. Cuando llevaba haciendo el tonto durante tres semanas, a la cuarta tuve que agudizar mi ingenio y salir de aquello a mi manera. Me inventé un rollo: le dije que la clase estaba muy enfadada por los precios a los que se cobraba el folio, que en reprografía costaban la mitad. Le convení y mandó los originales a aquel servicio. No compró las fotocopias nadie. El misterio de la venta era el puñetero control listado que el delegado hacía y como en reprografía nadie controlaba, pues nadie se las compró. Creo que el Peláez se percató de la jugada y me miraba raro, me daba igual, para listo mi menda.
Por cierto que ese año y en mi condición de delegado de curso sufrí un "golpe de estado" por parte del profesor Peláez en compañía de mi amigo Sebastián Almenara, éste último sin querer queriendo. Y fue así. Mi futuro suegro, Manuel de Toro Sotomayor, al ser asesor de APEPMECO, patronal del comercio en Córdoba, fue invitado a ir a Madrid a la sede de la CEOE para ser informado del nuevo pacto social denominado Acuerdo Económico y Social (AES) durante un par de días, en la sede de la calle Serrano. Me invitó a irme con él y de paso conocer Madrid. No lo pensé dos veces y era una oportunidad para mí de conocer por vez primera la capital de España. Mi misión como delegado de curso había sido cumplida, en el sentido de tener fijado el calendario de exámenes de junio y, sobre todo, haber reservado con antelación el Aula Magna. Los exámenes aún quedaban lejos de celebrarse y si surgía algún problema allí estaba Sebastián Almenara para cubrirme.
Así las cosas, marché para ese gran poblachón manchego. Fuimos en el BMW 733 de mi suegro. Entonces no había AVE y la autovía hacia Madrid estaba ejecutándose en aquel año de 1984 aunque ya había desdoblados algunos tramos. Nos instalamos en el Hotel Meliá Castilla, sito en la calle Capitán Haya de Madrid. Pasé unos días divertidos porque mientras mi suegro asistía a las Jornadas, yo, vestido con mi chaqueta azul marino y mi corbata me dispuse a corretear Madrid. Para ello me agencié un plano callejero y me dediqué, cual buen cateto provinciano, a visitar los lugares más simbólicos de la Capital (Museo del Prado, Biblioteca Nacional, Paseo de la Castellana, etc.), me monté en el metro, autobús y taxi. Por cierto, que el metro no me gustó: todo el mundo iba corriendo a todos lados. Parecía que alguien había dado la consigna de "el último, m.........". En fin, que pasé unos días estupendos.
El problema surgió a mi vuelta. Según parece, el Sr. Peláez preguntó por mí y al decirle que me había ido de viaje, sacó una lista de alumnos de cara a los exámenes finales. La lista estaba dividida en cinco grupos, la cual aún conservo como prueba de lo que digo, daba por aprobados a unos veinte alumnos "por curso", vamos por la cara; luego, tomando como referencia el tocho del libro de cabecera, el "Ramos Méndez", con un contenido cercano a las mil páginas, estableció un segundo grupo que, prácticamente también estaban aprobados, pero que tenían que hacer un pequeño trabajo sobre un tema, a su elección y en sede departamental: vamos, igual que los anteriores pero no tan descarado. El tercer grupo, entre los que me vi figurando, estaba la morralla que además asistía normalmente a clase; para éstos, entraban unas cuatrocientas páginas. El cuarto grupo era otra clase de alumnos que además no habían aprobado el primer parcial, con un número de páginas asignado cercana a las quinientas páginas y, el último, grupo llevaba todo el tocho.
Llegó la fecha del examen y, por supuesto, que lo aprobé, a base de estudiar; lo mismo ocurrió con todas las asignaturas, todas salvo el Trabajo y Mercantil, con las que pasé al último curso de la carrera.

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