martes, 21 de julio de 2009

ARTILLERO DE SU MAJESTAD

Al igual que ya escribió mi homónimo Antonio Muñoz Molina en su libro "Ardor guerrero", inicio del Himno de la Infantería española, pretendo hacer un esbozo, aunque sea somero, de mi experiencia en el ejército español como soldado raso para cumplir con la patria, cual servicio obligatorio a filas que era.
Al ser un estudiante más, se me ofreció la posibilidad de solicitar prórroga de segunda clase por estudios y así lo hice. Me fue concedida y se nos advirtió a todos que estuviésemos pendientes del sorteo de nuestra quinta porque allí donde destinasen a los que hubieran nacido en la misma fecha, año 1962, mes de enero, en mi caso, cuando renunciásemos a la prórroga, una vez terminados los estudios, igual sería nuestro destino.
En mi caso tuve suerte, ya que el destino era a Córdoba, entonces C.I.R. nº 5. Hubo quien tuvo más suerte aún, como mi amigo Antonio Cuevas, al salir sus compañeros de nacimiento excedentes de cupo (éramos el producto de la década prodigiosa en lo que a nacimientos se refiere), él se limitó a renunciar a su prórroga y automáticamente también era excedente de cupo. Me alegro por él y tantos otros que así se libraron del llamado servicio militar.
Acabado el curso de 1985 en junio y al haber terminado así mi Licenciatura en Derecho, opté por renunciar a la prórroga y cumplir cuanto antes mi deber para con la patria.
Me llegó la carta diciendo que debía estar en la Zona creo recordar que el 25 de septiembre de 1985; allí fui y me dieron un petate de color caqui y empezaron unos tíos a pegarnos voces. Luego nos dijeron que a las 12 debíamos estar en la explanada de la antigua estación, donde nos subieron a unos autocares con destino a Cerro Muriano.
Nos pasaron lista y a mí me destinaron a la compañía 16ª del Tercer Batallón. Estábamos cerca de doscientos en la compañía. No había agua para asearse porque alguien la había cortado y estuvimos así unos dos días hasta que nos bajamos el fin de semana a Córdoba.
La primera semana fue de adaptación: entrega de ropa militar, corte de pelo, etc. En lo que a mí respecta no había ropa de mi talla, sólo me estaba bien la gorra y las botas. El traje completo me lo tuvieron que hacer a medida y, entretanto, se me dieron dos "monos" de faena para hacer la instrucción. Aquel año de 1985 hacía un calor insorpotable: yo no he bebido más agua en mi vida. Todo era a la carrera, todo eran prisas que nos metían unos cuantos soldados veteranos y cuya amenaza más recurrente era quedarnos arrestados el siguiente fin de semana. De las cosas que me llamaban poderosamente la atención era el olor de la ropa, a sudor, a humanidad. Tuve que adaptarme hasta para hacer mis necesidades personales, en concreto, hacerlas antes del toque de diana porque una vez que me ponía el mono de faena, necesitaba a alguien que me ayudase a sacármelo de los hombros. En suma, que cuando tocaban diana, yo ya estaba completamente aseado.
Entramos en la rutina diaria de formar tras diana, asearnos, vestirnos e ir a desayunar una especie de colacao muy raro y un dulce o bocadillo. Después vuelta a formar para hacer instrucción, según estatura: la primera fila estaban los más altos y yo era uno de ellos, aunque vestido con el mono, gorra y botas. Era un mundo nuevo al que creí que nunca me adaptaría pero me adapté, qué remedio quedaba. Lo mejor era por la tarde noche en que podían visitarte tus familiares y novia y, sobre todo, por la tortilla de patatas que traían consigo: bendita tortilla que repartía con otros compañeros y que daban un sabor familiar a todo aquel mundo.
Tras estar más de cuarenta días en aquel centro de instrucción -cuarenta días estuvo Jesús en el desierto- llegó el día de la jura de bandera. Era Domingo de finales de octubre. Mi ropa no había llegado aún, por lo que los jefes decidieron que jurase con mi mono, mezclado con los del botiquín, sin arma, para desilusión de mi familia y quitado rápidamente de enmedio para no estropear la vistosidad de la jura.
La vida militar era otro mundo. A mi opinión, aquello era una pérdida de tiempo, sobre todo, para los que teníamos medio claro nuestro futuro inmediato, no así para el que estuviese parado. Pero como soy de naturaleza optimista, lo positivo de aquel año largo fue comprobar el nacimiento de unos vínculos de amistad como nunca antes había sentido, amigos para toda la vida, pero de los de verdad. Allí conocí a seres entrañables como a Miguel Ángel González Bernabeu, su primo José Luis González Lara, etc. También se comprueba las miserias humanas, dado el escalafón militar, gente que no eran nada ni nadie veías como abusaban de los más débiles, no más por ser un cabo primero, algunos se creían alguien, pero saliendo del cuartel eran uno más de la tribu, o sea, nadie, otro ser anónimo.
Tras la jura, fui destinado con otros compañeros al Cuartel de Artillería de Córdoba, sito en la Avda. de Medina Azahara, conocido en el argot militar como R.A.C.A. 42, aunque a partir de 1986 pasó a denominarse G.A.C.A ATP XXI, es decir, de Regimiento pasó a ser Grupo y al mando del mismo una persona seria, exigente, como no podía ser de otra forma, el Teniente Coronel D. Fernando Gómez Puebla, asisitido de dos comandantes, Fernández Casla y otro cuyo nombre no acierto a recordar.. Y ello porque además de artillería, existían otras armas, como Caballería, Transmisiones, etc.; este resto de grupos fue llevado a Cerro Muriano, salvo Artillería.
Estaba en Córdoba, sí, pero una vez que entrabas en el cuartel, aquello era otro mundo. Nunca se me olvidará la Nochevieja de 1985, porque el día 1 de enero de 1986, a las 7 de la mañana estaba de servicio en la cocina del cuartel, ya que a mi Batería, la Tercera, le tocaba ese mes dicho servicio. No había nadie en las instalaciones y mi estancia allí era depresiva. Fue todo el mes de enero de 1986 como digo. Allí aprendí a pelar patatas, limpiar pescado, etc.
Justo al finalizar el mes, el cabo furriel me llamó para enseñarme una caja de cartón en la que había llegado mi uniforme completo. El muy becerro me miró sonriendo, diciéndome que al día siguiente tenía guardia. Fue la primera de muchísimas más.
Me hicieron cabo a la fuerza. En efecto, yo no quería vincularme demasiado con el ejército, intenté pinchar el examen, éramos veintisiete y entré el último. Luego, me alegré porque en las guardias no era lo mismo ser artillero raso que cabo: por lo menos te evitabas entrar en las garitas durante dos horas.
Un día fui llamado por el Teniente Millán y se me informó que como a él lo habían nombrado Juez del Juzgado Militar del acuartelamiento, necesitaba un Secretario judicial y dada mi formación de Licenciado en Derecho, había decidido en consuno con el Jefe superior, que dicho nombramiento recayese en mi persona.
Tácticamente, fui incorporado al F.D.C., acrónimo de Fire Directer Center, dentro de la Batería. Muchos puestos y mucho servicio. Por todo, creo recordar que nos pagaban al mes unas 110 pesetas. Así, que si había maniobras en el Muriano, para allá que iba; había que redactar exhortos a máquina de escribir, también era mi cometido y, por supuesto, si había que realizar servicio de guardia, pues también. Como decía Alfredo Landa en la película "Los Santos Inocentes", "a mandar que pa eso estamos". Todo el mundo mandaba y daba órdenes.
Sin querer queriendo aprendí a intentar escaquearme lo máximo posible. Así, había un servicio que se llamaba "cabo de transeúntes". Una vez al mes, a nuestro cuartel le tocaba prestar un servicio consistente en que un sargento y un cabo tramitaban lo necesario para los soldados que estaban de paso, con esta función lograbas rebajarte de los servicios de armas durante dicho mes. En el mes de agosto, mi compañero Miguel Ángel Ceular, con destino de cartero y rebajado además de servicios de uniforme, me lo dijo, que se iba de permiso por quince días y que si quería suplirlo: allá que me fui y sin querer me libré de realizar unas maniobras en Zaragoza.
De los mandos recuerdo a los cabos primero Gaitán y Adame (éste por lo "gracioso" que era en la cocina y con muchos de sus comentarios, pero dejémoslo ahí); sargento Juan Rodríguez; sargento primero Collantes, tenientes Millán y Moreno (éste último hizo durante un tiempo las veces de capitán de Batería hasta que llegó el titular cuyo nombre no voy a mencionar), sin poder olvidar a mi querido Brigada Rísquez, quizá una de las personas más nobles y honrada que he conocido en mi vida. Por supuesto, no puedo olvidar al Jefe del Grupo, Sr. Gómez Puebla, mi querido Teniente Coronel. Dirigía aquello como un cuartel, generoso, sin estridencias y, en definitiva, como lo que era y es, como un auténtico caballero cordobés, artillero hasta la médula que ayudado por el equipo de oficiales a su alrededor te hacía la "mili" más llevadera. Sabía tratar a la gente a su mando, nada de falsos partenalismos.
Y llegó el 31 de cotubre de 1986, fecha del licenciamiento. Reconozco que se me saltaron las lágrimas, no `pude reprimirme; acaba una etapa de mi vida y por fin era libre o, al menos, eso pensaba yo.

No hay comentarios: