domingo, 22 de febrero de 2009

EDUCACIÓN SENEQUISTA. ACTO CUARTO Y EPÍLOGO

El mes de septiembre de 1979, pronto hará treinta años, vino con la novedad de que algunos de mis compañeros a los que le había quedado el inglés, vinieron a casa a pedirme les tradujera una serie de exámenes con preguntas. Aquello no me sonaba bien aunque me presté a hacerlo. Alguien le había comentado a alguien la facilidad de entrar en los departamentos de las asignaturas del Instituto, a mediodía, sin forzar nada y hacerse con los exámenes. Nos pusieron en contacto con un compañero de otro curso que a la sazón vivía en los bloques de pisos colindantes al centro. Este chaval tenía en su casa un tablón de madera con todas las réplicas de las llaves de todos los departamentos del Instituto; había entrado día a día, realizado una copia y te podía facilitar la que desearas con la sola obligación de devolvérsela. Pues según parece, mis amigos lo hicieron, arramblaron con un puñado de examenes, me los dieron, los hice todos y al parecer, el examen tenía tres folios, de los cuales acertamos con dos, con lo que el resultado fue un éxito: todos aprobaron.
Pero la verdadera novedad del curso fue la llegada, por vez primera en la historia del "Séneca", de las chicas. Llegaron a todos los cursos, pero a nosotros, como ya estábamos en COU, sólo nos pilló ese curso. Aquel año había dos clases de Letras y tres de Ciencias. En la mía, letras puras, con Latín y Griego, llegaron varias compañeras procedentes de distintos centros (Teresianas, Francesas, Esclavas, etc.). Recuerdo a Trinidad García López, hoy insigne compañera Letrada, su inseparable amiga de colegio Maite, María José de Diego, María Victoria Gómez Muñoz -a la sazón hija del que después sería mi Teniente Coronel de Artillería, D. Fernando Gómez Puebla - Mariví de las Heras, Catalina Sánchez Sánchez, etc. Pero si había una chica peculiar, esa era Esperanza Muñoz de la Espada, única procedente de las francesas. Esta iba a su bola, independiente, no solía relacionarse mucho con las demás, aunque cuando después la conocimos de verdad, se unió a nuestro grupo de amigos.
Las chicas cambiaron nuestra forma de ser, me refiero a nuestro comportamiento de chavales borricos: se acabaron los eructos, pedos y demás historias escatológicas, al menos delante de ellas. La gente se volvió un poco más "fina". Algunas de ellas se unieron al grupo de teatro, como fue el caso de Mariví o María José, lo que nos permitió escoger obras donde estuviesen representados ambos sexos.
En cuanto al profesorado, el tipo más peculiar que nos tocó aquel año fue el profesor de Filosofía, D. Otto Wagner López. Según parece, hijo de un alemán y una gaditana. Tío alto, fuerte, de poco pelo, piel clara, con grandes morros y ojos azules o grises. Estaba un poco "ido". Sus clases eran de lo más estrafalario. Nos decía que para él buen alumno era el que vestía de orden, vamos con pantalón de tergal, se refería claro a los chicos, y no con vaqueros. Ya ves tú, cuando la mayoría de nosotros era el vaquero lo que más usábamos. Otra detalle para él era leer la tercera del ABC; ahí entendimos por lo menos yo que la tercera, era la tercera página del periódico ABC y, para finalizar, la música, que por supuesto tenía que ser la clásica, nada de rock and roll, ni demás memeces. Por ello, eran muy pocos los que cumplían con los tres requisitos y puede ser por lo que en Junio de aquel curso fueron muy pocos los que aprobaron la disciplina, entre los que tampoco yo estaba.
Como anécdota acaecida con este personaje, contar que un día que estábamos de huelga, no recuerdo por qué motivo, y dado que su clase era de doce a una y como quiera que no pudimos hablar con él para comunicarle que no entraríamos a clase, algunos de nosotros nos colocamos en la entrada del Instituto para esperarlo. Y, en efecto, unos diez minutos antes apareció por la cuesta Don Otto, nos acercamos a él y le contamos lo que pasaba. Él se quedó un poco perplejo por las noticias y cuando alguien le dijo que se había colocado un cartel a la entrada del centro, su respuesta fue que no lo había visto, sobre todo, "porque cuando yo entro, entro mirando al infinito". Todo estaba dicho. Fue una respuesta inesperada que demostraba quién era el tipo.
Ese año hicimos de nuevo teatro. Joaquín seguía siendo nuestro profesor de Literatura y nuestro director artístico. La obra elegida fue de Alejandro Casona y el tema, la ínsula barataria o el Gobierno de Sancho Panza. Por supuesto que el papel de Sancho lo interpretó Antonio Luque. Con la excusa de la obra de teatro aquel año volvimos a viajar a Melilla.
Por cierto que ese año fue el de los viajes: hicimos la Ruta de la Plata (carretera Badaloz adelante, hasta Mérida, Trujillo, Plasencia y, por supuesto, hasta el Monasterio de Yuste, última morada del Emperador Carlos V). Me prendé de Mérida, aquella Emerita Augusta me caló tan hondo que si tuviese que irme a vivir a otra ciudad que no fuese Córdoba decidí que sería Mérida mi destino. En Trujillo me impresionó sus casa solariegas así como el monumento a Trujillo, imponente sobre su caballo, figura ecuestre a cuyo lado nuestro Gran Capitán parece ir montado en un pony.
Ese viaje estaba dirigido por Joaquín y el profesor de Latín, D. José, Catedrático de dicha asignatura y pedazo de profesor, buena gente y sabiendo enseñar. No olvidaré las traducciones de Virgilio. Hace unos meses concidí con él en un funeral y me dijo que dejó la enseñanza media y que ahora está en Filosofía y Letras.
Respecto al Griego, nos los siguió dando la Srta. Nemesia Nevado. Sólo éramos doce alumnos. La mayoría de alumnos de letras prefirieron la Historia del Arte, con José María Zapico. A todos se nos hizo complicada la asignatura, menos mal que teníamos a Antonio Luque pedazo compañero que nos pasaba siempre el examen y así aprobamos todos. Como anécdota de esta asignatura decir que hubo un compañero, cuyo nombre me reservo, que en el colmo de la copia se lo hizo en un examen con un libro, del cual copió toda la traducción. Cuando la Nevado dijo los resultados de la prueba, se dirigió al citado alumno y le preguntó sobre la traducción, le dijo que le parecía demasiado libre; el compañero, sin inmutarse le replicó que se había estudiado de memoria un libro que él tenía y que cuando hizo la pregunta, se acordó literalmente del texto. No se lo creía ni él, ni por supuesto, la Nemesia. Ésta por sí o por no le hizo repetir el examen durante la clase. No hace falta dudar que se lo pasó Luque y finalmente aprobó. Aquello era soltarse de manos, vamos una chulería, pero no se repitió.
La Lengua española. Me refiero a la asignatura. La impartía Alfonso Uruburu. Hasta el nombre era feo. Al principio no tuve problemas puesto que era de mis preferidas, siempre lo ha sido y siempre lo fue. El problema surgió al poco de comenzar el curso. Nos puso un examen, creo que de sintaxis, de oraciones gramaticales, cuando repartió los exámenes con las notas, compruebo que había tenido dos o tres fallos y de nota ponía un 4,5. Aquello me extrañó sobremanera y cuando me levanté de mi sitio a preguntarle al Uruburu, me detuve a preguntarle a mi primo Rafa Centella su nota y me dijo que un 8,5. Le dije qué fallos había tenido y para mi sorpresa, eran los mismos que los míos. Entonces mi sorpresa se convirtió en indignación y me planté delante del profesor con los dos exámenes, el de mi primo y el mío. Le pregunté cuál era su método de corrección. El tío se puso colorado y tras reponerse porque no esperaba mi pregunta, me dijo que él tenía en cuenta no sólo los conocimientos sino también el comportamiento en clase. Le repliqué diciéndole que lo que era el examen era referido a saber, conocer la asignatura, nada de comportamientos que para eso haía otra nota.
Descubrí en aquel instante varias cosas: que me tenía fichado junto a otros compañeros de clase como golfos, por no atender en clase; que prefería a los de las primeras filas -entre otros, mi primo- los demás éramos la chusma y, por último, no hacer lo que hice: enfrentarme a un profesor.
Me dijo que si quería que me aprobase. Yo le dije que aquello no era justo. De pronto, y de forma aturullada tomó mi examen y me puso encima del 4,5 un 5. Como sabía que tenía una libreta donde apuntaba los resultados, le obligué a modificarla. Aquello fue mi perdición, sin saberlo me había creado un gran enemigo.
Más adelante puso un examen exclusivo de verbos, todos los tiempos y todas las conjugaciones. El día del examen, cuando todos estábamos en ello, de pronto se me ocurrió levantar la cabeza, el tío me miró fijamente y no sé por qué reacción ni motivo, me enrojecí y agaché la cabeza. No pasó nada. Pero cuando puso la nota y nos dio los exámenes, sólo había fallado en un acento. La nota un 9,5 y al lado decía "buena memoria o copia". Yo, que me sabía los verbos desde siempre y que estudié. Esta vez no le dije nada, pero aseguro que me acordé de toda su parentela. Así llegamos a fin de curso y allí me estaba esperando. Me suspendió a mala leche. No suspendí, me suspendió adrede y no aprobé hasta la convocatoria de septiembre. Todavía lo veo por la calle y el tío me mira raro y más de una vez he estado por irme para él y..., pero no merece la pena. Como dice mi madre, en el pecado lleva la penitencia, aunque creo que su conciencia nunca quedó tranquila.
Pero como todo en mi vida siempre ha sido ver lo positivo, el lado bueno, aprendía con ese tipo una gran lección: nunca te enfrentes directamente a quien tiene el poder o te perjudicará.

Por lo que se refiere al ocio y diversión de aquella época, decir que la promoción que iba delante nuestra, no olvidemos, la primera que inició el invento del B.U.P., sí la que estaba en COU cuando nosotros cursábamos tercero, decidió organizar el viaje fin de curso y para sacarse unas "pelas" pidieron permiso para hacer fiestas los sábados. Era la moda, al igual que antaño lo eran los guateques, ahora se estilaban esas reuniones a las que llamamos con el nombre genérico de "fiestas". Pues bien, a los que nos precedieron se le dio el oportuno permiso y la cosa les fue bastante bien, de hecho con el dinero que obtuvieron de todas las actividades desarrolladas creo recordar que se fueron a Canarias. El sitio: el Gimnasio grande del Instituto, con entrada por la puerta que tenía al lado del puente de San Rafael.

Con tal antecedente, nuestra promoción a través de una comisión, decidió igualmente organizar el viaje de fin de curso y de igual manera se acordó montar las fiestas los sábados. En el reparto de funciones a mí me tocó estar en el servicio de orden, vamos dentro del grupo uno más. La selección creo fue hecha en base a la altura, para eso sirvió mi metro ochenta y seis, altura que conocí ese mismo año cuando me citaron un día de enero, al igual que a toda mi quinta, en el viejo caserón de Huerto de San Pedro el Real para tallarme con vistas a un futuro no muy lejano cumplir el servicio militar.

Y llegó el gran día. Fue nuestro primer sábado y hubo un lleno absoluto, aunque entre el personal había gente "rara", me refiero con ello a una serie de individuos con malas caras. Fueron precisamente esos tipos quienes, en las dos únicas fiestas más que dimos, los que se cargaron nuestro negocio. Así las cosas, la tercera y última fiesta sabatina terminó como el Rosario de la Aurora. La tarde comenzó mal. A un compañero y a mí nos asignaron la puerta de acceso. Empezaron a llegar gente de todas clases, sobre todo, "choris" que se colaban sin pagar. En cuestión de dos horas aquelló se desmadró. La música era cortada a cada momento requiriendo la presencia del servicio de orden, ora en los aseos, ora en el ropero, etc.

Cuando entré en el gimnasio vi el alboroto existente en la barra. Un grupo de energúmenos tenían acorralado a nuestro compañero Téllez, trincado del jersey y dándole voces. Me acerqué, le di un toque a uno de aquellos chorizos, los cuales se volvieron hacia mí y cuando les pregunté lo que ocurría, me dijeron entre todos que le habían dado a aquel chaval no sé si cuarenta o cincuenta vales y no les quería servir. Conseguí mi objetivo: liberar al compañero que en un momento dado se escapó, quedando ya la barra sola. Como vi que querían seguir conmigo, me fui como pude haciendo mutis por el foro.

Después me llegué al vestuario que hacía las veces de ropero. Allí la escena no era mejor. Había una gran bronca liada entre los encargados y otro grupo de choris que tenían la "sana" intención de llevarse los abrigos y cazadoras que pudiesen, aun sabiendo que no eran suyos. Como quiera que alguien tuvo la lucidez de avisar a la Policía, en esas estábamos cuando, de repente, apareció por la puerta un policía, porra en mano, sin gorra y comenzó a requerirnos sobre lo que allí pasaba. Hablé yo. Le dije que aquellos "señores" pretendían llevarse aquella ropa, a lo que el agente replicó que eso se vería en Comisaría. A mí aquello que dijo me los puso de corbata. Ya me veía dando explicaciones a mi padre y la consiguiente bronca. No sé como lo hice, pero en un momento de despiste, me largué de allí y salí del gimnasio.

Fuera pude ver aparcados hasta tres "lecheras", como les decíamos a los vehículos policiales que, por entonces, llevaban siempre tres funcionarios policiales: un cabo y dos agentes. Hubo alguna que otra detención y bastante escándalo. Como es lógico, la Dirección del Instituto, visto lo visto, decidió que "nunca mais" habría fiestas los sábados.

Tuvimos que ingeniárnoslas de otro modo para sacar el dinero necesario para irnos de viaje. Limpiamos hasta los coches de los profesores, hicimos lotería, pegatinas, etc., y al final con lo recaudado nos fuimos a Mallorca en avión, mi primer vuelo.

Aquel viaje duraba una semana, última del mes de abril de 1980, con regreso el día primero de mayo. Salimos desde Córdoba con destino a Málaga en autocar (dos creo que llevábamos, porque éramos algo más de la centena) hasta el aeropuerto de Málaga. Tutelados por dos profesores: Joaquín Aguilera, como no, y el entonces Jefe de Estudios, profesor de Ciencias. Aunque el vuelo estaba previsto para mediodía, al final se retrasó y no salimos hasta las doce de la noche de aquel día. En el Aeropuerto de Son San Juan nos esperaban otros dos autocares para trasladarnos a la Playa de El Arenal. Hotel pequeño, confortable, casi al lado de la playa. Primer problema, toda la semana estuvo lloviendo. Justo el día del regreso apareció el sol. Entre las anécdotas del viaje, significar la gilipollez de un par de compañeros de robar el chaleco salvavidas del avión. Un grupo de nosotros se perdió toda la semana en la ciudad de Palma, vamos que no dormían en el Hotel. Por lo demás, nos aburrimos como ostras.

El regreso fue más movido. Al llegar al Aeropuerto de San Julián, en Málaga, cuando estábamos esperando el equipaje, para nuestro sonrojo y vergüenza torera, se oyó por la megafonía que se recordaba a la excursión de Córdoba que mien tras no se devolvieran los chalecos salvavidas, dos más a la vuelta, no se nos haría entrega de las maletas. Aquello indignó sobremanera a los dos profesores. Tras esperar un buen rato, alguien soltó en la cinta un chaleco. Ánimo, sólo quedaba otro, que apareció a la nada. Me imagino que nos vigilaban porque en ese instante comenzó a moverse la cinta transportadora y con ella nuestro equipaje.

Tras el viaje de fin de curso, llegaron los exámenes. Aprobé todo menos las dos asignaturas comunes: Lengua y Filosofía. La primera, "gracias" a mi enfrentamiento personal con el profesor, la segunda, porque el profesor suspendió a un porcentaje alto de alumnos entre los que me encontraba.

Llegó el mes de septiembre y las aprobé las dos. Lo siguiente fue la Selectividad, examen realizado durante dos días en la antigua Facultad de Veterinaria, hoy flamante Rectorado. Lo aprobé y la cuestión era la carrera universitaria a cursar.


martes, 17 de febrero de 2009

¿NUEVA UBICACIÓN DEL C.M.A.C.?

Según parece el Centro de Mediación, Arbitraje y Conciliación (C.M.A.C.) va a ser próximamente trasladado desde su sede actual, en la calle Manriques. Este organismo, dependiente de la Delegación de Empleo de la Junta de Andalucía, es el encargado de tramitar asuntos de distinta índole (depósito de estatutos de asociaciones profesionales y, sobre todo, los actos de conciliación previos y obligatorios según la ley en el caso de despidos, reclamaciones de cantidad, etc., antes de llegar al Juzgado de lo Social).
La cuestión no pasaría de ser una mera anécdota de no ser porque, habida cuenta que el espacio actual pretende ser ocupado por la nueva Delegación de Innovación, ha surgido, según parece, la imperiosa necesidad de proceder a trasladar las oficinas del citado organismo público.
Las alternativas posibles a su nueva ubicación serían dos: Polígono Chinales (sede actual del Centro de Prevención de Riesgos Laborales y del SERCLA), Bulevar del Gran Capitán (edificio de Sindicatos, sede actual de la Delegación de Turismo y antigua sede del CMAC). Por supuesto de las dos opciones, opino que es esta última la más idónea, por su situación céntrica, conocida por todo el mundo y plenamente operativa. Sin embargo, la pretensión de trasladarse a Chinales me parece de todo punto ilógica, irracional y aberrante, por múltiples motivos: la distancia y lejanía, desconocimiento de la ciudadanía y, sobre todo, el tema del transporte. No existen líneas de autobús que lleguen a ese lugar, lo que implicaría tener que usar los medios privados para ir y venir. Además, si a ello añadimos que el Registro de entrada de las demandas es diferente al general de la Delegación, ello implicaría que cada vez que se señalase un acto de conciliación, pongamos un despido, habría que ir una vez para presentar la demanda o papeleta y otra para celebrar dicho acto.
Por ello, desde esta tribuna suplico a la autoridad laboral competente recapacite con sumo cuidado su decisión, en beneficio no sólo de los profesionales del Derecho que acudimos a diario a las dependencias del CMAC, sino también de sus funcionarios y, por ende, a toda la ciudadanía. No esperamos menos.

domingo, 15 de febrero de 2009

EDUCACIÓN SENEQUISTA. ACTO TERCERO

Llegamos a Tercero de B.U.P., año de nuestro Señor de 1978. Por fin se estabiliza esto, ya controlo la situación. Te dan a elegir entre ciencias o letras. Y por supuesto, no lo dudo, huyo de las ciencias cual perro apaleado, estoy seguro que lo mío son las letras; aún no sabía qué carrera universitaria estudiaría pero entre Moriles o Montilla, me iba más Montilla. Como dije, pasé a Tercero con las Matemáticas de Segundo pendientes, las cuales, por supuesto las aprobamos Antonio Cuevas y yo en el mes de febrero sin dificultad.
El Instituto seguía siendo masculino, sólo tíos. La plena libertad había llegado. El Director era el Catedrático de Filosofía, un tío muy apañado que hacía y dejaba hacer. Pasaron a mejor vida los vigilantes de pasillos, el cierre de puertas. Cada uno era ya responsable de sus actos y sabía lo que le convenía, si asistir a clase o no. El tiempo lo cura todo.
Prácticamente seguíamos los mismos de años anteriores en Letras, casi todo el grupo de los Trinitarios (Cantarero, Medina, Rojas, Cuevas, etc,) de salesianos creo que tan sólo quedaba el menda. Hubo novedades en cuestión de alumnos. Por ejemplo y para mi sorpresa, apareció en la clase mi primo Rafa Centella Blanco, pero es que además llegó otro Rafael Centella Gómez, nada que ver con nosotros por lo del apellido, aunque estoy seguro que venimos de la misma familia, cuya raíz se encuentra en el pueblo de Castro del Río. En suma, estábamos tres Centellas en la misma clase. También apareció un tío que se uniría para siempre a nuestro grupo, me refiero a José Miguel Tirado Tejedor. Persona noble donde las haya, siempre a tu disposición y desde siempre un caballero. Hoy día forma parte, al igual que quien esto escribe, del gremio de los Letrados cordobeses, a él le viene por su padre y por su hermano Román, a todo esto mi padrino de jura, un ya lejano 16 de diciembre de 1985.
El personaje peculiar de ese año fue un tal José Antonio, que haciendo honor a su nombre, era más de Falange que el propio "Ausente", vamos que desde el principio le pusimos de mote "El facha". El tío montó un pollo el día 4 de diciembre de aquel año, fecha andalucista por más señas. El problema surgió cuando Rafael Centella Gómez colocó la bandera de Andalucía en lo alto de la pizarra de la clase. Estábamos a punto de comenzar la clase de inglés, con Miss Astrid Piedra que, por cierto, regresó ese año de nuevo con nosotros. Como digo, entró "El Facha" vio la bandera colocada y se armó el follón. Decía que aquella bandera no era la "nuestra" que se quitase inmediatamente, a lo que naturalmente se opuso Rafael Centella. Se inició una discusión a voces y que no llegó a mayores porque en ese instante apareció la profesora, que preguntó qué pasaba, en su idioma, What´s the matter with you? Tras informarse, en buena lid, Miss Astrid le dijo al de Falange que la bandera no se quitaba y que si quería colocase al lado la bandera española, a lo que el otro repuso que no tenía ninguna pero que además él se negaba a dar clase con aquel "trapo". Miss Astrid no se anduvo con contemplaciones, dijo que eso era lo que había y que comenzaba la clase. El "facha" se dio media vuelta y se marchó. La profesora nos ordenó sentarnos, pasó lista y por supuesto le puso una falta al derechista.
Respecto al tema político quiero decir que en aquella época, la derecha, mejor dicho la extrema derecha hizo suya la insignia nacional, así solían llevar una pequeña pegatina en el dorso o correa del reloj con una banderita pegada. Creo que los que vivimos en aquellos años comenzamos a tener complejo de nuestra bandera nacional, porque en definitiva si la pintabas, la llevabas de alguna forma, parecía que temieses te calificaran como facha. Sigo diciendo que éramos todos unos pobres diablos. Espero que las nuevas generaciones de chavales no tengan complejo alguno por defender uno de los emblemas que nos definen como españoles. Así lo entendí el día de mi jura de bandera en Cerro Muriano cuando el Servicio Militar.
De todas formas el año 1978 venía con nuevos aires. Se aprobó la Constitución española, contra la opinión de muchos de la derecha que aún añoraban los viejos tiempos del Caudillo. Pero todo evoluciona, llegan gente nueva sin complejos y tira del carro para adelante.
Respecto al profesorado, destacar la llegada, aunque tarde de nuestro tutor, Joaquín Aguilera Moyano, profesor de Literatura que se incorporó en el segundo mes del curso. Fue nuestro tutor, amigo de confidencias y el revulsivo que parecíamos estábamos esperando. Se incorporó tarde porque venía de cumplir la "mili" en Melilla. Desde el principio vimos a aquel señor con bigote, bajito, delgado, templado, sabiendo mandar, que lo mismo te explicaba el Quijote, que lo dimos aquel año, como te leía una poesía de Pablo Neruda. Fue él quien me aconsejó y me descubrió a Gabriel García Márquez con sus "Cien años de soledad", con toda la saga de los Buendía.
Pero lo que revolucionó todo fue el teatro. Un día llega Joaquín y nos dice que un Banco, creo que el ya desaparecido Banco de Gredos, ha organizado un certamen de teatro entre distintos colegios que nos había apuntado y que si queríamos hacerlo tendríamos que para empezar limpiar el Salón de Actos del Instituto. Y eso hicimos. Ponernos manos a la obra. Enseguida se formó el grupo de teatro, allí estábamos como siempre, Cantarero, Medina, Paco Rojas, Antonio Cuevas, Miguel Tirado, José Luis Diez Naz, Rafael Pérez de la Concha, Antonio Luque, Pino, yo mismo, etc. Con la ilusión de montar una obra de teatro, Joaquín encontró al autor o guionista, Pepe Capdevila, un fenómeno que igual se hacía dos cursos en un año de Derecho, que escribía obras de teatro, que había escrito una obra basada en la biografía de Ernesto "Ché" Guevara, el Ché.
Tras proceder a quitar todos los enseres inservibles del teatro y limpiarlo a fondo, comenzó el reparto de papeles. El protagonista se le dio a Antonio Luque. Y no precisamente por su parecido, sino por la memoria e inteligencia que tenía este compañero. Era el único que podía aprenderse un papel tan largo y lo hizo. Hoy creo que es un gran catedrático de Griego y Latín. Los demás, la "chusma" teníamos varios papeles en la obra. Así, en el primer acto algunos de los que aparecíamos en "Sierra Maestra", con nuestros trajes de camuflaje y nuestras escopetas, de madera claro, que las hizo mi padre y luego fueron pintadas de negro, representábamos a otros personajes en el segundo acto. Así, Miguel Cantarero hacía de guerrillero en la primera parte para luego convertirse en el tercero en Fidel Castro, defensor del Ché en un hipotético juicio que se inventó el autor, pero que en realidad nunca existió. Mi personaje, también era el de un guerrillero y después me convertía en Barrientos, Presidente de Bolivia y del Tribunal que juzgaba al Che.
Los ensayos se hacían en la hora del recreo, cuando faltaba algún profesor y, sobre todo, en la hora de Literatura. Cuando se acercaba el estreno, los ensayos fueron más continuos en el tiempo. No recuerdo por qué motivo pero para realizar la obra Joaquín acudió a la ayuda inestimable del Grupo "Trápala", entonces capitaneado por Antonio, hoy día fuera del mismo y funcionario del Catastro. Ellos nos imbuyeron la técnica de la interpretación, los diálogos, se mejoró nuestra dicción y la forma de actuar, la entonación, etc. Fueron unos días maravillosos y nos lo pasamos bastante bien.
Así las cosas, la tarde-noche del ensayo general y como quiera que ya empezaba a hacer calor, a alguien se le ocurrió la genial idea de por qué no nos bañábamos en la piscina. Sí, en efecto, por aquellos años, al lado de una pequeña cancha de baloncesto, existía una piscina con su depuradora y trampolín, perfectamente alicatada, de uso privado, rodeada de setos y una valla, por supuesto con agua limpia. Digo yo que sería para que se bañara el Director y su familia. Hoy día ya no existe. Pues bien, después del ensayo y a la luz de la luna, nos fuimos todos, saltamos la puerta y nos tiramos a la piscina, en calzoncillos. Estábamos un poco "chalaos".
Y llegó el día del estreno. Mira que habíamos ensayado la entrada tropecientas veces. Al respecto decir que el salón de actos tenía varias puertas, una de ellas, la de acceso al escenario, era por donde hacíamos la salida, para entrar por las otras puertas, entre el público y cual si fuese una montaña, llegábamos al escenario. Pues bien, como digo ese día, justo en el momento de salir, va y se rompe la cerradura de la puerta de salida. Además de los nervios propios del estreno, encima aquella eventualidad. Joaquín no se lo pensó dos veces: nos hizo salir por los laterales del escenario, bajar entre el público para luego, como si llegásemos de la calle, subirnos al escenario.
El salón de actos estaba lleno a rebosar; hacía muchos años que allí no se representaba obra alguna. Hicimos nuestra función y la gente aplaudía y aplaudía. Fue un éxito.
O al menos eso creíamos nosotros. Decir que los demás colegios participantes fueron Cervantes y Salesianos. El jurado estaba presidido por el Cronista oficial de Córdoba, D. Miguel Salcedo Hierro y le acompañaban otros supuestos expertos. Cuando acabó el certamen, el jurado dio su veredicto: The winner es SALESIANOS. Vaya hombre, ganaron mis antiguos compañeros con una obra de género surrealista.
Respecto a la nuestra, la crítica se centró en el juicio que representamos, entre otras lindezas, se decía que Fidel Castro no podía aparecer sentado en el borde de la mesa del Presidente del Tribunal. Demasiado estrictos, pero en fin eso es lo que había. Sólo nos dieron una medalla por haber participado, de consolación, que falta que nos hacía.
La parte positiva de esto fue que había nacido el grupo de teatro del "Séneca", fuimos los pioneros, detrás vinieron otros. Montamos varias obras más, entre ellas una de Alejandro Casona. Joaquín descubrió que en los camerinos situados debajo del escenario había una colección de trajes de época, del Siglo de Oro, más o menos bien conservados y lo que hizo fue buscar un autor que tuviese obras de aquella época. Así, hicimos de Casona, "La ínsula barataria", sobre el "Reino" que le dieron a Sancho Panza, cuyo protagonista fue de nuevo, como no, Antonio Luque, ya que era el que tenía los diálogos más largos.
Otro aspecto positivo del teatro fueron los viajes. Joaquín organizó, con la excusa del teatro, un viaje a Melilla, saliendo por barco desde el puerto de Málaga. Y a finales de junio de aquel año nos plantamos en tan bella ciudad africana, algo que repetiríamos al año siguiente. ¡Vaya gira teatral!
Nos fuimos con nuestras escopetas de mentira metidas en las mochilas en tren desde Córdoba a Málaga y allí, a las 12 de la noche montamos en el "Vicente Puchol", barco de la Cía. Trasmediterránea, que hacia la ruta Málaga-Melilla, travesía de ocho horas. Llegamos a las 8 de la mañana. Vi por primera vez en mi vida los delfines al lado del buque, el color del mar conforme amanecía, negro, azul marino, turquesa, etc.
Fuimos recibidos por unos amigos de nuestro profesor, al parecer colegas suyos de profesión y que daban sus clases en un Instituto cercano al Monte Gurugú, lugar de nefastos recuerdos para nuestro ejército. Nos alojaron en el Gimnasio del centro y al día siguiente representamos nuestra función ante un público en su mayoría alumnos del mismo. Después regresamos a la Península tras haber comprado lo pertinente, como tabaco, los "Coronas" y "Winston", a un precio irrisorio y no digamos el alcohol y otras sustancias no confesables.
Pero volvamos al "Séneca".
Otro de los profesores que para mí destacó por su candidez fue el de Latín. No recuerdo su apellido aunque de nombre de pila era D. Manuel. Y digo candidez porque al poco tiempo de comenzar el curso y dado que también impartía sus clases a los alumnos de C.O.U., vino un día diciéndonos que vaya con la promoción de COU que le había tocado ese año. Todos los alumnos eran magníficos, pero todos y según parece todo derivaba de un par de exámenes que les había hecho y todos o casi todos habían sacado sobresaliente. A mí personalmente aquello no me cuadraba, olía a chamusquina. No tardó en descubrirse el "pastel".
Aquel año nos enteramos que cuando un profesor ponía un examen, lo escribía previamente a máquina y luego se dirijía a la conserjería, lugar donde se encontraba la máquina multicopista, un engendro que utilizaba tinta por un tubo, ponían una placa y a darle a la manivela, saliendo los folios impresos con el examen. Pues bien, la placa era de una material parecido al cartón que una vez usado, se solía echar a la papelera.
Así las cosas, los tíos de COU, muy listos ellos, se dieron cuenta que si por un casual pudiesen hacerse con el molde citado, antes del examen, sabrían las preguntas de antemano. Y así lo hicieron. El Instituto por aquella época no tenía rejas en las ventanas. Todo el mundo salía a mediodía. Sayago, el conserje-jefe cerraba todas las puertas. Tan sólo consistía en dejar alguna ventana abierta disimuladamente y en el tramo que iba de las 14 a las 15 horas, aquello estaba solo. Pues bien, los del COU se dedicaban a entrar hasta la conserjería que estaba abierta, cogían el molde y ya está, ya sabían las preguntas que iba a poner el de Latín.
Durante los primeros meses todos sacaron sobresaliente, bueno también algún notable para disimular. Pero como todo lo "bueno" dura poco, llegó el momento en que saltó la liebre. De todas formas aquello no podía durar demasiado, la suspicacia del profesor estaba a flor de piel y bastó que un compañero de nuestra clase, cuyo nombre me voy a permitir a obviar, metiese la pata. El muy capullo fue un día a preguntarle al bedel que cuándo pensaba el de Latín pasar por allí para hacer las copias de los exámenes. Aquello hizo saltar las alarmas, porque el bedel se lo comentó al profesor y sospechando algo, desde ese momento tomó la iniciativa de que cada vez que hacía un examen, iban los dos -bedel y profesor- a la parte de atrás del edificio y quemaban el molde.
Los de COU no se amedrentaron, alguien los siguió, recogió las cenizas y todavía pudieron recomponer el examen. Pero todo se acabó y aquellos alumnos no eran tan listos como parecían: eran más bien normalitos como los de las demás clases. Por eso digo que aquel profesor era cándido.
El griego nos lo impartía la Catedrática Dña. Nemesia Nevado, según parece, señorita. Una persona amable, buena, ingenua ella. Físicamente no demasiado agraciada, bajita, regordeta, pelo corto, cara redonda. No era mala profesora. Nos dio también al año siguiente, en COU, donde sólo estábamos doce alumnos. La mayoría de los de Letras escogieron Historia del Arte. Yo sinceramente elegí griego por no tener que estudiar demasiado, ahora me arrepiento de aquella decisión y máxime cuando quien la impartía era mi recordado José María Zapico.
Por último y no por ello menos importante, la asignatura de Filosofía. Nos la daba un ser especial, originario de Argamasilla de Alba, bajito, calvorota, cara de lenteja, donde destacaban unos vivos ojos azules. Era D. José una persona buena, demasiado buena, se hacía querer y tanto fue así que alguien, al ponerle el mote, se acordó del burrito "manzanillo" y con ese apodo se quedó. Él fue quien dijo aquello de "Si querer es decidir, la verdadera decisión consiste en actuar", una máxima que desde entonces aplico a mi vida.
Con este profesor nos ocurrió una anécdota a mi amigo Antonio Cuevas y a mí. Resulta que en aquella clase nos sentábamos en la misma banca, bancas que tenían unos asientos de madera plegables, vamos que se levantaban y bajaban según se necesitase, los cuales además al ser ya algo viejos, chirriaban al bajar y subir. Pues bien, un día que llegamos algo alborotados Antonio y yo, comenzamos ya sentados y delante del "manzanillo", a darnos golpes y empujones en plan broma, pero como siempre en esas situaciones alguno quiere quedarse encima del otro; tras varios empellones, el último se lo di yo, con tanta fuerza que Antonio se cayó al suelo y armando un ruido fuerte. El profesor estaba explicando y al ver lo sucedido, se calló. La tensión en el ambiente era fuerte, todos nos miraban en silencio, a nosotros y al "manzanillo", esperando la reacción de este último. Antonio estaba petrificado en el suelo y yo no digamos. Entonces el profesor comenzó a gritar "si yo fuera director de este instituto, lo primero que hacía...", yo me temía lo peor, los dos íbamos a ser arrojados a la calle, expulsados, en fin, en cuestión de segundos me vi dando explicaciones a mis padres de por qué me habían expulsado. Y siguió diciendo, tras un pequeño silencio, "... lo primero que hacía, era mandar engrasar esas bancas". Se nos apareció la Virgen. Antonio se recompuso, se sentó en su sitio, me miró con la cara blanca y desde entonces me prometí a mi mismo no hacer más el "ganso" en clase.
Ese curso, por fin aprobé todo en el mes de junio. Entre otras razones porque para acceder a C.O.U. tenías que pasar "limpio", aunque tiempo después te dejaban ya pasar hasta con dos asignaturas.

jueves, 12 de febrero de 2009

EDUCACIÓN SENEQUISTA. ACTO SEGUNDO

El curso 1977-78 se inició en el mes de octubre de 1977. Todo seguía más o menos igual en el Instituto que cuando lo dejamos. Sin embargo, la novedad más importante vino con la jubilación de "El Chino", dejaba de ser profesor y lo más importante, de ser el "Jefe" de todos. Con su ida las cosas comenzaron a cambiar.
En primer término, el centro dejó de tener "penenes", con la consecuencia fundamental de que si hubo ese curso más huelgas, algo que ignoro, a nosotros no nos afectaría. La plantilla docente sólo tenía dos clases de profesores: catedráticos y numerarios.
Creo recordar que fue en el segundo trimestre cuando se marchó el "amo" del instituto y lo sustituyó hasta el final de aquel curso el Catedrático de Dibujo, apodado "El tortugo", cuyo mote le venía como anillo al dedo, dada la configuración de su cara que, en efecto, parecía la cara de una tortuga. Ese fue nuestro profesor en dicha disciplina.
El tutor que nos asignaron fue el apellidado De la Rosa, profesor oriundo de Granada que nos impartía Lengua y Literatura. Durante las clases nos arengaba a fin de que no fuésemos tan conformistas, que debíamos luchar contra el poder establecido, el "establishment", o sea, debíamos rebelarnos contra el "chino" y sus secuaces, acabar con la dictadura que allí había montada. Curiosamente, cuando se fue el dictador, el nuevo Director lo nombró como Jefe de Estudios y agarrado al sillón nos dio no pocos problemas. De ahí el dicho "si quieres conocer a fulanillo, dale un empleíllo".
En lo referente al idioma, inglés en nuestro caso, me alegré un montón porque parece ser que habían largado al tío las "rayban" y el "ford fiesta" con viento fresco y, en su lugar, llegaba una nueva Catedrática, Dña. Astrid Piedra Albadalejo, mujer soltera, cubana de origen que pronunciaba un inglés bueno, con acento cubano. Según nos contó tiempo después, su padre fue el último embajador de España en Cuba, antes de la entrada de Fidel Castro en enero de 1959 y cuando le decíamos que nos íbamos de fiesta, y por escucharla, que nos tomaríamos un "cubalibre", nos decía que era una mentirijilla, que éramos muy jóvenes y no entendíamos aún lo que nos decía. Yo, como era mi asignatura preferida, me volqué en su aprendizaje y los resultados fueron buenos. Fue de los pocos sobresalientes que saqué aquel curso.
Pero mi gozo en un pozo. Cuando regresamos de las vacaciones de Navidad, vino el primer día y nos comunicó la triste noticia: habida cuenta que también impartía clases en la Facultad de Filosofía y Letras y dado que el Ministerio de Educación, entonces competente en la materia, le obligaba a reducir sus clases en el Instituto, la misma había optado por dejar la nuestra. Pero, tranquilos, venía una profesora sustituta.
Y llegó la nueva profesora. Tía enjuta de carnes, delgaducha vamos, con gafas grandes de ver, muy nerviosa y torpe como ella sola. Por lo visto, venía de la Academia "Salamanca" y sabía menos inglés que nosotros; sobre todo, la pronunciación, más cercana al Campo de Gibraltar, mezcla del llanito y Lepe. Desde el primer día pretendió hacer valer su autoridad, exageradamente diría yo. Nos dimos cuenta cuando uno de los primeros días de su clase, alguien tosió y ella dijo que quién había sido, el compañero levantó la mano y le dijo que para toser a la calle y lo echó fuera. Nos quedamos perplejos. No nos dejaba ni respirar. El ambiente se fue enrareciendo de tal modo que se unía la guasa que se liaba cada vez que pronunciaba o leía algún texto en inglés, que parecía estábamos viendo la película de "La vida de Brian" de los Monty Python, cuando el césar hablaba con la zeta y es que nos descojonábamos en su cara y llegó un momento en que empezó a echarnos de clase a la mayoría; todo ello unido a la rigidez de su mal entendida disciplina, nos llevó a dar las quejas al tutor. Estaba claro que en el Instituto poco inglés íbamos a aprender por mor del profesorado.
Llegó en ese curso y a nuestra clase un nuevo profesor de Física y Química, cuya presentación el primer día de clase fue: "Hola, me llamo Luis Luque Luque, soy de Luque y podéis comprar mi libro en la Librería Luque". Ja, ja, ja... fue nuestra respuesta. Profesor sabio y experto en la materia que siempre que nos explicaba un problema, nos preguntaba a rengón seguido, que si nos habíamos enterado. Por supuesto, que todos le decíamos que sí, porque de lo contrario, te lo volvía a explicar. Dada su fisonomía por entonces de aspecto más bien regordete, hizo que la clase le pusiese el mote de "El sopas".
Respecto a este profesor ocurrió una anécdota con mi compañero y amigo Antonio Cuevas y que paso a narrar. Resulta que por cierta casualidad de la vida fueron a coincidir en la cola de renovación del D.N.I. de la Comisaría de Fleming, única entonces en nuestra ciudad, el padre de Antonio y "el sopas", que chico es el mundo. Parece ser que en la eterna espera se dieron a conocer, uno como padre de su alumno y el otro como profesor. Hasta ahí ningún problema. Éste se suscitó cuando "El sopas" se enteró que tanto su discípulo como toda su familia eran naturales de Castro del Río. Ahí se lió la cosa y ello porque, según me contó después Antonio, los de Luque y los de Castro no se pueden ni ver, el odio es ascentral y visceral. Yo al principio no me lo creí, me parecía una exageración, pero lo comprobé durante todo el curso.
Así, si bien desde el punto de vista docente las enseñanzas que este profesor impartía eran impecables, empero, en la cuestión personal me parecía humillante hacia mi amigo y por ende al resto del alumnado. Y ello porque como dije antes, siempre que acababa su explicación de una fórmula o un problema, nos preguntaba si nos habíamos enterado, le decíamos que sí, para a continuación preguntarle directamente a mi amigo, y tú, Antonio Cuevas, te has enterado, éste decía que sí, que se había enterado. A renglón seguido, "El sopas" decía, "pues si el de Castro se ha enterado, es que en efecto todos se han enterado". Mi amigo y compañero de banca se ponía colorado, tanto por la humillación como por las risas que al principio aquello suscitaba, aunque ya después la gente no se reía. Recuerdo que Antonio entre dientes se cagaba en su p.... madre.
Otro profesor que me marcó desgraciadamente fue el de Matemáticas. Se llamaba D. José Mateos. Su aspecto físico era el de un niño repipi: bien peinado con raya, gafas que ocultaban su enorme timidez, de voz baja y que cada vez que quería imponerse, carraspeaba, arrastraba los pies al andar. Reconozco que saber, sabía la asignatura. Su problema, mi problema, era no saber trasladarlo a los alumnos.
Después de mi calvario con las matemáticas en primero, tras aprobarlas en el mes de febrero del siguiente año, ahora me encontraba con más de lo mismo, o peor, porque yo seguía sin enterarme de la trigonometría, vectores, senos y cosenos, algoritmos, etc. Ahora eso sí, reirnos en clase con el tío una "jartá" y no precisamente con él, sino de él.
Se me olvidaba contar que tras la criba del primer año, las nueve clases de primero quedarían reducidas a unas cuatro o cinco en segundo. José Luis Puebla nos abandonó al igual que muchos otros, prefiriendo u obligados a ponerse a trabajar. Se hizo una reordenación de las clases y hete aquí que uno de los nuevos compañeros era nada más y nada menos que "el huevo". Se había despabilado el muchacho y ese año pasó a ser el bufón de la clase. Se hizo amigo de todos. Menos mal que José Luis se marchó porque si no quien lo habría sentido habría sido él, aunque dado su carácter, creo que habrían terminado siendo amigos.
Pues bien, un día "El huevo" se trajo a clase un pollito que no hacía sino piar y piar. El susodicho no tuvo otra ocurrencia que meter al pollo en el cajón de la mesa del profesor, para cuando llegase el Mateos. Y llegó. No se percató de nada, ni siquiera de la malévola sonrisa del autor de la broma. Al poco rato, y dado el ruido que provenía del cajón, el Mateos guardó silencio, la peña se desconojaba y en eso se levantó el bromista y haciéndose de nuevas dijo que el ruido provenía del cajón de la mesa del profesor, lo abrió y sacó al pollo agarrado por una de sus pequeñas patas y se lo acercó a la cara del "Comecocos", mote del Mateos, quien se echó para atrás y le dijo al "huevo" que se marchara de clase. Escena patética.
Algo sorprendente ocurrió otro día debido al aburrimiento de estas clases. Ver la habilidad de algunos de mis compañeros con ciertas cosas. Así estábamos en clase cuando de repente pasa una mosca con un hilo atado a un pequeño cartel que decía "beba coca-cola"; o sea, había alguien que era capaz de cazar una mosca al vuelo sin matarla para después atarle un hilo a una pata. Increíble pero cierto.
Así las cosas, llegó final de curso y por supuesto suspendí las matemáticas. Vuelta a empezar en el verano con clases particulares con el profesor de las francesas y salesianos, Antonio Jiménez, un pedazo de maestro que me enseñó en dos meses de verano lo que el otro en un curso entero no fue capaz.
Pero lo triste de esto fue que tras el verano, llegaron los exámenes de septiembre y yo iba tan seguro de aprobar que cuando hice el examen me convencí de haberlo hecho tan bien que por mal que corrigiese el "Comecocos" sacaría un Notable alto. Pero como los hados no estaban conmigo en aquella asignatura, mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que la nota dada fue la de "muy deficiente", al igual que mi amigo Antonio Cuevas. ¿Qué había pasado aquí?
Ambos preguntamos por la dirección del "Comecocos", donde vivía, su domicilio en el Parque Cruz Conde y allí nos dirigimos. Nos abrió la puerta la que suponemos sería la esposa del profesor quien tras decirle quienes éramos, nos increpó diciendo: "como no estudiais, ahora venís a que os aprueben..." Sería la tía hija de su madre, decirnos eso a nosotros, tras haber estudiado todo el verano.
El "Comecocos" nos recibió en el salón de su casa, recién duchado y peinado a raya, como siempre y vestido con pijama. Nos atendió muy bien, nos invitó a sentarnos en el sofá y trajo los exámenes. Nada más ver el mío, compuesto de lo menos cuatro folios por detrás y delante, me lo entregó, sumé los puntos de cada ejercicio, eran cinco, y comprobé que aquel tío había corregido el examen con la punta de la nariz, porque tan sólo sumando los puntos de cada ejercicio me salía un 4,5, cuando en la cabecera del mismo, ponía 2,5. Increíble pero el tío no sabía ni sumar siendo profe de matemáticas. Bueno, entrando a fondo ejercicio por ejercicio, me dijo que la forma de desarrollarlos no era la que él había explicado en clase. Le dijimos que habíamos estado todo el verano estudiando, que nos habíamos gastado un dinero que no teníamos en clases particulares. Todo daba igual, aquel borrico no aceptaba excusas ni monsergas, él era el jefe, él quien mandaba y, para colmo, nos decía que las Actas estaban ya firmadas y que no podían ser modificadas. Todo era inútil. La tensión de mi amigo y la mía creció de tal modo que habríamos sido capaces de liarnos a golpes con el "comecocos" ante tal impotencia. Nos fuimos cabizbajos, deprimidos y con nuestro suspenso poniendo nuestro horizonte en los exámenes de febrero.
Para colmo de males, en el Instituto nos encontramos a otro compañero que nos dijo que habíamos sido unos tontos, estudiando todo el verano para al final no aprobar y, en cambio, él sin haber estudiado o al menos unos días antes del examen había aprobado. Aquello me llegó al fondo de mi alma y la pagué con Dios. Sí, en efecto, fue mi primera crisis de fe. Si de verdad existía Dios, no podía consentir aquella injusticia, que existiese un profesor tan hijo de su madre y unos chavales que habían perdido todo el verano estudiando, ahora su recompensa fuese un suspenso. No era justo. En venganza dejé de ir a misa los domingos, creí que ya no merecía la pena tanto rezar si luego se premiaba a quien no se lo merecía. La vida qué dura es. Reconozco que fue el primer palo de mi vida, sin saber los que me esperarían años más tarde, como a todo el mundo.
Una asignatura nueva ese curso fue el Latín. Nos la impartía nada menos que un catedrático de gratos recuerdos, D. Luis Soldevilla, profesor que además lo era de las francesas. Nos enseñó el mundo romano, su lengua, a declinar los verbos y siempre fue correcto. Por supuesto que pronto aprendí que lo mío eran las letras.
Este año el Dibujo nos lo daba el Catedrático antes mencionado, "El tortugo", en el mismo aula que el año anterior. Sólo recuerdo de aquellas clases las bromas que se gastaban, sobre todo, una. Como quiera que las perchas para los abrigos estaban dentro de unos armarios de madera corridos, algunos cogieron la costumbre aquel invierno de meterse en los armarios y pacientemente dedicarse a atar unas mangas con otras, con lo que todos los abrigos quedaban así enlazados. El follón se organizaba cuando sonaba la sirena para salir. Todos llegaban al armario cogía su abrigo y al tirar, tiraba de todos los demás, qué graciosos.
Ese año dábamos Geografía e Historia. La impartía un profesor cuyo nombre no recuerdo pero sí su fisinomía: alto, canijo, pelo rubio con flequillo y grandes gafas. Sin problemas. Nos enseñó el anticiclón de las Azores y su impacto en la climatología. Fue la primera vez que se nos hablaba de ecologismo, de los bosques, de la fauna y del cambio climatológico que se avecinaba por la contaminación de los coches y las fábricas. Nos explicó las pirámides de población. Gran profesor éste.
La Educación Física nos la dio un gran profesor, D. Paulino, nada que ver con el del anterior curso, a pesar de que no era lo mío, supo comprenderme, sobre todo por mi esfuerzo, sin heroicidades.
Respecto a Religión quiero detenerme con detalle en el profesor que nos la impartía. Era D. Francisco, un cura párroco, mayor, coadjutor de la Parroquia de San Andrés, con una visión de la realidad distinta para un cura de su época. Tenía un seillas, vamos un SEAT 600, de color verde con dos puertas. No sé por qué arte de birli birloque, Paco Rojas y Antonio Cuevas se hicieron muy amigos del cura para que los llevara en su coche. La excusa era que tenían que irse andando a su casa en la Avda. de Barcelona y aquello quedaba lejos del "Séneca" y como de todas formas él iba para allá o cerca, no le importaba llevar a los dos "prendas". Cuando los demás los vimos subidos en el coche del cura, todos comenzamos a querer que nos llevara, era una obra de caridad, sobre todo los días de lluvia que aún eran abundantes y siempre que coincidíamos con él a la salida. Había que ver ese coche lleno de gente entre los que me incluía, ese Miguel Cantarero, Paco Medina, Paco Rojas y Cuevas. Un día lluvioso nos metió a todos. El cristal del parabrisas se empañaba y teníamos que ir dándole con un paño que el cura llevaba. Paraba en un semáforo y si por causalidad pasaban niñas, nos preguntaba qué puntuación le dábamos.
De todas formas y a años vista creo que el cura nos veía a ese grupo como si fuésemos unos golfillos a los que educar, cuando en realidad comenzábamos a ser unos tunantes.
Otra anécdota a narrar fue la del día que estando en clase observamos que el "padre" como así le llamábamos tenía en su mesa una pequeña libreta en la que hacía anotaciones. Nos enrollamos para intentar ver qué es lo que allí se ponía. Dedujimos rápidamente que en cada hoja estaba anotado el nombre de cada uno de sus alumnos. Pero por si las moscas, las anotaciones las hacía en griego, vamos un griego muy peculiar: sustituía las letras del alfabeto castellano por las del alfabeto griego. Así no nos enterábamos o, al menos, él creería eso. Puede ver como en algunos casos las anotaciones eran mayores que en otras. En un momento de descuido pasé la hoja de mi nombre. En la misma sólo ponía mis apellidos y nombre en castellano. El contenido sólo tenía dos palabras con caracteres griegos, una gamma, una ou, una ar, una delta y otra ou; la segunda palabra, un phi, una épsilon, una lambda, una iota y una zed. O sea, en cristiano, ponía "gordo feliz". Ese era el concepto de aquel cura hacia mi persona. Llegué a preguntarle si aquello era cierto y me dinjo que sí, que así me veía, siempre con la sonrisa en la boca. Me quedé anodadado con su explicación pero recapacité y me di cuenta de que aquello era cierto. Siempre he sido un gordo feliz, bueno un "ligeramente" obeso y a ser posible lo más feliz que pueda, la vida es tan corta.
No quiero terminar este curso sin dejar de mencionar a algunos de los compañeros nuevos con los que compartí aula: Montero Aleu, un gran estudiante, el otro Montero y su inseparable Jose, hoy día Interventor de Cajasur el primero y funcionario de justicia el segundo. Esta pareja se traían una guasa muy especial entre ellos y siempre estaban hablando de las fuerzas ocultas, de los montoneros y los armenios.

lunes, 9 de febrero de 2009

VERANO DEL 77

El verano de 1977 transcurrió tranquilo, como siempre. Mi familia no veraneaba, tan sólo hacíamos alguna que otra escapada a la playa, en concreto, a Málaga, Torremolinos o La Carihuela. Mi padre, por aquel entonces tenía un SEAT 133, color "mierda gato" de dos puertas, con motor trasero, matrícula CO-7003-C. Decía que cuando fue a comprarlo al Polígono de la Torrecilla, Molina Hermanos, se equivocó al elegir el modelo, porque él quería haber comprado el 127. Pero en fin, eso es lo que había.
Como digo, sólo hacíamos escapadas cuando se podía, casi siempre los Domingos, como buenos domingueros. A las cinco o seis de la mañana mi madre se ponía a hacer pedazo de tortilla de patatas, picadillo y los socorridos filetes empanados. Adquirieron una nevera enorme donde metían el tinto, la gaseosa y cervezas. Nada de refrescos, en todo caso, agua. Además, en una pequeña bandeja, la fruta para el postre. Todo controlado. No más allá de las siete de la mañana salíamos, mi padre, mi madre, mi hermana Amalia, la nevera y yo. Digo la nevera porque como el maletero del coche era pequeño, la nevera iba enmedio, entre mi hermana y el que esto escribe.
Mi padre siempre quería salir lo más temprano posible a fin de evitar el sol o, al menos, que cuando el astro rey saliese estuviésemos casi llegando.
Ese coche gateando por la Cuesta de los Visos, la Cuesta del Espino, camino de Fernán Núñez, Montemayor, Montilla, Aguilar de la Frontera, Monturque, Lucena, Encinas Reales, Benamejí y Antequera. Tuvimos la suerte de que acabaron hacía poco tiempo la carretera de Málaga, es decir, lo que en la actualidad ha sido desdoblada un poco antes de llegar a las Pedrizas, porque los conductores antiguos recordaban con pánico el tránsito por una carretera estrecha y la famosa Cuesta de la Reina. Después, pasabas los tres túneles y a la nada, pasando el Pantano del Agujero, ya estábamos vislumbrando la capital costasoleña. Atravesabas la ciudad y unos diez kilómetros más, llegabas a Torremolinos.
Normalmente, llegábamos a las 9 de la mañana. Yo creía que a mi padre le daban las llaves para abrir la playa. No había nadie a esas horas. Alquilábamos una sombrilla con dos tumbonas y la omnipresente nevera en medio. Allí te tirabas todo el día en el agua, comías a mediodía en la arena y por la tarde, sobre las siete, más o menos, de vuelta. Mi madre y yo, al ser tan blancos, veníamos como dos salmonetes, "coloraos". En cambio, mi padre y mi hermana, al ser más morenos de piel, ni se les notaba.
La vuelta era criminal. El coche como es de suponer carecía de aire acondicionado. Bueno, miento, sí lo tenía, bajabas las dos ventanillas y a saborear el aire que entraba por ellas. Pero como había estado todo el día al sol, la chapa achicharraba, !Dios, qué calor! Encima, las colas de regreso a Córdoba, la carretera toda ella era de una sola dirección. Podías llegar a las once o las doce de la noche, hecho polvo, "colorao" como un tomate y que no te rozara ni la ropa. Para colmo de desdichas, el calor reinante y sofocante de la noche cordobesa.
La forma que teníamos en mi familia de quitarnos el calor era noche tras noche subirnos a la azotea. Existía allí un somier grande. Te subías el colchón y unas sábanas y a dormir. Pero antes, me encantaba mirar la noche estrellada. Todavía no hacía estragos en la ciudad la contaminación lumínica. Veías las estrellas, incluso fugaces, luces rojas que se movían, eran aviones que no ovnis. A la azotea, en principio subíamos los cuatro integrantes de la familia, sólo que a dormir, dormir, nos quedábamos mi padre y yo. A mi madre le daba miedo quedarse allí arriba. Se dormía del tirón pero había una pega: al amanecer, sobre las seis de la mañana, había que levantarse y recoger. El problema parece que estaba en que habida cuenta que nuestra casa era más baja que las que la rodeaban, y te quedabas más rato, los vecinos podían verte. Yo dormía en calzoncillos nada más. Recogías el colchón medio durmiendo y para abajo, al "horno" como decía mi padre. Yo me volvía a acostar en mi cama hasta un buen rato después.
Aquel verano, me busqué la vida para costearme las clases particulares y preparar las malditas matemáticas. No, no me fui a los albañiles. Como mi madre tenía la droguería y sus conocimientos con el público eran inmejorables, comunicó a su parroquia que se daban clases particulares a niños pequeños, vamos que el "hijo de la Amalia", así me conocían, impartía lecciones, incluso a domicilio, a niños desde primero a sexto.
Recuerdo entre mi alumnado a un chico al que yo tenía que ir a su casa, sita en la calle Hermano Juan Fernández, entonces al lado del Ambulatorio (hoy han puesto, como no, un "chino"). Todos los días, sobre las diez, llegaba a dar mi hora al muchacho, dictados, cuentas, etc. Había un detalle de ese chico que me causó una gran tristeza. Según me contó la madre, le habían detectado una rara enfermedad y le aseguraban que cuando pasaran unos años perdería la vista completamente. Aquello me impresionó y mi dedicación al chaval fue mayor aquel verano. No sé que pasó de él, si se cumplieron los terribles pronósticos pero ahí me di cuenta y recapacité si había Dios, cómo era posible que un chaval de 9 años fuese castigado de esa manera.
Otro alumno al que visitaba por las tardes era el hijo de una clienta de mi madre, Conchi Navajas, que vivía a la vuelta de la calle Antequera, vamos en la Avda. de Libia. Con éste, el detalle fue que a los pocos días le observé unas espinillas por la cara y los brazos, yo entonces desconocía lo que le pasaba. Pero me enteré, vaya que si me enteré, porque el nene me decía, me puedes rascar en la espalda y yo, tan amable le rascaba.
Llegó el fin de semana, mi tía Brígida nos había invitado a todos a irnos a su apartamento de la playa en Chipiona. Vaya fin de semana, mi cuerpo estaba extraño, no quería ir al mar, sólo quería dormir y de pronto descubro que me salen unas espinillas por todo el cuerpo: la varicela. El nene me la había pegado y aquello picaba tela. Me tiré más de una semana encerrado en mi casa, emborrizado en "talquistina", tenía espinillas por todos lados, hasta en semejante parte. Vaya con el niño y que gili que fui.
Como digo, por las mañanas venían además chavales del barrio. Los metía en mi casa, en una zona que no estaba acabada. En la mesa de comedor allí colocada, hice una pizarra con papel de estraza y la pintaba con tiza.
A las 9 de la mañana iba con mi compañero y amigo Antonio Cuevas a que nos dieran clases de matemáticas. Era nuestro maestro Antonio, profesor de las francesas y salesianos, sabía matemáticas por un "tubo" y te las explicaba tan bien que hasta te llegaban a gustar. Hoy día, creo que es el Director del Colegio de las Francesas.
Así, que aquel verano lo pasé recibiendo clases por un lado, dándolas yo mismo a los nenes del barrio y alguna que otra escapada a la fabulosa playa. Verano divino.

viernes, 6 de febrero de 2009

EDUCACIÓN ADOLESCENTE. ACTO PRIMERO

Año 1976. Llegó el cambio de mi vida. Me voy para el instituto, entonces llamado Instituto Nacional de Enseñanza Media, después denominado Instituto Nacional de Bachillerato, "Séneca". Según supe después, aquello había sido el producto de la segregación del hasta hacía pocos años único instituto centenario existente en Córdoba, el "Instituto Provincial", sito en la Plaza de las Tendillas. Se inauguró en el año 1968. Sus alumnos eran todos chavales; a las nenas se les dejó la antigua sede y se denominó Instituto "Góngora". Con posteriodidad, dado el aumento de la población, se crearon en el Sector Sur el "Averroes" y en el Parque Figueroa el "López Neyra", los cuales eran mixtos, de chicos y chicas, y según los bulos de la época al respecto, aquello era sodoma y gomorra, por lo de la mezcla de sexos.
El Director era D. Rogelio, alias "El Chino", catedrático de Latín. Dirigía el centro como si fuese un pequeño dictador, bajito, muy poca cosa, calvo, el poco pelo que tenía era blanco, con gafas, chaqueta y corbata, pero con mucha mala leche. Tenía este Director una guardia pretoriana, los bedeles, casi todos guardias civiles en la reserva, dirigidos por el ínclito Sayago que, además tenía su vivienda a la entrada del instituto. Recuerdo a otros menos duros, como Balsera, hombre ya mayor y siempre presto a ayudarnos. Como anécdota decir que fue él quien me prestó su chaqueta para interpretar el papel de Barrientos, Presidente de Bolivia, en la obra de teatro que hicimos "Che Guevara", escrita por Pepe Capdevila, de la que hablaré en otro momento.
El centro tenía una entrada oficial, reservada a los de C.O.U., los demás, la "chusma", podíamos entrar a nuestra elección, bien por una cuesta llena de piedras o bien, por la puerta existente más abajo, que lindaba con las viviendas de la Caja Provincial de Ahorros de la Avda. del Corregidor, en uno de sus bajos estaba el comedor universitario, hoy ACALI.
Te controlaban la entrada con el carnet del centro. La diferencia era que los de COU tenían puesto el sello en color rojo, los demás en morado.
A pesar de venir de un colegio de curas con fama de estricto en su educación, desde un principio noté en el ambiente un excesivo rigor que en los últimos años se había ido relajando en los salesianos. Por ejemplo, hacía ya rato que en mi antiguo colegio no nos formaban en fila al estilo militar. Aquí se seguía formando y eran los bedeles los encargados de tal función, en el sentido de alinearnos en fila de uno y mantener derecha la fila y, así, fila a fila subíamos a las clases.
En cuanto al centro, era tocar la sirena -cual campo de concentración- y se cerraban todas las puertas. Como curiosidad decir que las vallas que rodeaban el instituto estaban cosidas con alambre debido a los agujeros practicados en ellas para fugarse la gente. Había altavoces por los que de vez en cuando sonaba la voz de "El Chino" dando órdenes. Existían los vigilantes de pasillos, profesores que durante las clases daban vueltas por los pasillos por parejas y si te pillaban fuera de tu clase, te pedían explicaciones y si no eran convincentes, te llevaban a la higuerilla, vulgo Jefatura de Estudios, donde te aplicaban la sanción correspondiente, entre otras, la expulsión a tu casa durante unos días. Los más temidos eran Don Lorenzo, profesor de Historia, la Revuelta, de Literatura y la "Muerte", profesora de Matemáticas. Personalmente, tuve la suerte de que ninguno me pillase ni me diese clase.
Significar que me impresionó al llegar, aparte de la cantidad de gente que allí había, era lo viejos que veía yo al menos a los de cursos superiores. Tengamos en cuenta que el nuevo invento del B.U.P. (Bachillerato Unificado Polivalente) pretendía liquidar, como lo consiguió, el sistema anterior educativo, es decir, el bachillerato antiguo y creo que dicho cambio fue a peor: aquellas promociones que iban cerrando el sistema anterior acababan mucho mejor preparadas que nosotros. Por eso, la mezcla era abundante. Había una promoción delante nuestra que era la primera de BUP, también estaban los que acababan sexto de bachillerato, los de COU antiguo, herederos del llamado PREU y por haber, recuerdo que hasta había seminaristas del Obispado que se preparaban el bachiller. Sin olvidar a los del nocturno, esto es, gente que trabajaba por el día y se sacrificaba en estudiar por la noche. En suma, una gran mezcla de estudios pero eso sí, sólo tíos. Las niñas tardarían aún unos años en llegar, en concreto, habría que esperar al curso 1979-80 para verlas.
Allí llegamos aquel año para cursar primero de B.U.P. tropecientos mil chavales. Tengamos en cuenta que aquélla era la generación del baby boom, de la época de desarrollo, se fomentaba la natalidad y el producto fuimos nosotros. La mayoría de las familias tenían una media de tres o cuatro hijos, la mía sólo dio para dos.
Decir que las clases de aquel curso 76-77 se numeraron por letras, de la A a la I, es decir, nueve clases, a una media de 40 a 45 alumnos por clase, y la división se hacía por el idioma, francés o inglés. A mi me tocó Primero B, por el inglés. Aquello era un "rebú", una mezcla de alumnos desechos de tienta de colegios de toda Córdoba (Salesianos, Trinitarios, Cervantes, La Salle, Alzahir, El Carmen, y también de la Universidad Laboral y demás centros públicos). Por lo que respecta a mi grupo, llegamos cinco de salesianos, Antonio Moreno Carmona, Muñoz-Torrero, Manso Ojeda, Antonio Ortega Calero y un servidor. No éramos un grupo compacto como sí lo era el proveniente de los Trinitarios, allí estaban José Luis Puebla Capitán, primo de mi amigo Juan Gonzalo, Miguel Cantarero Medina, Francisco Medina Torres, Antonio Cuevas Mérida y Francisco Rojas García. Se dividían por parejas, los más revoltosos y siempre de guasa y cachondeo, que se reían de todo y por todo, eran Paco Rojas y Antonio Cuevas, vivían en la Avda. de Barcelona. La otra pareja la formaban Miguel Cantarero y Paco Medina -el tío el bigote-, muy serio, aunque buena gente. La última pareja, por aquello de la amistad, la formamos aquel año, Puebla y yo, porque nos íbamos y veníamos juntos desde Cañero viejo, con su primo Juan Gonzalo. También venía de los trinitarios Manolo Álvarez de la Coba, recientemente fallecido.
Recuerdo algunos compañeros más, como a Paco Pérez Bermejo, Fuentes, José Luis Díez Naz, Rafa Pérez de la Concha, "Chiqui", José Antonio Alcántara Manzanares, Juan Ballesteros Cuevas y su amigo Salva Cuadrado Lozano, estos tres últimos provenían del Colegio Stma. Trinidad, etc., hasta unos cuarenta y tantos que estábamos allí, pero sólo quiero destacar de los anteriores, el grupo de los trinitarios, porque siempre tuve en ellos a unos amigos de verdad.
De todos ellos, con el que siempre podías y puedes contar, dada su madurez, era Miguel Cantarero, un tío afable, inteligente, con una gran sentido del humor y sensibilidad. Fue él quien me enseñó a conocer la música de de Joan Manuel Serrat, por ejemplo. Hoy día lo veo igual, hemos cambiado físicamente todos, los años no pasan en balde, pero Miguel siempre ha sabido estar en su sitio y conservarse muy bien. Y decía el tío que se le iba a caer el pelo y míralo, hoy lo tiene igual que antaño. Otros, entre los que me incluyo, por desgracia no.
Al principio, como la hora de entrada era a las 8,30 horas, me iba con Juan Gonzalo, ahora por decisión familiar, sólo Gonzalo. A las 8 en punto llegaba, cargado de libros en un viejo macuto de color verde que según parece perteneció a un tío político mío que era militar. Llegaba, como digo, a su casa frente al Cementerio de San Rafael, picaba el portero automático, bajaba, "buenos días" y a la marcha militar, un dos, un dos, hacíamos a diario el camino hasta el "Séneca": Avda. de Libia, Puerta Nueva, Alfonso XII, San Pedro, Coronel Cascajo, perdón, Lineros, Cardenal González -la calle las putas-, Triunfo, Magisterio de la Iglesia, Caballerizas Reales, Alcázar Viejo (la gente cordobesa, por deformación de las palabras, decía "lacasaelviejo"), Puerta de Sevilla, Avda. del Corregidor, llegada al instituto, 8,30 en punto. Cada uno a su clase, Gonzalo a 2º de BUP, yo a 1º B.
Al poco tiempo, dejé de ir con Gonzalo, dada la marcha a la que íbamos y que a mí me parecía agotadora, y era tal que nos cruzábamos, vamos que adelantábamos a Miguel y Medina que iban más relajados, coincidíamos con otro compañero de curso de Gonzalo, Paco Yélamo, tío inteligente donde los haya, alto, rubio, parecía un "guiri", un extranjero. Fue él quien nos dio la definición de Historia: "sucesión de sucesos sucedidos en una sucesión de tiempo."
A los pocos meses, formamos el grupo del barrio de tanto ir y venir: Miguel, Medina, Paco Rojas, Cuevas, Yélamo y yo. Gonzalo iba solo, bueno no, con otro de su curso, llamado Toro.
Ese ir y venir cuatro veces al día de tu casa al Instituto y viceversa, charlando cada uno su "pego", comentando los estudios, las clases, las anécdotas, nos hacía sin querer unirnos más. A mí me vino muy bien en lo que a mi físico respecta, estaba creciendo, perdí peso y alcancé la actual estatura. Todo no iba a ser malo.
De hecho, al cabo de unos años formamos todos una panda y salíamos juntos los fines de semana, teníamos los mismos gustos musicales (Supertramp, Pink Floyd, Bob Dylan, América, Serrat, King Crimson- grupo favorito de Medina- el llamado rock sinfónico, también el rock duro como Led Zeppelin o Rolling Stones, para luego comenzar a descubrir el rock arábigo-andalusí, como Triana, Medina Azahara, Mezquita, etc.), el tonteo con las niñas de las "francesas", Colegio Sagrada Familia, en San Pedro.
De las niñas que veíamos todos los días en el camino, iba una con su hermana pequeña, Loli de Toro y su hermana Ana, con las que se metía a menudo Puebla, ya que la conocía de la "miga" del hijo de "Juanillón", don Juan Luque Soriano, luego profesor de los Trinitarios, en concreto con la mayor y le decía, a fin de cabrerarla, "hasta luego, rubia de bote". Aún no sabía lo que me depararía el destino y que aquellas niñas serían con el paso de los años mi esposa y compañera Lola - el nombre se lo cambié yo - y mi cuñada Ana, respectivamente. Otra niña era Ascen, compañera de Lola, que presumía como nadie de haber estado en Alemania, dado que sus padres eran emigrantes retornados y tenían un "mercedes". Pero, la que causaba sensación por ir sola siempre, con su halo de misterio, rubia, ojos verdes, era Maleni Hernández. Todas vestían el famoso uniforme de las francesas: falda tableteada a cuadros, jersey blanco, calcetines, zapato oscuro. Todavía no se estilaba el chándal por la calle.
Pero sigamos con el "Séneca". El profesorado de primero lo componía un variopinto cuadro que iba desde nuestro tutor Don Manuel Álvarez, un gran profesor que nos impartía además Ciencias Naturales, con barba, bajito, chaquetas con coderas, un "progre", vamos. Recuerdo un día que nos llegó a hablar de las mujeres, en concreto, de la regla, de cómo sufrían las mujeres esa especie de maldición divina y que por tan sólo eso merecían nuestro mayor respeto y admiración. Decirnos eso a nosotros, que éramos hormonas andantes, siempre con la p.... en la oreja, "más calientes que un soldado en Ibiza", que diría el malogrado humorista Gandía.
En Educación Física nos daba Francisco Calderón, vulgo "Paco Pegos", cariñoso apodo para referirse a su forma de dar la clase de gimnasia. Para esta disciplina nos llevaban bien al campo de fútbol o al enorme gimnasio, al menos a mí me lo parecía, donde había de todo: espalderas, cuerdas, plinto, caballo, etc. Había otro pequeño, cubierto que no siempre se usaba.
Dada mi condición física de aquellos años, bajito, regordete, mi gimnasia era muy limitada; tampoco se me exigía demasiado. Por ejemplo, me daba pánico el plinto o el caballo o el potro. Todos esos utensilios yo los veía como medios de tortura, cual si de la Inquisición se tratara. Sólo recuerdo haber saltado una vez el potro y en bajito. Pero, la anécdota que me sucedió y que más me impactó fue la del día que me dio por subir la cuerda. No sé aún como lo hice, pero empecé a subir y subir, había unos cinco o seis metros de altura, cuando llegué a la rasante de las ventanas de cristales que daban al Río Guadalquivir, me acojoné y me quedé petrificado, agarrotado, me quedaba menos de un metro para llegar a lo más alto. El profesor, al verme parado, me insistió para que llegase al final. Le grité aterrorizado que no, que no subía más, a lo que me respondió que bueno, que entonces me bajase y yo le contesté que no, que no podía. La cosa pintaba mal, creo que el profesor se temió mi caída. Entonces, entre todos, profesor y compañeros, me hablaron, me tranquilizaron y fui descendiendo despacio, hasta que toqué el suelo. El profesor me dijo que "jamás, te has enterado, jamás te vuelvas a subir a la cuerda".
Otra actividad de esta clase era correr haciendo el llamado "circuito". Consistía en salir por la puerta falsa del instituto, salir hasta la Avda. del Zoológico, subir por la cuesta frente a ETEA, hoy Ciudad de los Niños, bajar por la Avda. del Séneca hasta entrar de nuevo por la puerta por la que habíamos salido. No tardó pronto la clase en enterarse del atajo llamado la "cuesta del camello", una forma de acortar por la pared donde estaban los camellos del zoo. Pues bien, yo tomé ese atajo más de una vez, y a pesar de ello, siempre llegaba el último, pero bueno, llegaba.
Ese primer año me causó sensación en los recreos ver cómo se jugaba al rugby en el campo grande. A aquello jugaban los mayores, de entre los que destacaba un tío que yo lo veía inmenso de grande apedillado Guerra; recuerdo que siempre había lesionados y más de una clavícula rota. Creo que precisamente por ese motivo el "Chino" prohibió ese juego.
Pero sigamos. Las matemáticas las impartía D. Eleuterio, nombre que a mí no sé por qué me recordaba al famoso delincuente arrepentido que se fugó en varias ocasiones de sus guardadores policiales. Todavía le recuerdo vestido con su bata blanca, dando por hecho nuestra formación o preparación de los colegios de los que proveníamos. En mi caso, mi base era nula: sólo sabía las cuatro reglas y algo más. Por más que se esforzaba este hombre, yo no me enteraba, siempre suspendía, de hecho pasé a segundo, con la matemáticas de primero. Pero respecto a su calidad humana, decir que era noble y que cuando nos portábamos mal, no te echaba a la calle, vamos al pasillo, donde te pillarían los famosos vigilantes de pasillos. Nunca echó a nadie aquel curso.
He de significar que la plantilla de profesorado de aquella época la constituían los catedráticos, profesores numerarios y los interinos, también llamados profesores no numerarios, acróstico penenes. Pues bien, mira por donde aquel primer año, éstos últimos se pusieron en huelga durante el primer trimestre. A nosotros nos afectó en la asignatura de inglés, mi preferida. No teníamos profesor de inglés que llegó comenzado el segundo trimestre.
Me detengo en este "profesor" por lo curioso del mismo. Llegó el primer día de clase después de las vacaciones de Navidad, en su coche Ford Fiesta, de color verde chillón (se acababa de inaugurar hacía poco tiempo la fábrica de Almusafes en Valencia y era el modelo prototipo hecho ex profeso para España). El tío era bajito, pelo rubio, con melena; algunos decían que de "bote", ojos claros, bien rasurado de barba. Creo que era una niño "pijo" de los entonces, detrás de unas "Rayban" verdes, con montura dorada, abrigo verde "Loden", "pulligan" echado al cuello. Llegó, pasó lista y lo primero que hizo fue preguntar, para nuestra sorpresa, que cuándo eran las vacaciones de Semana Santa. Sabía un inglés chapucero, de andar por casa, nada aprendimos con sus explicaciones. Como anécdota decir que siempre teníamos su clase después del recreo, veníamos calentitos y nos dio por gastarnos bromas. Una de ellas consistía en que cuando decían el nombre de los más cercanos, entre todos y sin que nos viesen, le tapábamos la boca y agarrábamos los brazos, para que no pudiese decir "presente". Así varios días, hasta que un día, que me lo hicieron a mí, nos pilló. Me dijo, así, sin anestesia ni nada: "Tú, gordo, se puede saber a qué jugáis, que sois ya muy viejos para hacer gilipolleces", y como castigo me cambió de sitio. Así, que cuando comenzábamos la clase de inglés, siempre tenía que irme a mi nueva ubicación. Sin rencor.
El dibujo nos lo daba una profesora joven, de Toledo creo que era, que venía embarazada. Las malas lenguas decían que de un alumno suyo de COU de otro año. La hora de dibujo se impartía en un aula distinta a la habitual, con mesas de dibujo grandes y nos colocaron en orden alfabético. Justo a mi lado se sentaba un compañero, bajito, moreno, Paco Muñoz Tuñón. Fue la primera vez que hablé de política con alguien y ello porque de vez en cuando él dibujaba el escudo de Falange Española. Un día me atreví a preguntarle y me dijo que sí, que él y toda su familia eran falangistas, pero ojo, "hedillistas", seguí preguntando, y me indicó que aquello era muy difícil de explicar. Pasados los años y gracias a la lectura de distintos autores, aprendí que Manuel Hedilla, segundo de José Antonio Primo de Rivera tras ser fusilado en Alicante, se había enfrentado a Franco por mantener pura la ideología de su fundador, fue encarcelado y por poco no lo fusilan.
La profesora de dibujo tenía mal carácter, sobre todo, cuando se cabreaba porque no le hacíamos caso y siempre nos decía, "vándalos, que sois unos vándalos, si ya me decían a mi, cuando vayas a Vandalucía encontrará a los vándalos", eso sí, con pronunciación muy fina, de Castilla-LaMancha lo menos. Cuando vi por vez primera la película de "Manolito Gafotas", obra de Elvira Lindo llevada a la gran pantalla, reconocí en la "seño" de Manolito a aquella profesora en sus cabreos, cuando llamaba a sus alumnos "terroristas, que sois unos terroristas".
La asignatura de Historia la impartía D. José María Zapico Ramos, tío fino en sus explicaciones y entre otras lindezas, nos obligó a aprendernos todos y cada uno de los países del continente africano, con sus capitales incluidas, así como todos los ríos y montañas de Europa. Gracias, D. José María. Hoy te das cuenta que al lado de las promociones de la LOGSE somos eminencias.
Había otras asignaturas como Religión, Música o Lengua. Esta última nos la daba una profesora muy peculiar que iba vestida siempre como una flamenca, morena que era y con un perfume bastante fuerte. Parecía Lola Flores.
Aquellos años todavía llovía en abundancia en los meses de invierno. El río venía bastante crecido, casi tapaba los ojos del Puente Romano. Había que abrigarse. El rey de la equipación era, como no, los vaqueros, jerseys gruesos, guantes, paraguas y mi "gamberro", como le llamaban, pieza impermeable rellena, abrochada con cremallera. Claro, que así vestíamos algunos, porque en aquella época la vestimenta decía mucho de ti y de los posibles de tu familia.
La gente se dividía en pijos y choris. Los pijos vestían vaqueros de marca, sobre todo, "Levis Strauss", jerseys "Pulligan", abrigo "Loden", o condón, de color verde, como le decían otros, y para el entretiempo, se puso de moda una chaquetilla de plástico, el "Graham Hill" y de zapatos unos "castellanos", hechos a mano o los también afamados "Tanke", guresos con cordones y suela rayada, para el invierno. Este poderío lo tenían los procedentes de La Salle, Alzahir, etc., gente con clase.
La "otra" clase de gente, entre los que me encontraba, teníamos que apañarnos con las marcas más baratas. Así, en vaqueros unos "Alton", unos "Wrangler", o los de marca española, los "Lois" ("para los chorizos de hoy", decían), jerseys "Fred Perry" y como mucho, imitaciones del famoso plastiquillo, en mi caso, me compraron uno de imitación que se llamaba "Grant Hill", o el citado "gamberro". ¡Qué tiempos! Te miraban raro según la vestimenta y ya ves tú, hoy te maravillas cómo va vestida la juventud: pantalones de tiro corto, enseñando la hucha por detrás, pantalones con jirones, aros en las orejas y hasta en el alma. Como diría el sabio, "O tempora, o mores". Ahí te das cuenta de lo pacatos que éramos.
Un detalle de aquella época que nos tocó vivir fue la de la "libertad" o, como otros decían, el "libertinaje". Políticamente gobernaba el centro de Adolfo Suárez, se había liberado a mucha gente presa, la famosa amnistía política, aún no se había aprobado la Constitución, los "grises" se convirtieron en "maderos", por el color del uniforme, ya no era la Policía Armada, era la Policía Nacional.
Surgieron bandas de chavales que te pegaban en la calle porque sí, sin razón aparente. Aquel invierno hubo varios lesionados de nuestro curso. En mi caso, solía irme de vuelta por la tarde con José Luis Puebla, los dos solos. Recuerdo que una tarde, ya oscurecido, había estado lloviendo todo el día, pero a esa hora había escampado, cuando íbamos a la altura de la calle de Magisterio de la Iglesia, José Luis me dijo, "Antonio, sigue hablando, pero mira quién viene". Me quedé parado: era una pandilla de unos ocho o nueve individuos con muy malas caras y no muy buenas intenciones que venían de frente, por la misma acera estrecha por la que íbamos. Lo primero que pensé fue en salir corriendo, pero no, seguimos. Al llegar a su altura, nos hicieron como un pasillo por el que pasamos; a mí uno bajito me acercó un cigarrillo con la intención de quemarme mi "gamberro" y sin pensarlo lo aparté con el paraguas que llevaba. En cambio, a José Luis, otro de los tíos, un grandullón, le pegó un guantazo en la nuca. Tras salir del "pasillo", fue mi amigo quien me dijo, "corre", y salimos disparados calle abajo. El motivo no era otro que los hijos de su madre se estaban enganchando a las ramas de un naranjo que allí había, cogieron naranjas y empezaron a lanzárnoslas. Graciosillos los muchachos.
Desde entonces, todos decidimos no ir solos, sino en grupo. Es más difícil atacar a la manada. De hecho hubo más de un tropiezo entre distintos grupos que no llegaron a mayores.
Claro que siempre los hay valientes. Me contaron que dos compañeros, Cándido Puerto Ortuño y Paco Lucio-Villegas Mula, un día que iban por la muralla, calle Cairuan, se tropezaron con una panda de esas. Habida cuenta que ambos practicaban judo, les hicieron frente. No sé cómo acabó aquello, pero tuvo que ser mal, porque al día siguiente Paco Lucio, lucía, nunca mejor dicho, un ojo morado.
Pero si había un personaje que causaba mi admiración ese era el Puebla. Era un "bocas", se metía con todos y con todo. Un día lluvioso, al pasar por la calle Alfonso XII, salía de una peluquería una señora mayor recién marcada, como se dice, abrió el paraguas, creyendo que seguía lloviendo a pesar de que en ese momento había escampado, y José Luis le pegó una voz diciendo "Señora, que no llueve", dándole un susto que casi se muere.
Hacia la mitad de Cardenal González existía un portalillo donde una vieja había instalado una especie de tienda de chucherías. Allí parábamos al pasar para comprar cigarrillos sueltos, chicles o pipas. Pues bien, la mujer tenía una pequeña televisión en blanco y negro, cuya antena era un cable que salía del receptor y llegaba hasta la misma fachada; el cable estaba sobre una tablilla, con dos puntas al aire. Siempre que llegaba el Puebla, acababa en bronca porque su afición era tocar las puntas, con lo que se perdía la señal. La vieja se daba cuenta y empezaba a decirle de todo a José Luis al que le importaba un pimiento aquello. Era un rebelde sin causa.
Quizás la broma más tonta y con mayor repercusión fue la del asunto del "cara huevo". Se trataba de un chico de otra clase pero de nuestro mismo curso que era más feo que pegarle a un padre, como decíamos entonces, creo recordar se apellidaba García-Arévalo. Un tío alto, de malos andares, de Guadalcázar, perteneciente a la burguesía agraria, pero acostumbrado a trabajar en el campo. Lo denotaba este detalle sus grandes y nervudas manos, llenas de callos, así como su cara, ovalada o ahuevada, como se prefiera, cuyos ojos a pesar de ser verdes, eran saltones y de mirada estrábica.
Un día que salíamos del instituto, José Luis vio como un grupo de alumnos se dirigía al susodicho llamándole "huevo", "cara de huevo", mofándose del mismo. Cómo no, el Puebla se unió al grupo y de repente comenzó a decirlo él también. En un momento dado, el "huevo" se dirigió a nosotros, en concreto a Puebla y le dijo, "nene, no te conziento que me llamez huevo, a loz de mi claze zí, pero a ti no". Así hablaba. Pero de nada le sirvió a Puebla la advertencia. Mira que se lo decíamos todos, deja en paz al chaval, porque cada vez que se lo cruzaba le decía "huevo".
Así las cosas, un día de lluvia que salimos al recreo y preferimos quedarnos en el soportal del patio, al lado de los aseos, estábamos en una especie de corro hablando; yo estaba situado frente a José Luis, cuando de repente apareció el "huevo" por detrás de José Luis. Y sin mayor explicación, agarró por el cuello a mi amigo y empezó a estrujarlo. Fueron unos segundos eternos, José Luis se puso azul, colorado, de todos los colores y lo inmovilizó de tal manera que no podía quitárselo de encima. Cuando nos dimos cuenta estábamos todos encima del "huevo" intentado retirarle las manos del cuello. No podíamos entre todos, el tío seguía apretando cual boa a su víctima. Cuando por fin conseguimos retirarlo, el otro aflojó y soltó a su presa. Puebla cayó a plomo al suelo, ahogándose, sin poder respirar, lo alzamos entre unos cuantos y lo llevamos al aseo a echarle agua, para que se recuperase. Lo pasó mal y cuando se reanimó le dijimos todos que había sido un gilipollas por no atender a nuestro consejo. Desde entonces, cuando veía al "huevo" lo esquivaba, se iba para otro lado. Qué duro de mollera era el muchacho.
Ese primer año acabó en el mes de junio de 1977. Fue mi año experimental. Había cambiado de colegio, era un instituto público, de amigos y lo fundamental, no echaba de menos para nada a mis antiguos compañeros de los salesianos. Claro que estoy seguro que ellos tampoco a mí.
En cuanto a mis notas, culto calificaciones, decir que sólo suspendí las matemáticas y digo suspendí no me suspendieron, porque reconozco que no tenía ni idea de la disciplina y bien suspendido estaba. Los demás acabaron más o menos igual pero nos quedaba un verano por delante.